viernes, 14 de junio de 2019

Somos un instrumento de barro llenos de debilidades pero que llevamos en nosotros el tesoro de la fe y de la gracia de Dios


Somos un instrumento de barro llenos de debilidades pero que llevamos en nosotros el tesoro de la fe y de la gracia de Dios

2 Corintios 4, 7-15; Sal 115; Mateo 5, 27-32
Según el valor de la joya que queramos guardar probablemente busquemos el joyero apropiado también rico en valor y belleza en consonancia con la riqueza del preciado tesoro. En ocasiones nos encontraremos el cofre aparentemente es de mayor riqueza y belleza que la misma joya que contiene, pero que sin embargo para nosotros puede tener un valor especial según nuestros propios sentimientos. No es difícil encontrarnos en exposiciones o en museos obras de arte en preciados cofres que un día contuvieron cosas de gran valor.
Me hago esta consideración como a contraluz de lo que hoy nos dice la Palabra de Dios que nos habla de un tesoro que sin embargo portamos en vasijas de barro. Una vasija de barro que fácilmente se puede quebrar y romper y en consecuencia poner en peligro ese tesoro que contienen. Pero es así para que no nos quedemos en la vasija sino que realmente vayamos a buscar ese tesoro que es lo que en verdad tiene que enriquecer nuestra vida. En lo que mencionábamos como introducción nos encontramos con valiosos cofres que un día contuvieron preciados tesoros, pero ese tesoro se perdió quedando solo el cofre que la contenía. ¿A qué tenemos que dar más valor?
Hablaba el apóstol como el tesoro de la predicación, el tesoro de la Palabra de Dios que hemos de proclamar, está contenido en vasijas de barro, para hablarnos de nuestra propia debilidad y que entonces la Palabra de Dios tiene su riqueza y belleza por si misma, porque es la Palabra de Dios, y no por el valor o sabiduría del predicador que la proclame.
Podemos hablar de nuestra fe como podemos hablar del Reino de Dios, podemos hablar de esos valores y principios fundamentales de la vida cristiana como de toda la gracia maravillosa del Señor que nos llega a través de la Iglesia y a través de aquellos que en la Iglesia tienen la especial misión del anuncio del Evangelio; podemos hablar de la grandeza del sacerdocio que ejerce el presbítero en nombre de Cristo de Sacerdote o podemos hablar de la maravilla del matrimonio formado por un hombre y una mujer con sus valores y cualidades o también con la pobreza de sus vidas. Pero ahí está el tesoro que tenemos que descubrir, como nos hace ver hoy también el evangelio.
No son nuestras elocuencias o sabidurías humanas los que le dan valor a la fe, a la Palabra de Dios, al Reino de Dios o al mismo evangelio. El hombre o la persona a quien se le ha confiado esa misión o que tiene ese ministerio en la Iglesia es solo el instrumento, vasija de barro lleno de debilidades, pero que sin embargo tiene la excelsa misión de ese anuncio del Reino de Dios. Lo importante es esa Palabra que en nombre de Dios nos trasmite con maravillosa elocuencia o tartamudeando en la pobreza de sus valores o cualidades personales.
Es no quita para que cuidemos que el instrumento sea bueno y procuremos su dignidad y también esté cultivado por así decirlo. Pero sabemos que la maravilla de la gracia es obra del Señor, es un don de Dios. Instrumento de barro somos porque, es cierto, estamos llenos de debilidades, pero es la gracia de Dios la que nos transforma y la que obra maravillas aunque nosotros seamos pobres y pequeños. En esa pobreza y pequeñez se manifiesta lo que es la maravilla de la gracia del Señor.
Hoy Jesús en el evangelio nos recuerda la maravilla que es el matrimonio tal como es querido por Dios, pero conscientes somos de nuestras debilidades, de la pobreza de los instrumentos de nuestra vida que muchas veces pueden poner en peligro esa estabilidad del amor matrimonial. Vasijas de barro somos pero capaces de contener el amor más hermoso vivido en la entrega y en la fidelidad, también en el sacrificio y aún a pesar de nuestras debilidades. No podemos dejar que se empañe esa maravilla del amor matrimonial a causa de los egoísmos y los orgullos que se meten tantas veces por dentro con afán de destruirlo. Y es que por encima de lo que somos valemos – que por supuesto hay que tenerlo en cuenta – está la gracia del Señor que todo lo engrandece haciéndolo incluso sobrenatural.



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