viernes, 25 de enero de 2019

Seamos capaces de abrir los ojos y los oídos del corazón para dejarnos encontrar por el Señor, como lo hizo Saulo de Tarso


Seamos capaces de abrir los ojos y los oídos del corazón para dejarnos encontrar por el Señor, como lo hizo Saulo de Tarso

Hechos 22,3-16; Sal. 116; Marcos 16,15-18

A la gente le cuesta creer que se pueda cambiar y que se pueda cambiar de una manera radical. Quizás desde nuestra propia experiencia personal en que vemos cuánto nos cuesta superarnos, corregir aquel defecto o mala costumbre, ser mejores en cosas que reconocemos que no hacemos bien; o quizá observando a muchos en nuestro entorno que se envician con determinadas cosas y ya viven como esclavizados para siempre, desde el que quiere dejar de fumar y le cuesta horrores dejar el cigarrillo, o desde el que se acostumbra a la bebida llegando a límites que ya superan lo normal y que siempre tendrá una disculpa para otra copita o para decir que ya mañana comenzaremos, y no digamos nada los que se esclavizan con el mundo de las drogas donde tantos dramas estamos viendo cada día y podríamos mencionar muchas cosas más desde nuestras propias pasiones personales desordenadas. Y son también las rutinas de la vida, en nuestras manías, de las que  no terminamos de arrancarnos.
Claro tenemos experiencias negativas que entonces nos cuesta creer que alguien sí pueda cambiar su vida y de forma radical. Necesitaríamos ejemplos palpables delante de nuestros ojos que fueran un testimonio positivo que nos ayudará a comprender nuestras propias situaciones, pero también a aceptar el cambio que puedan realizar los demás.
Cuando entramos en el orden de lo religioso si no tenemos unas vivencias más o menos profundas de nuestra fe fácilmente entremos en el mundo de los recelos cuando de la noche a la mañana vemos a alguien que comienza a vivir de otra manera, se manifiesta más profundamente religioso o lo vemos muy comprometido con la Iglesia. Somos desgraciadamente desconfiados, queremos ver con demasiada facilidad segundas intenciones en lo que hace la gente y lo mismo  nos cuesta aceptar la sinceridad de tales personas que cambian su vida, quizá porque nosotros simplemente muchas veces nos dejamos arrastrar por nuestras rutinas y no llegamos a algo profundo en nuestra vida.
Pero es cierto, hemos de reconocerlo, que en un momento determinado hay algo que nos hace cambiar; una palabra que escuchamos y que nos plantea interrogantes interiores, un acontecimiento extraordinario que nos impacta y nos hace reflexionar, el testimonio positivo de otras personas a nuestro lado, o las mismas cosas de cada día en que normalmente no nos fijamos pero que en un momento dado nos llaman la atención y nos hacen preguntarnos por cosas fundamentales de la vida.
Quizá algo que contemplamos, escuchamos o vivimos en un momento determinado, pero que entonces quizás no  nos dijo nada, pero eso quedó en nuestro interior y fuimos rumiándolo hasta que un dia nos dimos cuenta de la verdad que contenían y encontramos una luz nueva para nuestro actuar y nuestro existir. Son llamadas que vamos recibiendo en la vida, a las que a veces no estamos atentos, pero que otras veces suenan fuerte dentro de nosotros y nos hacen plantearnos un nuevo sentido de vida.
Hoy estamos celebrando uno de esos cambios de gracia que también nos repercuten en nuestra vida. Lo llamamos conversión. Fue la conversión de Saulo en el camino de Damasco, como hemos escuchado en el relato de los Hechos de los Apóstoles. Sería luego san Pablo, uno de los Apóstoles del Señor, que aunque no fuera de los que siguieron a Jesús por aquellos caminos de Palestina, se convertiría en el gran Apóstol misionero del Evangelio en aquel mundo antiguo, podríamos decir, a lo largo y ancho del Mediterráneo.
¿Qué fue lo que le sucedió? Había sido un enemigo acérrimo del nombre de Jesús, de su evangelio y de cuántos seguían el camino de Jesús. Con cartas de las autoridades de Jerusalén iba a Damasco en búsqueda de esos seguidores de Jesús para llevarlos presos a Jerusalén. Pero Jesús le salió al encuentro.  No nos entretenemos ahora en los detalles que escuchamos detalladamente en el texto de los Hechos o de las mismas cartas de San Pablo.
Tras aquel encuentro su vida cambió, como solemos decir, se cayó del caballo, aunque en el texto sagrado no se habla de ningún caballo, pero es una expresión de la caída de su pedestal de orgullo e intransigencia tras ese encuentro con Jesús. Su vida cambió, de perseguidor intransigente se convirtió en Apóstol y misionero anunciando el nombre de Jesús. Mucho podríamos ahora hablar de su vida, de sus viajes, de sus escritos, las cartas apostólicas que tenemos recogidas en la Biblia y que escuchamos en su proclamación en la Iglesia como Palabra de Dios para nosotros.
No se trata de hacer una exégesis de su vida, sino que desde su testimonio de conversión mirarnos a nosotros mismos para ver la respuesta que hemos de dar a tantas llamadas que nos hace el Señor. Nos cuesta responder, nos cuesta cambiar, nos cuesta dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Necesitamos a aprender a responder a su gracia, a su llamada de amor y dejarnos encontrar por el Señor. Desde ese encuentro vivo nuestra vida sería bien distinta, el testimonio que tendríamos que dar sería muy valioso. ¿Seremos capaces de abrir los ojos y los oídos del corazón para dejarnos encontrar por el Señor, como lo hizo Saulo de Tarso?





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