miércoles, 7 de agosto de 2019

Necesitamos mantenernos firmes y seguros a pesar de las dificultades en un crecimiento humano de nuestra vida pero también en la maduración de nuestra fe


Necesitamos mantenernos firmes y seguros a pesar de las dificultades en un crecimiento humano de nuestra vida pero también en la maduración de nuestra fe

Números 13,1-2.25; 14,1.26-30.34-35; Sal 105;  Mateo 15,21-28
Algunas veces nos crecemos cuando encontramos dificultades o todo se nos pone en contra; es cierto que hay momentos en que en situaciones así nos sentimos derrotados, lo queremos echar todo a rodar, nos desanimamos y al final no seguimos insistiendo. Pero cuando tenemos confianza en que aquello por lo que luchamos merece la pena, estamos seguros que lo podemos conseguir, las dificultades no nos arredran sino que seguimos insistiendo y luchando con una gran fortaleza de espíritu.
Ahí se manifiesta también la grandeza de la persona, aunque quizá nos pueda parecer llena de defectos y debilidades, que es incapaz o que no sabe cómo enfrentarse, pero sin embargo insiste y lucha por conseguir aquello que tanto anhela. Son ejemplos que quizá nos queremos ver o no sabemos valorar, porque quizá provienen de personas a las que nosotros de alguna manera consideramos inferiores o incapaces para esas luchas.
No queremos reconocerlo quizá porque realmente somos nosotros los incapaces para luchar y los que pronto tiramos la toalla desistiendo del esfuerzo que sería necesario. Ya simplemente con el ejemplo que no dan personas así podemos decir que tenemos aprendida una hermosa lección para nuestra inconstancia y nuestra falta de perseverancia.
Pudiera parecer excesiva la introducción fijándonos en aspectos meramente humanos con referencia a nuestra propia personalidad como entrada a la reflexión que nos ofrece el texto del evangelio de hoy. Y es que en este texto de la mujer cananea que va detrás de Jesús pidiendo compasión para ella y para su hija enferma, en este aspecto humano ya es una gran lección para nosotros que tendríamos que aprender.
Hoy se nos resalta en este texto la fe de aquella mujer. Es lo que finalmente Jesús alaba cuando al fin entra en conversación con ella para atender a su petición. Había ido rogando compasión y misericordia, haciendo incluso una confesión de fe en Jesús como Mesías - hijo de David, le llama -, cuando realmente aquella mujer era pagana. Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo, es el grito de aquella mujer.
En el relato hay cosas que nos pueden confundir en las palabras o en la actitud primera de Jesús, pero que de alguna manera reflejan lo que era el trato que los judíos daban a los gentiles, con los que incluso no querían ni mezclarse. Pero en el conjunto del relato descubrimos una apertura del evangelio y de la salvación que es para todos, y no se reduce al pueblo judío, basta con que se tenga fe. ‘Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas’, le dirá Jesús y la niña quedó curada, liberada del maligno.
Un doble mensaje estamos descubriendo, por una parte de ese aspecto humano de nuestra vida donde tenemos que aprender a crecer y a madurar, donde hemos de ser perseverantes en aquello por lo que luchamos, aunque al mismo tiempo el respeto y la valoración que hemos de saber hacer de toda persona no discriminándola nunca por su condición sea cual sea; pero también en el crecimiento de nuestra fe, por la confianza que hemos de saber poner en Dios que aunque nos parezca en ocasiones en silencio o lejano a nuestras peticiones o a nuestros sufrimientos, siempre nos escucha y con nuestra perseverancia en la fe encontraremos la salvación.

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