sábado, 17 de noviembre de 2018

Cuando saboreemos en el amor nuestro encuentro con Dios estaremos siempre buscándole, deseando estar en el gozo de su presencia



Cuando saboreemos en el amor nuestro encuentro con Dios estaremos siempre buscándole, deseando estar en el gozo de su presencia

1Juan 5-8; Sal 111; Lucas 18,1-8

Una virtud que muchas veces nos falla en la vida es la constancia. Nos cuesta perseverar, mantener el ritmo, llegar hasta el final. Vienen los cansancios cuando la meta parece que tarda en llegar y nos decimos para que seguir luchando; no tenemos confianza en que podemos alcanzar el objetivo, la meta, y nos entran las desganas, mil tentaciones de abandonar la lucha, de tirar la toalla.
Es en nuestras luchas personales por tratar de superarnos, de mejorar nuestra vida; nos cuesta trazarnos una meta y ser fieles y continuos en nuestra lucha hasta conseguirlo; así nos cansamos de nuestros trabajos y queremos estar cambiando siempre, no porque surjan iniciativas que nos lleven a un mayor crecimiento sino quizás para rehuir el aburrimiento que decimos tenemos porque nos parece todo siempre lo mismo. Es en el trabajo, es en nuestras responsabilidades que quizá empezamos con mucha fuerza pero poco a poco nos vamos desinflando, es en nuestra vida interior, en el crecimiento de nuestra espiritualidad. En muchas cosas nos damos cuenta que nos cuesta perseverar, que no somos lo suficientemente constantes.
Y aquí entra el tema que nos apunta Jesús hoy en el evangelio, la oración. No somos perseverantes, porque quizá nuestra fe es floja y débil, porque no terminamos de tener confianza en que el Señor nos escucha, o porque algunas veces somos demasiado interesados y materialistas en lo que pedimos y siempre el Señor nos va a dar lo mejor para nuestra vida; claro como no vemos lo que nosotros ansiamos en esa superficialidad en que vivimos muchas veces, dejamos pronto a un lado nuestra oración. No hemos aprendido por otra parte a saborear la oración como tendríamos que hacerlo.
Nos dice el evangelista que Jesús nos propuso esta parábola ‘para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar sin desanimarse’. Y nos habla de la viuda que pide justicia pero que no es escuchada. Pero ante su insistencia al final el juez decide hacerle justicia aunque solo fuera por quitársela de encima. La perseverancia de aquella mujer hizo que al final fuera escuchada.
No es que Dios nos escuche con la actitud displicente de aquel juez. La escucha que el Señor hace de nuestras plegarias entra en otra onda, porque Dios nos ama, porque Dios es nuestro Padre ¿y qué padre no escucha a sus hijos? Es no solo la perseverancia sino la confianza con que nosotros hemos de acudir a Dios. El nos escucha.
Pero es lo que antes mencionábamos de paso, tenemos que aprender a saborear nuestra oración. No es solo pedir, es disfrutar de la presencia de quien sabemos que nos ama. Como el hijo se siente a gusto con su madre, como el amigo busca la compañía del que sabe que le aprecia mucho y que es su amigo, es el gozo de estar con Dios. No necesitamos en ocasiones palabras, sino dejar que fluyan nuestros sentimientos; no necesitamos palabras sino saber que estamos con quien nos ama.
Y ahí estaremos con nuestro amor y saboreando el amor de Dios; y ahí estaremos con nuestros gozos y alegrías y gozándonos en Dios; y ahí estaremos con nuestras necesidades que bien sabemos que Dios las conoce; y ahí estaremos y seremos capaces de presentar ante la mirada de Dios a todos aquellos a los que amamos para que sientan la mirada de Dios, para que sientan su bendición.
Cuando saboreemos así  nuestro encuentro con Dios ya no necesitamos que nos digan que seamos constantes, porque siempre estaremos buscando a Dios, deseando estar en el gozo de su presencia.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Vigilancia y confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad


