sábado, 8 de septiembre de 2018

Hoy nos toca felicitar a la Madre, María, en su nacimiento, la felicitamos y nos felicitamos sin cansarnos de decirle piropos de amor con la mejor de las alabanzas


Hoy nos toca felicitar a la Madre, María, en su nacimiento, la felicitamos y nos felicitamos sin cansarnos de decirle piropos de amor con la mejor de las alabanzas

Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23

Hoy nos toca felicitar a la Madre; hoy nos toca felicitar a María, la Madre del Señor, nuestra madre también. Es su día, es el día de su nacimiento. Nos alegramos con María, nos felicitamos con María. Como ella decimos también ‘desborda de gozo mi espíritu en Dios mi salvador’, desborda de gozo nuestro corazón con María, la Madre del Señor.
La felicitamos a ella, a la que llamarán dichosa todas las generaciones. Y las madres sienten un regocijo en su alma cuando los hijos tienen un recuerdo para ellas, cuando las felicitamos en su día y queremos obsequiarle lo mejor de nuestro amor. le hacemos regalos, buscamos ramos de flores que ofrecerle, no sabemos qué cosa mejor le podemos ofrecer y todos son cariños para nuestra madre repitiéndole una y otra vez cuanto la queremos, lo dichosos que nos sentimos con ella, porque para nosotros es la mejor mujer del mundo, la que nos dio nuestro ser.
Así queremos hacer con María en el día de su cumpleaños. Y es que no solo la queremos felicitar, sino que queremos decir lo felices que nosotros nos sentimos con una madre así. Nos felicitamos con María, nos regocijamos con María, nos queremos sentir unidos desde lo más hondo de nosotros mismos con María, como lo queremos hacer con nuestra madre, y tanto es lo que queremos unirnos a ella que a ella queremos parecernos, de ella queremos copiar sus mejores virtudes, sus mejores valores, como los hijos hacen siempre con la madre.
Es la mayor dicha que puede sentir una madre el que le digan que su hijo se le parece; es la mayor dicha que nosotros podemos sentir que nos puedan decir también que nos parecemos a nuestra madre. Así queremos hacer con María, nos revestimos de María, nos vestimos de María porque igual que ella es el molde en el que se hizo Jesús como hombre, así nosotros queremos meternos también en ese molde de María no solo ya para parecernos a ella, sino para sentirnos profundamente configurados con Cristo, con la misma figura de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes, con su mismo amor. Jesús como hombre se configuró en su corazón, pues todo eso que Jesús aprendió de María, nosotros también queremos aprender de ella.
No queremos hacernos ahora hacernos grandes consideraciones y hacer poco menos que unas listas de las virtudes de María, sino que simplemente como hacen todos los hijos con su madre en su día, sentirnos felices y dichosos con ella y hacerla a ella también feliz y dichosa porque le mostramos nuestro amor, porque le queremos decir y repetir, cantar una y otra vez las felicitaciones y cuanto la amamos.
Mostrémosle nuestro amor con la santidad de nuestra vida, pareciéndonos a ella. Gocémonos con María y llevémosla siempre muy presente en nuestro corazón y en nuestra vida. No temamos ni nos de vergüenza decirle piropos a María, cantando asi con la alabanza a María las alabanzas del Señor.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Vivimos el Reino nuevo de Dios y el banquete de bodas con todo su sentido de alegría y de fiesta es la nueva manera de nuestro vivir


Vivimos el Reino nuevo de Dios y el banquete de bodas con todo su sentido de alegría y de fiesta es la nueva manera de nuestro vivir

