miércoles, 14 de noviembre de 2018

Aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás alejando orgullos innecesarios y reconociéndonos débiles y dependientes de cuanto recibimos de los otros


Aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás alejando orgullos innecesarios y reconociéndonos débiles y dependientes de cuanto recibimos de los otros

Tito 3,1-7; Sal 22; Lucas 17,11-19

Ya nos dice la sabiduría popular que es de bien nacidos el ser agradecidos, pero cuidado que eso lo tengamos en cuenta más para lo que hagan o dejen de hacer los demás que para las actitudes y gestos de gratitud que nosotros podamos tener hacia los que nos hacen bien. Como se suele decir no cuesta nada decir ‘gracias’. Sin embargo en la vida podemos ir como aquellos que se lo merecen todo y nunca tienen un gesto de agradecimiento hacia los demás por lo que hacen con nosotros. Fácilmente olvidamos la palabra, pero más bien quizá olvidamos la actitud del corazón.
Es un gesto y una actitud que nos engrandece, es un gesto de nobleza y de humildad, es un gesto con el que sabemos valorar lo que hacen los demás por pequeño que sea aun cuando nosotros directamente no salgamos beneficiados, es un gesto que brota de la alegría serena de nuestro corazón que aun reconociendo sus propias debilidades o nuestra pobreza sabe apreciar la grandeza del corazón de los demás.
Un gesto que cuando lo olvidamos nos está indicando nuestra pobreza espiritual que es la peor, un gesto no realizado desde nuestro orgullo porque con una postura así parece como que nos sintiéramos humillados cuando alguien hace algo por nosotros, un gesto cuando no lo tenemos puede indicar nuestra mezquindad y un amor propio herido porque no queremos reconocer nuestras propias limitaciones y saber apreciar que nos necesitamos realmente los unos a los otros.
Me he venido haciendo toda esta reflexión contemplando la escena del evangelio de hoy. Un grupo de leprosos que sale al encuentro de Jesús en el camino, aunque desde la distancia para observar las normas sanitarias le piden que tenga compasión de ellos. Son diez leprosos. Jesús les manda a que vayan a presentarse a los sacerdotes para que una vez curados les permitan entrar de nuevo en los poblados y volver al encuentro con sus familiares. Al verse curados todos corren porque quieren volver pronto con los suyos, pero uno hacia donde corre es hacia Jesús. Viene a postrarse ante El reconociendo que le ha curado y agradecer lo que ha hecho con ellos. Pero es solo uno el que viene a Jesús. Y este que vienes es extranjero, que resalta Jesús. Levántate, vete; tu fe te ha salvado’ le dice.
No solo se ha curado de su enfermedad sino que Jesús le dice que se ha salvado. En su vida ha habido una vuelta a Dios. Es el camino de la salvación. El reconocimiento de su nada y de su indignidad, pero al mismo tiempo el reconocimiento de que lo que ha recibido no es por sus merecimientos personales le eleva su espíritu para ir a Dios. Un camino que nosotros también hemos de saber hacer, quitando de nuestra vida orgullos y autosuficiencias.
Nos creemos merecedores, ponemos la salvación en nosotros mismos, nuestro amor propio nos ciega para no saber reconocer nuestras debilidades y limitaciones, nos encerramos en nuestra autosuficiencia, y todo eso nos impide ir a Dios. Es una lepra que tenemos que quitar de nuestra vida que permanece en nosotros de muchas maneras. Hemos de saber reconocer la obra de Dios en nuestra vida que se nos manifiesta de muchas formas y a través de muchas señales.
En el día a día de nuestra vida una nueva forma de relacionarnos con Dios reconociendo sus bondades en nuestra vida como también con los demás. Hace el Señor cosas grandes en nosotros. Y veamos esas acciones de Dios en los gestos y detalles que tantos tienen con nosotros. Por eso aprendamos a ver y descubrir cuanto cada día recibimos de los demás. Alejemos orgullos innecesarios y reconozcámonos débiles y dependientes también de cuanto recibimos de los otros. Y vayamos con una actitud generosa de gratitud hacia los que están a nuestro lado y manifestémoslo con nuestros gestos, con nuestras palabras y con nuestras actitudes.

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