Vigilancia y confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad

2Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17,26-37

No te esperaba ahora, sabría que vendrías pero no pensaba que fuera tan pronto; mira como tengo las cosas, la casa sin recoger, sin limpiar, pensaba hacerlo después… Alguna vez quizá hemos razonado así, buscando disculpas por no tener todo preparado, ante una visita no tan inesperada, pero sí que llegó en el momento inoportuno para nuestros intereses. Nos descuidamos, dejamos las cosas para después, no ordenamos las cosas y al final surge lo inesperado.
Bueno, esto es una imagen de algo que en la vida nos sucede tantas veces. Un motivo de reflexión en la humano, en las cosas que cada día hacemos o tenemos que hacer, sobre nuestras responsabilidades y nuestras dejaciones, o la superficialidad con que vivimos la vida estando solamente a lo que salga sin preocuparnos de darle una mayor profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos. Necesitamos muchas veces en la vida detenernos, no quedarnos en un activismo o en un estar simplemente entretenido. Muchas veces no hacemos mayores cosas sino que nos contentamos con estar entretenidos, como también tenemos la tentación de dejarnos arrastrar por la rutina y no poner todo nuestro ser en aquello que hacemos para hacerlo de la mejor forma posible.
Pero también esta reflexión surge de lo que hoy nos dice el evangelio. Es lo que estamos escuchando con mayor intensidad estos días. Una invitación a la vigilancia y a la responsabilidad con que hemos de vivir la vida; pero una invitación a que no hagamos dejación de todo lo que son nuestros compromisos cristianos, nuestra vida espiritual, nuestra unión con el Señor y la purificación interior que hemos de vivir siempre atentos al encuentro con el Señor que llega a nuestras vidas y nos puede sorprender con sus llegadas inesperadas por causa de nuestras insensatez, nuestra tibieza espiritual, o nuestra rutina.
El lenguaje del texto que hoy se nos ofrece tiene unas características que solemos llamar apocalípticas. Pero decimos apocalípticas no en el sentido profundo de la palabra sino en el sentido de lo catastrófico que se nos presenta. Quizá desde una lectura superficial del libro del Apocalipsis hemos unido lo catastrófico a lo apocalíptico, y eso es lo que hoy interpretamos de las palabras de Jesús.
Pero si, como en un paréntesis, hemos de decir que el libro del Apocalipsis es un libro de esperanza; Apocalipsis es la revelación del Señor, que en medio de esas situaciones difíciles en que nos podemos encontrar en la vida – el Apocalipsis fue escrito en tiempos de persecución y es lo que reflejan sus imágenes – pues en esos momentos difíciles sabemos que el Señor llega a nuestra vida y llega con su vida y salvación. El final del Apocalipsis nos habla de momentos de triunfo, ya no habrá muerte ni dolor porque un mundo nuevo ha surgido, el nuevo cielo y la nueva tierra. Valga este comentario como decíamos a manera de paréntesis para mejor entender las palabras de Jesús.
La llegada del Señor no ha de ser para el temor, sino para el amor porque es encuentro con el Señor que nos ama. Quizá lo inesperado del momento nos asusta, por aquello de que no estamos quizá preparados, pero esto nos ha de hacer pensar en esa vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida para no separarnos de nuestra unión con el Señor, para ser fieles y no apartarnos de sus caminos.
Es la vigilancia y la confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Jesús nos dice que tenemos que estar vigilantes porque vendrán momentos de confusión porque en esas cosas espectaculares que nos anuncian no encontraremos la salvación



Jesús nos dice que tenemos que estar vigilantes porque vendrán momentos de confusión porque en esas cosas espectaculares que nos anuncian no encontraremos la salvación

