viernes, 16 de noviembre de 2018

Vigilancia y confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad


Vigilancia y confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad

2Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17,26-37

No te esperaba ahora, sabría que vendrías pero no pensaba que fuera tan pronto; mira como tengo las cosas, la casa sin recoger, sin limpiar, pensaba hacerlo después… Alguna vez quizá hemos razonado así, buscando disculpas por no tener todo preparado, ante una visita no tan inesperada, pero sí que llegó en el momento inoportuno para nuestros intereses. Nos descuidamos, dejamos las cosas para después, no ordenamos las cosas y al final surge lo inesperado.
Bueno, esto es una imagen de algo que en la vida nos sucede tantas veces. Un motivo de reflexión en la humano, en las cosas que cada día hacemos o tenemos que hacer, sobre nuestras responsabilidades y nuestras dejaciones, o la superficialidad con que vivimos la vida estando solamente a lo que salga sin preocuparnos de darle una mayor profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos. Necesitamos muchas veces en la vida detenernos, no quedarnos en un activismo o en un estar simplemente entretenido. Muchas veces no hacemos mayores cosas sino que nos contentamos con estar entretenidos, como también tenemos la tentación de dejarnos arrastrar por la rutina y no poner todo nuestro ser en aquello que hacemos para hacerlo de la mejor forma posible.
Pero también esta reflexión surge de lo que hoy nos dice el evangelio. Es lo que estamos escuchando con mayor intensidad estos días. Una invitación a la vigilancia y a la responsabilidad con que hemos de vivir la vida; pero una invitación a que no hagamos dejación de todo lo que son nuestros compromisos cristianos, nuestra vida espiritual, nuestra unión con el Señor y la purificación interior que hemos de vivir siempre atentos al encuentro con el Señor que llega a nuestras vidas y nos puede sorprender con sus llegadas inesperadas por causa de nuestras insensatez, nuestra tibieza espiritual, o nuestra rutina.
El lenguaje del texto que hoy se nos ofrece tiene unas características que solemos llamar apocalípticas. Pero decimos apocalípticas no en el sentido profundo de la palabra sino en el sentido de lo catastrófico que se nos presenta. Quizá desde una lectura superficial del libro del Apocalipsis hemos unido lo catastrófico a lo apocalíptico, y eso es lo que hoy interpretamos de las palabras de Jesús.
Pero si, como en un paréntesis, hemos de decir que el libro del Apocalipsis es un libro de esperanza; Apocalipsis es la revelación del Señor, que en medio de esas situaciones difíciles en que nos podemos encontrar en la vida – el Apocalipsis fue escrito en tiempos de persecución y es lo que reflejan sus imágenes – pues en esos momentos difíciles sabemos que el Señor llega a nuestra vida y llega con su vida y salvación. El final del Apocalipsis nos habla de momentos de triunfo, ya no habrá muerte ni dolor porque un mundo nuevo ha surgido, el nuevo cielo y la nueva tierra. Valga este comentario como decíamos a manera de paréntesis para mejor entender las palabras de Jesús.
La llegada del Señor no ha de ser para el temor, sino para el amor porque es encuentro con el Señor que nos ama. Quizá lo inesperado del momento nos asusta, por aquello de que no estamos quizá preparados, pero esto nos ha de hacer pensar en esa vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida para no separarnos de nuestra unión con el Señor, para ser fieles y no apartarnos de sus caminos.
Es la vigilancia y la confiada esperanza con que hemos de vivir, que nos hace estar atentos, ser fieles, vivir en el amor, actuar siempre en justicia y santidad.

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