sábado, 15 de junio de 2019

La sinceridad y la autenticidad de nuestras palabras y de nuestra vida nos facilita el encuentro para caminar juntos y hacer que nuestro mundo sea mejor


La sinceridad y la autenticidad de nuestras palabras y de nuestra vida nos facilita el encuentro para caminar juntos y hacer que nuestro mundo sea mejor

2Corintios 5, 14-21; Sal 102; Mateo 5, 33-37
Hoy para todo necesitamos dejar constancia en documento escrito firmado y sellado y si es ante notario mejor, y aun así seguimos con la desconfianza de la falsedad, porque la veracidad de nuestras palabras no es algo que brille con brillo especial.
Recordamos la veracidad de la palabra dada por nuestros mayores, daban su palabra, un apretón de manos y ya no era necesario ningún documento más porque nos podíamos fiar de la palabra dada. Hoy quizá hay momentos que ni bajo juramento nos creemos en lo que nos decimos. Ocultamos, engañamos, dejamos lados oscuros que nadie entiende o para que no nos entiendan y así vamos por la vida con la desconfianza por delante porque no nos fiamos, como se suele decir, ni de nuestra propia sombra.
Estamos haciendo mención por una parte a la veracidad y a la sinceridad con que hemos de andar por la vida en este mundo tan lleno de vanidades y de falsedades. Prima nuestro yo y nuestros intereses y ocultamos la verdad para que nada nos perjudique en nuestros intereses particulares y egoístas y nos vamos envolviendo en trampas de todo tipo. ¿Qué mundo y qué sociedad hacemos así?
Pero también estábamos haciendo mención a que ni siquiera respetábamos lo sagrado del juramento. Jurar es poner a alguien por testigo de aquello que hacemos o decimos, pero, ¿quién se puede fiar de nosotros para ser testigos de la veracidad de lo que decimos? Claro que en su sentido más profundamente religioso el juramento es poner a Dios por testigo de lo que decimos. Si en cualquier juramento unas condiciones necesarias son la sinceridad de lo que decimos y la justicia con que lo hacemos, ¿cómo podemos atrevernos a jurar por Dios en la falsedad y en la injusticia de nuestros actos? Grave pecado, grave sacrilegio tendríamos que decir. Por eso para no mermar la santidad y la importancia del juramento no ha de hacerse sin necesidad.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el Evangelio. Y nos dice que no juremos ni por lo más sagrado. Que nos basta decir si o decir no. Con lo que hay que resaltar entonces la sinceridad con que andamos por la vida. Ojalá siguiéramos el mandato del Señor. Qué felices seríamos y que bonitas serían nuestras mutuas relaciones. Crearíamos confianza entre unos y otros y así seriamos capaces de tendernos las manos los unos a los otros para caminar juntos y para juntos hacer que nuestro mundo sea mejor.
Desgraciadamente llenamos de oscuridades nuestra vida con nuestra falta de sinceridad. Y no son solo ya las palabras que pronunciemos sino las actitudes negativas con que vivimos en la vida. Nos queremos revestir de honorabilidad pero tenemos muchos lados oscuros en la vida, esas sombras de vanidad, de falsedad de hipocresía en que nos envolvemos. Despojémonos de esas falsas vestiduras y revistámonos de luz, la luz de la sinceridad y de la verdad, la luz de la autenticidad y de la congruencia.
La sinceridad y la autenticidad de nuestras palabras y de nuestra vida nos facilitan el encuentro para caminar juntos y hacer que nuestro mundo sea mejor. Y en esto los que nos decimos seguidores de Jesús tenemos un compromiso que cumplir. Seguimos a Jesús que es el Camino, y la Verdad, y la Vida.


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