Filemón 7-20; Sal 145; Lucas 17,20-25

Aunque hoy parece que nos lo sabemos todo y pensamos que a nosotros nadie nos engaña sin embargo en ocasiones vivimos en una ingenuidad que nos hace dejarnos confundir con cualquier cosa que aparezca fuera de lo normal o cualquier cosa que nos digan que si hacemos esto o lo otro no se cuantas veces vamos a conseguir suerte y no sé cuantas cosas milagrosas; decimos que no nos lo creemos, pero por si acaso que me cuesta hacer eso que me piden y total al final quedaremos igual.
Ya hoy todo el mundo se manifiesta no creyente o agnóstico, porque parece que eso de está de moda, pero luego creemos en cualquier superstición que nos presenten como milagrosa o nos dejamos influir por no sé qué espiritualidades que aparecen por aquí o por allá y ante la novedad enseguida lo vemos como cosas maravillosas en las que comenzamos a creer o, al menos, dejarnos influenciar. Hemos sido cristianos de toda la vida, no hemos cultivado nuestra fe ni nuestra propia espiritualidad cristiana pero enseguida nos vamos tras cualquier corriente de pensamiento, porque ahí, si decimos, que encontramos algo espiritual que nos eleva y nos hace ser distintos.
Creo que estamos en momentos de gran confusión. Ahora quizá se resalta más esa confusión porque con los medios de comunicación que tenemos cualquier cosa se desparrama por el mundo en un instante, pero creo que en todos los tiempos históricos siempre ha habido momentos de gran confusión. Hoy como decíamos con los medios de comunicación que tenemos se crean redes de manipulación o de extensión de esas confusiones.
¿Quién que utilice las redes sociales del momento no ha recibido más de una vez no se cuantas cadenas que nos prometen milagros mil, imágenes de tipo religioso que esconden detrás muchas cosas raras, o que nos ofrecen nuevas visiones de las cosas, nuevos enfoques que además nos piden que los divulguemos? Tras muchas frases bonitas muchas veces se nos ofrecen, incluso con un cariz religioso, pensamientos que entran en profunda contradicción con el pensamiento de un cristiano; con aquella imagen sugerente, con aquellas palabras bonitas nos dicen cosas muy dispares y que si no las razonamos bien pueden entrar en confusión y contradicción con nuestra fe cristiana.
Por algo Jesús nos dice que tenemos que estar vigilantes porque vendrán momentos de confusión. Nos dirán que está aquí o está allí, pero El nos dice que el Reino de Dios está dentro de nosotros. Nos hablaran de cosas espectaculares, de milagros y hechos extraordinarios, pero nos invita que no nos dejemos confundir. ‘El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros… Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día’.
Es en el evangelio que Jesús nos ha anunciado en lo que tenemos que creer. Lástima que los cristianos primero nos dejemos arrastrar por esas cosas que nos crean confusión antes que ponernos a escuchar el evangelio en nuestro corazón. Queremos todos dar opiniones, queremos que las cosas sean de una forma o de otra y expresamos nuestros gustos, que muchas veces son escaquearnos de la radicalidad y exigencia del evangelio. Dejémonos conducir por el Espíritu de Jesús y mantengamos nuestra fidelidad aunque muchas veces nos cueste o nos parezca que se nos hace cuesta arriba. Siempre la Pascua en toda su amplitud va a estar presente en nuestra vida.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás alejando orgullos innecesarios y reconociéndonos débiles y dependientes de cuanto recibimos de los otros


Aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás alejando orgullos innecesarios y reconociéndonos débiles y dependientes de cuanto recibimos de los otros