1Corintios 4, 1-5; Sal 36; Lucas 5, 33-39

Vernos separados de la persona que amamos nos resulta doloroso; sentimos la añoranza de su presencia, a la mente nos vienen los recuerdos de los momentos hermosos que junto a esa persona vivimos, ansiamos y deseamos estar con ella y en nuestro corazón sentimos el dolor de su ausencia. En muchas ocasiones esa separación se nos hace tan dura que parece que perdemos el gusto o el sentido de todo y nos parece que se nos acaban las ganas de vivir. Sin embargo siempre permanece la esperanza de un nuevo reencuentro y soñamos con los momentos felices que podremos volver a vivir, por eso el dolor de la separación parece que se mitiga en esa esperanza que nos anima y nos hace estar deseando ese nuevo día.
Son experiencias humanas que vivimos en distintos momentos a lo largo de la vida, un viaje, una necesidad de cambiar de residencia, unas obligaciones laborales, u otras circunstancias que se nos pueden hacer más dolorosas y difíciles de sobrellevar que en ocasiones se nos vuelven traumas para el corazón. Son experiencias humanas de las que tenemos que trascendernos porque nos pueden estar hablando también de experiencias del espíritu, experiencias que como creyentes y cristianos podemos vivir.
Son los momentos de gracia que como cristianos podemos vivir cuando sentimos fuertemente la presencia del Señor en nuestro corazón y en nuestra vida que nos dan un sentido muy especial a nuestro vivir. Es el gozo y la alegría que siempre ha de cantar en el corazón del cristiano porque se sabe gozosamente amado y no pierde de vista de ninguna manera esa presencia del Señor en su vida, aunque puedan aparecer humanamente momentos duros por las pruebas o las dificultades que pasemos, por enfermedades o limitaciones que quizá tengamos que soportar, u otros momentos dolorosos de la vida.
Pero el cristiano no pierde nunca la alegría del Espíritu en su corazón. Se sabe amado y se sabe lleno del Espíritu del Señor. No tienen entonces que atormentarse ni buscar por si mismo momentos o situaciones de sufrimiento porque la alegría del Espíritu canta en su corazón. No es fácil en ocasiones, porque pueden ser muchas las tormentas que nos envuelvan, pero vivimos con seguridad, la seguridad y la confianza en el amor del Señor.
El evangelio hoy nos habla de ayunos y sacrificios que le reprochan los fariseos a los discípulos de Jesús porque no hacen. En el sentido con que lo Vivian los fariseos el ayunar era algo así como un luto, porque incluso externamente en su porte así habían de manifestarse cuando ayunaban. Y Jesús les dice que sus discípulos no necesitan de esas apariencias ni tienen que estar con esos duelos, porque los amigos del novio cuando están en la boda de su amigo lo han de vivir con gozo y alegría. Lejos entonces de los discípulos de Jesús los llantos y los lutos, porque están con Jesús. No olvidemos cuantas veces Jesús compara el Reino de Dios con un banquete de bodas. Y así tienen que estar viviendo, con ese sentido, los discípulos de Jesús el Reino de Dios al que Jesús le está invitando.
Así tenemos que vivir nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento de Jesús. Vivimos el Reino nuevo de Dios y el banquete de bodas con todo su sentido de alegría y de fiesta es la nueva manera de nuestro vivir. Vistámonos el traje nuevo de fiesta que ha de vestir siempre el hombre nuevo del Reino de Dios.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Admirar las maravillas de Dios y dejarnos sorprender y dejarnos cautivar es la respuesta de nuestra fe ante la sorpresa del amor de Dios


Admirar las maravillas de Dios y dejarnos sorprender y dejarnos cautivar es la respuesta de nuestra fe ante la sorpresa del amor de Dios

