domingo, 24 de febrero de 2019

Por encima de todas las consideraciones humanas que nos podamos hacer dejémonos empapar por el espíritu del Evangelio para que brille en nosotros el verdadero amor



Por encima de todas las consideraciones humanas que nos podamos hacer dejémonos empapar por el espíritu del Evangelio para que brille en nosotros el verdadero amor

1Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; Sal 102; 1Corintios 15, 54-58;  Lucas 6, 27-38

Página sublime sobre el amor la que nos ofrece hoy el evangelio. Muchas veces cuando buscamos una página de la Escritura que nos hable de la sublimidad del amor acudimos todos al capítulo 13 de la primera carta a los Corintios, y por supuesto que no hacemos mal, porque san Pablo elocuentemente y hasta de forma poética nos hace allí una bello cántico del amor. Pero no es menos sublime, sino que me atrevo a decir que tiene una profundidad mayor en la forma concreta de cómo nos habla del nuevo sentido del amor, esta página del evangelio que hoy se  nos propone en la liturgia de este domingo.
Es una página rompedora, porque de alguna manera nos trastoca los conceptos y la manera que tenemos de ver el sentido del amor. Porque pensemos, por ejemplo, cómo amamos nosotros y a quien amamos de forma casi espontánea y natural. Nuestra forma natural de entender el amor es entrar en la órbita donde nos sentimos amados y convertimos nuestro amor como en un intercambio; me amas, te amo, haces algo por mí yo lo haré por ti también, hoy te presto un servicio y hasta soy capaz de sacrificarme pero ya tú me corresponderás cuando yo lo necesite. Pero pensemos seriamente, ¿no se nos quedará algo cojo un amor así tan interesado y tan de búsqueda de correspondencias?
Y ¿qué nos dice Jesús hoy? Eso lo hace cualquiera, no viene a decir. Hasta los paganos lo hacen, hasta los que no tienen ningún sentido de Dios hacen lo mismo también con los suyos. Decimos un amor solidario, porque nos sentimos hermanos e iguales, y eso está bien, pero es que el amor tiene que ser algo más; también a los que no se consideran iguales – y bien que nos hacemos esas distinciones, aunque digamos lo contrario, en la sociedad en la que vivimos – tenemos que mostrar amor; también al que pueda sentir como un contrincante, porque tiene opiniones distintas, porque plantea las cosas de otra manera – y miremos como en la normalidad de la sociedad en la que vivimos a los contrincantes parece que hasta los consideramos enemigos – pues también a esos tenemos que amar.
La altitud de miras que nos propone Jesús, el ideal de amor que nos ofrece – y que veremos en El primero que nada – es muy distinto, porque nos está diciendo que no solo a los que no piensan como nosotros sino incluso a aquellos que nos hayan podido hacer mal, a esos también tenemos que amar.
No es un amor cualquiera, no es un amor vivido con cualquier medida a lo humano que siempre se nos quedará raquítica, es un amor generoso, un amor amplio, un amor con miras universales lo que nos está proponiendo Jesús. No es un amor fácil porque aunque estamos hechos para el amor sin embargo pesan en nosotros muchas debilidades humanas; y fijaos que digo humanas, porque entran en las características de la persona; que no son simplemente meros instintos animales, en cosas que nos pueden deshumanizar; es que el amor que nos enseña Jesús, como decíamos antes, es un amor sublime, que nos eleva y nos pone por encima de los mejores deseos humanos que podamos tener; es un amor que de alguna manera nos diviniza, nos hace entrar en el ámbito de lo sobrenatural.
Pero eso no significa que no lo podamos alcanzar, que no lo podamos vivir. Delante de nosotros va Jesús con ese amor, como ejemplo y como estímulo señalándonos el camino, pero es además que con nosotros va Jesús que nos acompaña con su gracia, que nos fortalece con su vida divina en nosotros. El nos regala su Espíritu, su Espíritu de amor. Y es que Jesús nos está señalando un nuevo sentido de vivir.
Al entrar en esa nueva órbita del amor estamos entrando un nuevo sentido de vivir. Es cuando aparece en nosotros la compasión verdadera y el verdadero espíritu de la misericordia. Es cuando en la generosidad de nuestro amor entraremos en los caminos del perdón, y ya sabemos cuánto en este sentido luego a lo largo del evangelio nos irá diciendo Jesús.
No terminamos de entenderlo en toda su amplitud y por eso nos cuesta luego tanto el vivirlo. Porque seguimos juzgando y condenando, seguimos haciéndonos nuestras reservas para quien un día falló o para quien en una ocasión quizá nos ofendió; porque aunque digamos lo contrario y hablemos de manera sublime del amor y de la misericordia, seguimos marcando como con un sambenito a quien un día cometió un grave error o un grave pecado y aunque decimos que perdonamos quizá todavía seguimos queriendo ponerlo en manos de la justicia o querríamos hacerlo desaparecer de la faz de la tierra.
Tenemos que pensarnos muy mucho eso que decimos que la Iglesia es la casa de la misericordia cuando quizá seguimos dejándonos arrastrar por criterios del mundo donde no cabe el perdón y puede que no aparezcan tan claras esas actitudes y valores evangélicos porque ciertas influencias mediáticas siguen cargando sobre la misma Iglesia y podríamos quizá comenzar a actuar como nos pide el mundo. Triste sería que la Iglesia no se mostrara siempre como la madre de la misericordia para todo el género humano, y digo, para todos.
Por encima de todas esas consideraciones humanas que nos podamos hacer dejémonos empapar por el espíritu del Evangelio para que brille en nosotros el verdadero amor.



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