Tito 3,1-7; Sal 22; Lucas 17,11-19

Ya nos dice la sabiduría popular que es de bien nacidos el ser agradecidos, pero cuidado que eso lo tengamos en cuenta más para lo que hagan o dejen de hacer los demás que para las actitudes y gestos de gratitud que nosotros podamos tener hacia los que nos hacen bien. Como se suele decir no cuesta nada decir ‘gracias’. Sin embargo en la vida podemos ir como aquellos que se lo merecen todo y nunca tienen un gesto de agradecimiento hacia los demás por lo que hacen con nosotros. Fácilmente olvidamos la palabra, pero más bien quizá olvidamos la actitud del corazón.
Es un gesto y una actitud que nos engrandece, es un gesto de nobleza y de humildad, es un gesto con el que sabemos valorar lo que hacen los demás por pequeño que sea aun cuando nosotros directamente no salgamos beneficiados, es un gesto que brota de la alegría serena de nuestro corazón que aun reconociendo sus propias debilidades o nuestra pobreza sabe apreciar la grandeza del corazón de los demás.
Un gesto que cuando lo olvidamos nos está indicando nuestra pobreza espiritual que es la peor, un gesto no realizado desde nuestro orgullo porque con una postura así parece como que nos sintiéramos humillados cuando alguien hace algo por nosotros, un gesto cuando no lo tenemos puede indicar nuestra mezquindad y un amor propio herido porque no queremos reconocer nuestras propias limitaciones y saber apreciar que nos necesitamos realmente los unos a los otros.
Me he venido haciendo toda esta reflexión contemplando la escena del evangelio de hoy. Un grupo de leprosos que sale al encuentro de Jesús en el camino, aunque desde la distancia para observar las normas sanitarias le piden que tenga compasión de ellos. Son diez leprosos. Jesús les manda a que vayan a presentarse a los sacerdotes para que una vez curados les permitan entrar de nuevo en los poblados y volver al encuentro con sus familiares. Al verse curados todos corren porque quieren volver pronto con los suyos, pero uno hacia donde corre es hacia Jesús. Viene a postrarse ante El reconociendo que le ha curado y agradecer lo que ha hecho con ellos. Pero es solo uno el que viene a Jesús. Y este que vienes es extranjero, que resalta Jesús. Levántate, vete; tu fe te ha salvado’ le dice.
No solo se ha curado de su enfermedad sino que Jesús le dice que se ha salvado. En su vida ha habido una vuelta a Dios. Es el camino de la salvación. El reconocimiento de su nada y de su indignidad, pero al mismo tiempo el reconocimiento de que lo que ha recibido no es por sus merecimientos personales le eleva su espíritu para ir a Dios. Un camino que nosotros también hemos de saber hacer, quitando de nuestra vida orgullos y autosuficiencias.
Nos creemos merecedores, ponemos la salvación en nosotros mismos, nuestro amor propio nos ciega para no saber reconocer nuestras debilidades y limitaciones, nos encerramos en nuestra autosuficiencia, y todo eso nos impide ir a Dios. Es una lepra que tenemos que quitar de nuestra vida que permanece en nosotros de muchas maneras. Hemos de saber reconocer la obra de Dios en nuestra vida que se nos manifiesta de muchas formas y a través de muchas señales.
En el día a día de nuestra vida una nueva forma de relacionarnos con Dios reconociendo sus bondades en nuestra vida como también con los demás. Hace el Señor cosas grandes en nosotros. Y veamos esas acciones de Dios en los gestos y detalles que tantos tienen con nosotros. Por eso aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás. Alejemos orgullos innecesarios y reconozcámonos débiles y dependientes también de cuanto recibimos de los otros. Y vayamos con una actitud generosa de gratitud hacia los que están a nuestro lado y manifestémoslo con nuestros gestos, con nuestras palabras y con nuestras actitudes.

martes, 13 de noviembre de 2018

Somos los trabajadores de la viña del Señor que no buscamos recompensas ni glorias humanas sino que la recompensa nos la da el Señor


Somos los trabajadores de la viña del Señor que no buscamos recompensas ni glorias humanas sino que la recompensa nos la da el Señor