1Corintios 3, 18-23; Sal 23; Lucas 5, 1-11

Hay sorpresas que nos da la vida que nos causan un gran impacto y dejan huella en nosotros de manera que parece que todo cambia a partir de ese momento. Vivimos normalmente en la rutina de las cosas que hacemos todos los días y dependiendo de la actitud que nosotros tengamos o pongamos ante lo que hacemos nos parece que en la vida todo es igual y tenemos incluso el peligro de dormirnos en esa monotonía. Ya decía depende de la actitud con que nosotros nos enfrentemos a la vida de cada día, a lo hacemos, para que seamos capaces de darle una mayor profundidad y sentido, de darle más valor a lo que hacemos.
Sin embargo, como decíamos, hay momentos en que la vida nos da sorpresas, porque nos sucede algo que no esperábamos o que no entraba en nuestros planes; cuando todo  nos parecía igual en esa monotonía, y ya de alguna manera teníamos previsto incluso esa monotonía aparece algo que nos sorprende, que nos llama la atención, que nos despierta, que nos hace ver las cosas de otra manera.
Claro que es necesario que estemos abiertos también a esa sorpresa y tener la capacidad de admirarnos ante lo que nos sucede. Incluso aquello que nos parece igual si tenemos esa sensibilidad en nosotros para dejarnos sorprender seremos capaces de descubrir eso nuevo que nos dé como una nueva ilusión o esperanza y hasta descubrir un nuevo matiz de la vida en el que quizás no habíamos caído en la cuenta. Algunas veces el desaliento en que vivamos nos hace hundirnos más en esa monotonía que se convierte en rutina que nos oscurece el alma.
Aquellos que iban a ser sus primeros discípulos eran pescadores en el lago de Galilea. La rutina de sus vidas cada día era salir al lago a pescar aunque había ocasiones en que su trabajo se volvía infructuoso; en aquella mañana estaban recogiendo y arreglando sus redes pensando en otro día de pesca que tuviera mejores resultados, y por allí apareció aquel nuevo profeta al que les gustaba también escucharle, porque despertaba nuevas esperanzas en su corazones. Alrededor en la orilla del lago se había arremolinado una cantidad grande de gente que quería escucharle y Jesús había aprovechado una de las barcas para sentado en ellas hablarles a las gentes.
Hasta ahora todo normal y nada extraordinario había en ello. Pero cuando Jesús terminó de hablar les pide que enfilen de nuevo lago adentro y que echen las redes para pescar. Ellos en el conocimiento que tenían del lago y lo que les había sucedido en la noche anterior sabían que ahora por aquella zona no había posibilidades de pesca. Pero Pedro había sentido algo en su corazón al escuchar a Jesús y se decide a lanzar la red solamente confiando en la palabra de Jesús. ‘Por tu nombre, porque tu lo dice, echaré las redes’.
La sorpresa fue grande. Pero su corazón fue capaz de descubrir las maravillas de Dios. Ante tanta grandeza, ante tanta maravilla, es normal que se sintieran pequeños, se sintieran pecadores indignos de estar en su presencia. Es la reacción de Pedro y es la reacción de los otros pescadores, a los que habrá que llamar también para que les ayuden, pero para que sepan admirar las maravillas de Dios.
Su vida va a cambiar, va a ser distinta, van a ser lo que siempre estarán con Jesús, porque Jesús para ellos también tiene una misión. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Y ellos se dejaron cautivar por aquella maravilla, ellos se dejaron cautivar por Jesús.
Cuantas conclusiones tendríamos que sacar también nosotros para nuestra vida. Admirar las maravillas de Dios y dejarnos sorprender; admirar las maravillas de Dios y dejarnos cautivar. Para nosotros también Jesús tiene una misión.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

En los sencillos y en los pequeños descubrimos el Reino de Dios, a través de las cosas sencillas y pequeñas hechas con amor hacemos crecer el Reino de Dios



En los sencillos y en los pequeños descubrimos el Reino de Dios, a través de las cosas sencillas y pequeñas hechas con amor hacemos crecer el Reino de Dios

