jueves, 18 de abril de 2019

Es la hora del amor, es el paso del Señor, es la pascua, es la hora de comenzar a vivir su misma vida en su mismo amor



Es la hora del amor, es el paso del Señor, es la pascua, es la hora de comenzar a vivir su misma vida en su mismo amor

Éxodo 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Corintios 11, 23-26; Juan 13, 1-15
‘Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido’ nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Mientras en la lectura del Éxodo escuchábamos ‘porque es la Pascua, el paso del Señor’.  Y Jesús en el evangelio nos dice que ‘ha llegado la hora, la hora de pasar de este mundo al Padre’.
Tres expresiones podríamos decir que nos están manifestando la grandeza del momento. No es un momento cualquiera al que hacen referencia las lecturas de la Palabra hoy proclamadas en la liturgia, como no es un momento cualquiera el que ahora nosotros estamos viviendo. Es el hoy de nuestra salvación; es el hoy del paso de Dios por nuestra vida; es el hoy de la Pascua. Y ese hoy no es simplemente recordar tiempos pasados o circunstancias que hayamos podido vivir en otros momentos. Es el hoy que nosotros tenemos que vivir, en esas circunstancias concretas de nuestra vida, como de la vida de nuestro mundo. Porque es el hoy en que Dios llega a nuestra vida.
Cuando celebramos jueves santo es una simplemente repetición de otros momentos o de otros hechos. San Pablo nos dice que ha recibido una tradición que al mismo tiempo nos trasmite. Es cierto que hacemos memoria, pero la palabra que mejor lo expresa es memorial, porque no solo es recuerdo sino que es presencia en el hoy de nuestra vida. Es el paso del Señor en el hoy de nuestra vida, tal como somos, tal como vivimos, en el mundo concreto en que estamos, con aquellas cosas que suceden en el hoy de nuestro mundo.
Esto nos tiene que dar la intensidad con que nosotros queremos vivir hoy jueves santo, como la intensidad que le daremos mañana al Viernes Santo, pero será la intensidad de la Pascua que viviremos cuando lleguemos en el amanecer del domingo a la celebración de la resurrección. No lo podemos vivir de una forma cualquiera. Es nuestra vida que se abre a la presencia de Dios en nosotros.
Contemplemos y revivamos cuanto hoy celebramos. Sí, contemplar, quedarnos como extasiados ante el cuadro que nos presenta el evangelio. Allí están en aquella sala grande en el piso de arriba que aquella familia ha facilitado a Jesús para celebrar la cena pascual. Allí está todo preparado, como ayer escuchábamos que hacían los discípulos a las indicaciones de Jesús. Allí está sintiendo Jesús la grandeza de aquel momento. ‘Había llegado la hora…’ Y se rompen los protocolos.
Es Jesús el que se levanta de la mesa y se despoja del manto, ciñéndose una toalla a la cintura. Normal era que se ofreciera agua al huésped que llegara a casa para que se purificara, pero ahora es Jesús el que va postrándose a los pies de los apóstoles para ser El quien les lavara los pies. Asombro, desconcierto, lo contemplamos en los rostros de los apóstoles; reticencias como la de Pedro que no quiere permitirlo, pero insistencia de Jesús. ‘No tendrás parte conmigo’ y en su amor por Jesús ya Pedro está dispuesto para no separarse de Jesús que no solo sean los pies sino todo. ‘Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos’.
Este gesto de Jesús es bien significativo. Quien se quita el manto y se ciñe bien es el que se dispone a trabajar, a servir. Es lo que está realizando Jesús. Porque es el signo de su entrega. El es el Maestro y el Señor, pero es quien ha venido a servir, a dar su vida en rescate por muchos. Es el signo de su entrega con el amor más grande que nadie habría podido imaginar. Es el amor del que da su vida por los ama. Es el amor con el que el Señor nos ama a nosotros.
Ahí está el paso del Señor, entonces y ahora. Es el Señor que nos ama, que me ama a mi, que me ama tal como soy, que me ama aunque sea pecador, que me ama y sigue amándome por toda la eternidad para dar su vida por mi. Y es lo que ahora tengo que sentir y tengo que vivir. No podemos cansarnos de considerar lo que es el amor que Dios nos tiene y que así se nos manifiesta en Jesús.
Por eso a partir de entonces vamos a sentir que cada vez que comemos del Pan que Jesús nos da y bebemos de su copa vamos a sentir que está con nosotros, que por nosotros está dándosenos, que nos está amando y podemos y tenemos que sentir su presencia de la misma manera que la sintieron los apóstoles en aquella cena pascual.
Parte el pan y nos lo reparte para que lo comamos, es su cuerpo; por eso cada vez que comemos de ese pan hacemos memoria del Señor – ‘haced esto en memoria mía’ nos ha dicho – y ya no es un pan cualquiera que comemos, sino que estamos comiendo al mismo Señor. Aquel Pan de vida que prometió allá en la sinagoga de Cafarnaún y que nos dijo que era su carne, y que quien comiera su carne y bebiera su sangre tendría viva para siempre, nos resucitaría en el último día.
Los discípulos no terminaron de comprender totalmente las palabras de Jesús allá en la sinagoga; ahora en la cena pascual lo están entendiendo. Como nosotros que parece que no siempre entendemos y creemos en total fidelidad las palabras de Jesús, pero que ahora tenemos que sentir de una manera especial dentro de nosotros. Porque ahora tenemos que comprender y tenemos que comprender que es el paso del Señor, es la Pascua.
Un paso del Señor que nos transforma, que nos pone en nuevo camino, que nos impulsa a vivir su misma entrega, que nos llena de su Espíritu para que vivamos su mismo amor. Entenderemos entonces lo que nos dice Jesús que tenemos que amarnos y no con amor cualquiera sino con un amor como el suyo. ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’, nos dice. Y entenderemos todo aquello que a lo largo del evangelio nos ha dicho de cómo tiene que ser nuestro amor, para amar a todos, para rezar por todos, para sentirnos en comunión con todos, para con todos tener un corazón abierto al perdón y a la verdadera comunión.
Es la pascua, es el paso del Señor, es la hora del amor, es la hora de comenzar a vivir su misma vida en su mismo amor.

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