Tito 2,1-8.11-14; Sal 36; Lucas 17, 7-10

Pero ¿es que soy yo el que siempre tengo que estar haciendo esto? ¿Por qué me toca siempre a mí? Frases como estas nos surgen muchas veces en nuestro interior en medio del cansancio de nuestras obligaciones y responsabilidades. Quizá observamos a nuestro alrededor gente que vive su vida sin mayores preocupaciones, sin asumir responsabilidades pensando solo en si mismos y nosotros ahí andamos con nuestras obligaciones, con nuestros trabajos, y hasta quizá nos parece que nadie nos valora.
Son quizá como tentaciones que nos surgen y que algunas veces nos desalientan, pero en la madurez de nuestra vida asumimos nuestras responsabilidades y no dejamos de cumplir con nuestros deberes. Somos conscientes de nuestra responsabilidad. Es la responsabilidad de la propia vida, pero es la responsabilidad con que vivimos nuestras obligaciones personales y familiares, la responsabilidad de nuestro trabajo que es mucho más que ganarnos el sustento, porque nos sentimos en débito con la vida misma y también con esa sociedad en la que vivimos y que entre todos hemos de construir.  No podemos sentirnos ajenos a nuestro mundo, vivimos en él y en él hemos de desarrollar todas nuestras capacidades.
Hoy Jesús nos está hablando en el evangelio de la vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida; cómo  no tenemos que desalentarnos porque quizá nuestros trabajos no sean reconocidos ni valorados, sino que seamos en verdad conscientes de nuestra responsabilidad personal. Emplea quizá una expresión que ya en nuestro tiempo parezca que no tiene tanta validez, pero hemos de saber interpretarla como una llamada a nuestra responsabilidad y a la conciencia gozosa del deber cumplido.
Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’, nos dice. No nos sentimos siervos o esclavos, es verdad, pero sentimos la alegría del bien que podemos hacer a los demás y a nuestro mundo desde el desarrollo de nuestras responsabilidades. Ya nos recuerda Jesús en otros momentos del evangelio que nuestra grandeza no está en la vanidad del aparentar sino en la maravilla de hacernos servidores de los demás. Esto solo lo podemos entender desde el amor, que es el distintivo de nuestra vida.
Y todo esto que nos habla de la madurez de nuestra vida y que para nosotros sabemos muy bien que se deriva del compromiso de nuestra fe, hemos de mirarlo también en el plano de lo que desde esa fe hacemos en el seno de nuestra comunidad cristiana, en el seno de la Iglesia. Somos unos trabajadores de la viña del Señor, como nos recordaba Benedicto XVI en el día de su elección para el pontificado cetrino. Es de lo que tenemos que ser conscientes todos los cristianos, todos los miembros de la Iglesia. Somos los trabajadores de la viña del Señor.
Bien sabemos cuanto tenemos que hacer, cuantas son las necesidades y problemas, como entre todos tenemos que ir construyendo la Iglesia con la ayuda y la fuerza del Señor. Cuanto hacemos, cuando decimos, cuanto trabajamos por la Iglesia y por los demás sea siempre para la gloria del Señor. No olvidemos nuestra responsabilidad. La recompensa nos la da el Señor, no busquemos glorias ni recompensas humanas.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa que nos hace llegar la misericordia y el amor de Dios y así hacer un mundo más hermoso


Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa que nos hace llegar la misericordia y el amor de Dios y así hacer un mundo más hermoso

Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6

Cuando contemplamos cómo la inmoralidad, la falta de ética, la poca honradez en las responsabilidades que cada uno tiene que asumir, la maldad que llena los corazones o la falta de escrúpulos o sensibilidad para no hacer daño a nadie nos va invadiendo y de alguna manera sentimos como se contagia y a nosotros también nos puede contagiar, sentimos una repulsa tremenda en nuestro corazón y al mismo tiempo como impotentes sin saber qué hacer o cómo hacer. Parece como que quisiéramos destruirlo todo para recomenzar de nuevo haciendo que el mundo sea mejor, pero no siempre parece que pueda estar en nuestras manos.
Jesús nos está diciendo hoy que ese mal que tanto daño hace a los demás tenemos que arrancarlo de raíz, aunque sabemos que es bien difícil y a todos, creo que lo sabemos por experiencia propia, nos cuesta cambiar muchas cosas en nuestra vida que sabemos que no siempre son buenas. Como nos dirá en otro momento con la parábola de la buena semilla y la cizaña, sabemos que han de crecer juntas siendo al final cuando serán separadas del todo. Será para nosotros un acicate que nos hará mantenernos siempre muy vigilantes para no dejarnos contagiar por ese mal. Es la lucha que cada día hemos de mantener en la vida buscando por encima de todo lo bueno y alejándonos de lo malo.
Pero por otra parte nos habla Jesús de la paciencia de Dios que siempre está esperando nuestro cambio y nuestra conversión. No nos da por irremediablemente malos, sino que continuamente nos está regando con su gracia para que demos el paso a esa transformación.
Hoy nos habla Jesús también del perdón. Una disposición y una actitud necesaria siempre en nuestro corazón. Y es que como nosotros nos sentimos también pecadores y débiles, que nos cuesta recuperarnos y rehacer nuestra vida y siempre estamos tropezando, eso tiene que hacernos humildes para ser comprensivos con los demás, sea cual sea el mal que hayan podido hacer.
Algunas veces parece que hacemos distinciones entre lo que los otros pudieran hacer, y decimos con mucha facilidad ‘eso yo  no se lo perdono’. Pero ¿es así la actitud del corazón de Dios? ¿Y no nos dice Jesús en el evangelio que hemos de ser compasivos y misericordiosos como lo es el Señor siempre compasivo y misericordioso? Para que Dios nos perdone a nosotros si tenemos en cuenta esas palabras, pero para nosotros tener esa disposición y actitud para con los demás, ya somos distintos.
Es la imagen que misericordia que siempre tiene que tener la Iglesia para con los pecadores, sea cual sea su pecado. Pero en ocasiones parece que un poco se deja arrastrar por influencia mediática del mundo, por las actitudes justicieras de tantos alrededor y no muestra del todo ese corazón misericordioso. Y el pecador, por muy grande que sea su pecado, está ansiando encontrar esa misericordia, esa comprensión, esa mano como la de Jesús que levantaba a los enfermos y a los pecadores y a todos se acercaba sin hacer distinción, pero muchas veces quizás no la encuentra.
Todos necesitamos encontrarnos con esa mano y esa mirada compasiva y misericordiosa. Todos tenemos que mostrarnos igualmente compasivos y misericordiosos en todo momento con el hermano que ha tropezado y ha caído y saber tender la mano para ayudarlo a levantarse y hacer que se encuentre la infinita misericordia de Dios.

domingo, 11 de noviembre de 2018

¿Hasta qué punto y en qué medida somos capaces de desprendernos de todo para poner absolutamente nuestra confianza en Dios?


¿Hasta qué punto y en qué medida somos capaces de desprendernos de todo para poner absolutamente nuestra confianza en Dios?