1Corintios 3, 1 9; Sal 32; Lucas 4, 38 44

Siempre en nuestro entorno nos encontramos personas así, esas personas que lo están en todo; serviciales, siempre dispuestas a echar una mano, que cuando surge algún problema allí aparece ella dispuesta a todo, encontrando una solución, buscando quien es el que puede hacerlo mejor, olvidándose de si misma y hasta de sus cosas con tal de prestar un servicio, ayudar a alguien, desvivirse por los demás.
Algunas veces quizá nos pasan desapercibidas porque realmente no hacen ruido, no hacen alarde nunca de lo que hacen, pero apareciendo en el momento oportuno, con quien sabemos siempre que podemos contar, que no hace falta decirle nada para saber estar en ese momento. Es una riqueza que poseemos en nuestras comunidades y que quizá no siempre sabemos apreciar ni valorar, pero son gentes maravillosas que tendríamos que saber imitar.
Me ha venido este pensamiento, que parece no venir a cuento pero que creo que son cosas ante las que tenemos que abrir bien los ojos para descubrirlas y valorarlas, a partir de un gesto que casi pasa desapercibido en el evangelio de hoy y que nos está manifestando de alguna manera como se va mostrando el Reino de Dios que Jesús nos anuncia. Es el gesto de la suegra de Pedro, que puede ser el gesto de esas personas anónimas que antes recordábamos que aparecen en medio de nuestras comunidades y que son hermosas semillas del Reino de Dios entre nosotros.
Habían salido de la sinagoga aquel sábado, después de escuchar la Palabra de Jesús pero también de ver los signos que realizaba en la curación de aquel hombre poseído por un espíritu maligno. La casa de Simón se está convirtiendo en punto de encuentro y hogar también para Jesús en Cafarnaún. Allí llegan rodeados de gentes que no paran en alabanzas por las maravillas que ven hacer a Ges y le dicen que la suegra de Simón está enferma. Ya escuchamos en el evangelio. Jesús la levanta de su postración y se le pasan las fiebres. Pero ahí aparece el gesto de aquella mujer que queremos resaltar, ‘inmediatamente se puso a servirles’.
Inmediatamente, no fue necesario tener espacios de recuperación. Inmediatamente como es la disposición del amor para el servicio; inmediatamente allí donde sea necesario; inmediatamente olvidándose de si misma; inmediatamente porque siempre hay una cosa buena que hacer; inmediatamente sin que nadie lo pida, pero detectando allí donde hay una necesidad; inmediatamente sin hacer ruido porque lo única música que se ha de escuchar es la del amor.
El evangelio nos seguirá hablando de cómo al atardecer muchos vinieron con sus dolencias y enfermedades hasta Jesús para que los curara y que a la mañana siguiente se encontrarían a Jesús orando en lugar descampado, pero que aunque aquí lo buscan El ha de ir a otras partes. No es que no le demos importancia a todo esto que nos dice el evangelio, pero creo que es bueno quedarnos un poquito reflexionando en la disponibilidad de aquella sencilla mujer. Es que ella está reflejando ya lo que Jesús nos está anunciando, está siendo un reflejo de las actitudes de Jesús para servir, para ir a buscar la oveja perdida, para llegar a todos sitios, porque en todos los sitios ha de resplandecer la luz, ha de amanecer un mundo nuevo.
La suegra de Pedro también nos está enseñando eso, no está lejos del Reino de Dios que Jesús nos anuncia. En los sencillos y en los pequeños descubrimos el Reino de Dios, a través de las cosas sencillas y pequeñas hechas con amor hacemos crecer el Reino de Dios.


martes, 4 de septiembre de 2018

Nos molesta lo bueno que podemos descubrir en los demás porque no somos valientes para dar la cara por el evangelio



Nos molesta lo bueno que podemos descubrir en los demás porque no somos valientes para dar la cara por el evangelio

