domingo, 30 de junio de 2019

Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor como ha de ser siempre el seguir a Jesús



Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor como ha de ser siempre el seguir a Jesús

1Reyes 19, 16b. 19-21; Sal 15; Gálatas 4, 31b - 5, 1. 13-18; Lucas 9, 51-62
‘Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén’. Se puso en camino y sus discípulos con El. Es una constante del evangelio de san Lucas, ponerse en camino y la subida a Jerusalén. Mucho nos quiere decir para quienes queremos ser sus discípulos, que también hemos de ponernos en camino.
Discípulo es el que sigue los pasos del maestro. El discípulo no sigue sus pasos particulares y a su antojo, sino que ha de seguir los pasos del maestro, en este caso, los pasos de Jesús. No vamos a nuestro aire para escoger lo que nos pueda parecer más fácil o más cómodo, sino que tenemos que acogernos a las directrices del maestro, porque a la larga es un estilo de vida. Y Jesús va delante; como veremos en algún momento va delante y va deprisa porque no quiere tardar en llegar.
Aunque pudiera parecer una referencia al camino físico no es solo eso, quiere expresarnos algo más, del sentido de camino de nuestra vida y cómo tenemos que realizarlo, de nuestra vocación que es un camino especial al que nos invita Jesús, de las exigencias del camino que nunca serán caminos de violencia que queramos imponer, nos habla también de la libertad también con que hemos de emprenderlo al tiempo que también lo ofrecemos a los demás.
No es fácil muchas veces encontrar nuestro camino y seguirlo hasta el final. Nos entran dudas, aparecen los cansancios, en ocasiones incluso nos desviamos pero si queremos hacerlo necesitamos un plus de fidelidad y de perseverancia para alcanzar la meta que habíamos soñado. Nos cuesta también seguir el camino con Jesús, porque no son nuestros ritmos cansinos y a veces egoístas sino ir tras las huellas de Jesús; es El quien nos traza las metas y nos señala el camino porque va delante de nosotros. Y aquí con más razón tenemos que evitar lo que nos retarde ese seguimiento, nos distraiga o nos haga volver atrás.
Creo que de todos estos aspectos quiere hablarnos Jesús en el texto del evangelio de hoy. Envía por delante de él a unos discípulos, podíamos decir, para preparar el camino, y se van a encontrar el rechazo y el desprecio; ante la imposibilidad de cumplir su misión surgen resabios vengativos en el corazón de los enviados, pero no es esa la manera de actuar de Jesús. Regaña Jesús a aquellos impetuosos discípulos – por algo los llamaran los hijos del trueno, ‘los boanerges’ – que quieren incluso hacer bajar fuego del cielo para que se cumplan los deseos de Jesús. Pero Jesús es quien viene a anunciar la paz, a construirnos el Reino de Dios que es Reino de paz.
Por otra parte será alguno que muy voluntario él quiere seguir a Jesús a donde quiera que vaya. Jesús le replicará que no vaya buscando en el seguimiento de Jesús facilidades para su vida, comodidades o soluciones fáciles para los problemas de la vida. Las fieras salvajes tienen madrigueras y los pájaros del cielo se construyen sus nidos, pero el Hijo del Hombre vive en el desprendimiento total y en la pobreza suma, porque no tiene donde reclinar su cabeza.
Serán otros a los que llama Jesús en este camino, pero que de alguna manera quieren priorizar primero sus asuntos particulares o las cosas de los suyos. Pero el que se pone en camino tras Jesús lo que ha de priorizar es el seguimiento de Jesús, la radicalidad de su seguimiento, la búsqueda primero que nada, como nos dirá Jesús en otro momento, del Reino de Dios y su justicia, que lo demás se dará por añadidura; Dios nunca abandona y habrá quien se dedique a esos otros asuntos.
Y es que el que sigue un camino ha de mirar siempre adelante para seguir el camino; en nada podemos distraernos de lo que es lo principal, nuestra mirada no se puede quedar en las superficialidades que aparezcan en nuestro entorno ni en las cosas que dejamos atrás. Quien conduce un vehículo por una senda, no se puede mirar para detrás a ver el camino que ha quedado detrás, porque pronto además se va a salir entonces del camino. No es fácil en ocasiones porque atrás pueden quedar esos apegos que hemos arrancado del corazón o podemos seguir pensando en lo bueno que en otros momentos hayamos podido vivir. Nos cuesta aceptar la novedad del camino del Evangelio que se va abriendo en todo momento delante de nosotros por la fuerza del Espíritu.
Cosas que nos suceden en el camino de la Iglesia que siempre tiene que ir navegando hacia delante en los nuevos rumbos que el Espíritu nos va sugiriendo, nos va inspirando en aquellos que como profetas están en la Iglesia para señalar sendas y caminos.
Pero nos surge tantas veces la añoranza, el pensar que otros tiempos fueron mejores, el queremos volver a cosas que pudieron haber sido muy buenas en el pasado pero que ya no responden a los retos que tiene hoy la Iglesia en el tiempo que vivimos; añoramos ritos antiguos, añoramos ambientes de cristiandad vividos en otros momentos de la historia, tenemos miedo del presente que nos parece el momento más difícil de todos los tiempos, olvidando que siempre ha habido tiempos difíciles y siempre ha estado el Espíritu del Señor guiando a la Iglesia como lo hace también en nuestros tiempos.
Un camino que se abre delante de nosotros, un camino con unos pasos concretos siguiendo las huellas de Jesús, un camino que haremos siempre asistidos por la fuerza del Espíritu que Jesús nos prometió y nos dio. Un camino perseverante, un camino de fidelidad, un camino vivido en alegría y libertad, un camino que será siempre un camino de amor.


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