1Reyes 17, 10-16; Sal. 145; Hebreos 9, 24-28;  Marcos 12, 38-44

Estaba Jesús enfrente de la entrada del templo y el evangelista nos señala cómo Jesús iba observando toda aquella gente que iba entrando al templo.
Judíos devotos que cada día subían al templo para la oración en la hora de los sacrificios, lo ofrenda del pan de la mañana o los sacrificios vespertinos, gente que acudía para escuchar a los maestros de la ley que desparramados por aquellos pórticos hacían comentarios a la Ley y los Profetas, los que acudían con los animales para los sacrificios quizá entraran por otra puerta, cercana a la piscina de las ovejas pero por allí entrarían los cambistas con sus dineros para el cambio a la moneda del templo, peregrinos venidos de cualquier lugar de la tierra de Judá e Israel o llegados desde los lugares lejanos de la diáspora, gente sencilla, pequeños y grandes, niños y mayores, sacerdotes y levitas, saduceos y fariseos.
Y allí en el cepillo de las ofrendas iban dejando sus limosnas; unos callados y humildemente, otros quizá entre aspavientos que llamaran la atención de los circundantes para que vieran lo generoso de sus ofrendas. Jesús observa; solo él puede ver el corazón de los hombres y las rectas intenciones o el amor que había en aquellos corazones. El culto a Dios que allí se celebraba y el esplendor de aquel templo se sostenía, por así decirlo, desde aquellas ofrendas que allí se hacían. Y muchos querían que fuera esplendoroso.
Alguna vez también habremos estado enfrente de las puertas de nuestros templos, quizá porque esperábamos a alguien o que fuera el tiempo de las celebraciones, o quizá en la visita a algún santuario especial como tantos repartidos por tantos lugares. Y distraídamente quizá nos habremos fijado también en los que entraban o salían de nuestros templos o santuarios, observando la diversidad de personas que traspasan esos umbrales hacia lo sagrado desde distintas motivaciones, unos en su fervor, otros quizá desde la curiosidad de conocer algún lugar especialmente artístico, otros simplemente porque acompañaban a algún familiar o amigo en alguna circunstancia especial; no queremos entrar en juicios o cavilaciones pero diversos pueden ser los motivos o las actitudes. Algo o alguien quizá en un momento determinado pueden habernos llamado la atención, mientras otros pasan desapercibidos delante de nosotros.
Pero Jesús si conoce el corazón de los hombres y se ha fijado en la que parece más pequeña y más humilde que también ha depositado callada y silenciosamente su ofrenda en el cepillo. Y aunque de aquella mujer ni siquiera conocemos su nombre, solo que era una pobre viuda – y decir viuda era sinónimo de pobreza y necesidad porque ya no tenia quien sostuviera su vida -, y ni ella se enteraría de los comentarios de Jesús porque sigilosamente se ha introducido en el templo Jesús sí quiere hacerle un comentario a los discípulos. Os aseguro, les dice, que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie’.
Anteriormente a ella habrían pasado ricos con sus generosas o portentosas ofrendas, habrían desfilado como lo seguirían haciendo los orgullosos fariseos con sus campanilleos y aspavientos para que todos vieran su aparente generosidad, pero Jesús nos viene a decir que aquella mujer ha echado más que nadie. ‘Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Ya antes Jesús había prevenido a los discípulos. ‘¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa’. No ha de ser ese nuestro estilo ni el sentido que le demos a lo que hacemos. No es esa la manera como habremos de ir por la vida poco menos que comiéndonos el mundo y atropellando cuanto y cuantos encontremos.
El culto que le demos a Dios no se ha de sustentar ni en cosas portentosas ni en vanidades. No son cosas lo que nos pide Dios que le ofrendemos sino nuestra propia vida, el corazón. Es la imagen que vemos reflejada en aquella pobre mujer; nada tiene e incluso se desprende de lo poco que tiene. ‘Ha echado lo que tenia para vivir’, que nos dice Jesús resaltado la ofrenda de aquella mujer. Ha puesto allí su vida.
Ella sabe que su vida no depende de cosas sino depende en lo más profundo de Dios y con esa confianza hemos de saber caminar por la vida. Porque nos confiamos en un Dios que nos ama, un Dios que es nuestro padre y no abandona a sus hijos. De su mano hemos de hacer el camino con la confianza puesta totalmente en El. Es la fe, es el fiarnos de Dios, es el confiar en El por encima de todas las cosas. Y a ese amor de Dios respondemos nosotros con nuestro amor. Ese es el verdadero culto que Dios nos pide.
Y quien ama se confía. Quien ama de verdad en el amor encuentra toda su fortaleza. Y aunque no lo terminemos de creer Dios cada día va haciendo el milagro de su amor sobre nosotros y se nos va manifestando de mil maneras. Claro que no siempre tenemos los ojos abiertos para descubrirlo, cerramos demasiadas veces en la vida los ojos de la fe.
Seguimos pensando en las cosas como la solución de nuestra vida y terminamos por tener más confianza en las cosas que poseemos que en Dios, a pesar que decimos que creemos en El y le amamos. ¿Hasta que punto y en qué medida somos capaces de desprendernos de todo para poner absolutamente nuestra confianza en Dios? ¿Hasta donde llega el nivel de nuestra fe?