jueves, 22 de agosto de 2019

Quienes no abren su corazón al amor y a la comunión verdadera no puede sentarse en la mesa de la hermandad


Quienes no abren su corazón al amor y a la comunión verdadera no puede sentarse en la mesa de la hermandad

Jueces 11.29-39ª; Sal 39; Mateo 22,1-14
‘Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir’. Así nos dice Jesús en la parábola que proponía a sus discípulos y cuantos lo escuchaban. Mal se sentiría el rey que había preparado con mimo la boda de su hijo y había invitado a los que consideraba sus amigos, pero que ahora lo dejan en la estacada. Cada uno se fue por su lado, a sus cosas o a sus disculpas, como tantas veces nosotros hacemos en muchas situaciones de la vida. Casi vamos como normal la reacción llena de ira de aquel hombre.
Jesús les está hablando de una forma concreta aunque sea con las imágenes del banquete de bodas del Reino de Dios que El estaba proclamando, pero que puede ser muy bien una referencia a toda la historia de la salvación para el pueblo judío. Ahora no aceptan a Jesús, no quieren escuchar sus palabras o las malinterpretan, no quieren entrar en la órbita del Reino de Dios que les está proclamando como tantas veces también a través de la historia habían rechazado la Palabra que Dios les ofrecía a través de los profetas.
Ellos iban a su bola, como se dice en las jergas de hoy; tenían sus intereses en quienes estaban bien situados en la sociedad de su tiempo, vivían en sus rutinas de las que no querían salir y se conformaban con un culto tantas veces vacío y sin sentido, porque realmente no implicaba sus vidas, y así tantas y tantas cosas. Jesús quería hacerles cambian su manera de ver las cosas, darle otra visión a las realidades de la vida, buscar una profundidad a cuanto hacían para que todo tuviera un sentido y un valor. Jesús les estaba ofreciendo caminos de salvación que habían de pasar por caminos de cambio y de conversión, pero ellos se sentían bien en lo que estaban y no les parecía necesitar de lo nuevo que Jesús les ofrecía. Por eso estaban rechazando el banquete de bodas, estaban rechazando el sentido nuevo del Reino de Dios que Jesús les ofrecía.
Pero aunque Jesús encuentra ese rechazo por parte de algunos, El sigue anunciando el Reino de Dios, y se va por los caminos, por las aldeas, allá en la orilla de la playa del lago o por las montañas, allí donde está la gente sencilla y humilde que son los que en verdad se sienten necesitados y abren su corazón. La invitación que Jesús hace al Reino de Dios es universal, es para todos.
Todos están invitados. Solo es necesaria una cosa. Ponerse el traje de fiesta. ¿Qué significa ese ponerse el traje de fiesta? Es la conversión del corazón; hemos de dejar atrás los harapos de nuestra miseria, de nuestro pecado, de nuestros egoísmos e insolidaridades, de nuestros orgullos y vanidades, para sentir que han de haber unas actitudes nuevas, unos nuevos comportamientos, un nuevo sentido de la vida. No podemos colarnos en ese banquete de cualquier manera sino que hemos de aceptar ese cambio del corazón que Jesús nos está pidiendo siempre, porque quienes viven encerrados en si mismos no podrán sentarse en la mesa de la hermandad, porque realmente no se sienten hermanos.
Nos puede parecer duro en el relato de la parábola ese final en que uno que había querido sentarse a la mesa sin el traje de fiesta fuera arrojado fuera. Pero ya sabemos, quienes no abren su corazón al amor y a la comunión verdadera no puede sentarse en la mesa de la hermandad. Tendría que hacernos pensar, porque tantas veces seguimos encerrados en nuestros egoísmos y en nuestros orgullos y queremos sentarnos en la mesa de la Eucaristía creando una situación que es insostenible por si misma. Es la necesaria conversión del corazón.


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