lunes, 8 de abril de 2019

Seamos humildes reconociendo que también cometemos errores y así seremos compasivos y misericordiosos con los demás a imagen de nuestro Padre del cielo


Seamos humildes reconociendo que también cometemos errores y así seremos compasivos y misericordiosos con los demás a imagen de nuestro Padre del cielo

Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Juan 8,1-11

No siempre conocemos lo que hay en el interior de las personas y muchas cosas hermosas se pueden escoger en la intimidad de nuestro ser, de la misma manera que también podemos tener lados oscuros en nuestro interior llenos de malicia y de malas intenciones. Conocemos a las personas desde lo que manifiestan, desde lo que es su apariencia exterior, pero no tenemos por que andar en la vida desconfiando de la sinceridad de lo que muestran para llenarnos de sospechas y de juicios condenatorios. Es cierto que por el fruto de conoce el árbol, pero también en la apreciación de ese fruto podemos entrar en confusiones que nos pudieran llevar al juicio y a la condena.
Esto por una parte donde tenemos que aprender a no juzgar ni condenar, pero donde también hemos de presuponer la buena voluntad y la buena intención en lo que hacen los demás. Pero aun así me podéis decir, es que estamos viendo claramente lo malo que está haciendo y entonces claro que podemos condenar. ¿Y a ti por cualquier debilidad que tenga siempre tenemos que condenarte? Porque somos débiles, no siempre somos capaces de sentir la verdadera fortaleza para superar aquel mal momento, aquella tentación que nos sobreviene y en nuestra debilidad podemos cometer el error. ¿Y ya por eso condenamos?
Se suele decir que el mejor escribano hace un borrón, por lo que siempre tendríamos que estar en disposición de disculpar el error, dar la posibilidad a que esa persona se corrija y cambien su manera de actuar o las actitudes que pueda tener dentro de si, pero en otro momento no tener el mismo tropezón o hacer el mismo borrón.
Distintas y nuevas tienen que ser nuestras posturas y actitudes ante los errores o los pecados, como queramos decir, que puedan cometer los demás. Y pensemos que con el mismo juicio que nosotros condenamos, vamos a ser juzgados nosotros y condenados a la mínima también. Somos seres humanos, y en consecuencia sujetos a errores, y conociendo como todos tenemos nuestras debilidades, con esas buenas posturas hemos de ir por la vida en nuestra relación y trato con los demás. De eso nos habla mucho el evangelio.
Hoy en la celebración volvemos, en este ciclo, a escuchar el mismo evangelio que ayer domingo. La mujer sorprendida en adulterio que traen a la  presencia de Jesús ya condenada previamente pero para ver cual sería la postura que iba a tomar Jesús. Y el que ya en el evangelio nos había dicho ‘no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados’, es la respuesta que da Jesús a aquellos que vienen con exigencias de condenas, haciéndoles recapacitar que todos en la vida tenemos pecados, porque no siempre somos fieles al mandamiento del Señor.
Con esa hipocresía andamos muchas veces en la vida, porque nos damos por buenos, nos presentamos fácilmente como cumplidores, sabiendo que nuestro corazón está muy lejos de los caminos del Señor. Pero en nuestra vanidad queremos siempre aparentar que somos buenos, que no vayan a pesar mal de mí los demás cuando ya me he creado un prestigio. Con lo fácil que sería ser humilde reconociendo que también somos débiles, que también cometemos errores, y así seríamos siempre comprensivos con los demás.
No olvidemos lo que nos repite Jesús en el evangelio, que seamos santos, que seamos compasivos y misericordiosos porque nuestro Padre del cielo – que El si es el único Santo – es siempre compasivo y misericordioso con nosotros. Qué distinto sería nuestro caminar por la vida.

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