1Corintios 2,10b-16; Sal 144; Lucas 4,31-37

Hay personas cuya sola presencia producen rechazo en los demás. Y no quiero hablar en sentido negativo en referencia a aquellas personas que por sus actitudes o comportamientos no nos caen bien y no nos agrada su presencia. En este caso quiero pensar distinto, aquellas personas que pueden ser un signo para nosotros que levante ampollas en nuestra vida, bien porque estamos viendo en esas personas algo que nosotros no somos capaces de alcanzar, o se conviertan en denuncia de nuestra vida errada.
Nos molesta porque nos recuerda muchas cosas; nos molesta porque nos sentimos impotentes o incapaces, nos molesta porque nos damos cuenta de cómo tendríamos que ser y no lo somos. No las queremos mirar, las queremos quitar de en medio, queremos seguir nuestro camino como si esas personas no existiesen, endurecidos en nosotros mismos no queremos levantarnos de nuestra situación y nos buscamos mil disculpas para no cambiar. Un rechazo en nuestra vida porque son un signo para nosotros que tendría que despertarnos. El mal siempre querrá rechazar las obras del bien.
Proféticamente ya el anciano Simeón había dicho de aquel niño que iba a ser signo de contradicción. Y eso estaba siendo Jesús en la vida. Ante su presencia había que decantarse; no todos estaban por seguir los caminos que Jesús señalaba; a no todos agradaban las palabras y las obras de Jesús porque denunciaba lo que llevábamos dentro. Ayer mismo vimos como hasta en su propia pueblo era rechazado; a lo largo del evangelio veremos como van surgiendo contrincantes que se van a considerar enemigos de Jesús y serán las fuerzas del mal queriendo luchar contra la bondad de Dios que se manifestaba en Jesús.
Al volver de Nazaret y tras el episodio de la sinagoga, vuelve Jesús a las orillas de Tiberíades y se establece en Cafarnaún; allí los sábados hará el anuncio del Reino en la sinagoga, pero será por todas partes en cualquier lugar donde veremos a Jesús rodeado siempre de la gente haciendo el anuncio de la Buena Noticia del Reino. En general las gentes le escuchan y muchos le siguen; pronto se irá formando en torno a Jesús el grupo de los discípulos, de los que son más fieles y no solo lo escuchan sino que quieren poner por obra sus palabras.
En el episodio que nos narra hoy el evangelio le vemos como al llegar a la sinagoga alguien poseído por el espíritu del mal se pone a gritar contra Jesús. Pero sus gritos con los que quiere rechazarlo son de alguna manera un reconocimiento del poder de Jesús. Es el mal que rechaza el bien, es el maligno que se opone a Jesús, es quien se siente vencido que hasta el último momento querrá seguir rebelándose y oponiéndose. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? Sabemos quien eres’.
Pero se manifiesta la victoria de Jesús, la victoria del bien porque aquel espíritu maligno es arrancado del corazón de aquel hombre. Y la gente se admira de su autoridad, de la fuerza de sus palabras, de la vida nueva que surge en la medida en que escuchamos y seguimos a Jesús. Pero ¿seguirá siendo a si en nosotros?
Con nuestro pecado tantas veces estamos haciendo también un rechazo de Jesús. Nuestro pecado es decir no, preferir nuestras obras a las obras de Jesús, preferir lo que nos satisfaga a nosotros y a nuestros caprichos que seguir el mandamiento de Dios. Pero también es una forma de decir no la indiferencia con que nos mostramos muchas veces, la tibieza de nuestra vida donde no terminamos de aclararnos de qué lado estamos; y son las posturas cobardes con que ante muchas cosas nos manifestamos, los disimulos con que vivimos nuestro ser cristianos, los ocultamientos que hacemos para no dar testimonio por temor quizá al qué dirán o a un ambiente no propicio que encontramos a nuestro alrededor. Podríamos hacer una lista muy grande de nuestras tibiezas y cobardías, donde no terminamos de decantarnos claramente para optar por unos principios y unos valores cristianos.
¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué más tendría que hacer? ¿Qué es lo que puedo hacer? ¿Hasta donde tiene que llegar mi compromiso? Son preguntas que quizás hacemos o nos hacemos para escurrir el bulto y no terminar de dar la cara.


lunes, 3 de septiembre de 2018

Los cristianos y la Iglesia hemos de ser buena noticia que despierte alegría en el mundo de hoy que ha perdido el sabor del evangelio


Los cristianos y la Iglesia hemos de ser buena noticia que despierte alegría en el mundo de hoy que ha perdido el sabor del evangelio

1Corintios 2,1-5; Sal 118; Lucas 4,16-30

Me vais a permitir que comience hoy mi reflexión con recuerdos de mi niñez. Eran otros tiempos, eran otras las comunicaciones; para que llegara noticia de algo se necesitaba tiempo, mucho tiempo en ocasiones, porque no hay había los medios de comunicación que hoy tenemos.
Recuerdo cómo estábamos pendientes todos los días del cartero, sobre todo quienes tuviéramos familiares en el extranjero; en mi caso mi padre y mis hermanos estaban en Venezuela, allá en aquellos tiempos que la forma normal de viajar era en barco, en que se tardaban muchos días, semanas incluso en ocasiones, para cruzar de Canarias a Venezuela. Como decíamos estábamos pendientes de la carta que nos pudiera llegar de Venezuela, y cuando el cartero nos la traía todo eran muestras de alegría, lágrimas de emoción por recibir noticias de los familiares que estaban allá en lugares lejanos. La alegría de las noticias y en especial cuando eran buenas.
Traigo a la memoria estos recuerdos pensando en la alegría de las buenas noticias recibidas, la alegría de la buena noticia de la que nos habla hoy el evangelio. ‘A los pobres se les anunciará la Buena Noticia’, es el mensaje principal hoy del evangelio.
Jesús había acudido a su pueblo y el sábado fue con todos a la sinagoga como era la costumbre. Ya llegaban noticias de Jesús y de lo que hacia en otros lugares, justo es que se le ofreciera el hacer la proclamación de la Palabra y su comentario. Se proclama el texto de Isaías. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. Y ya vemos todo el comentario de Jesús. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’.
Llega el tiempo de la Buena Noticia que ha de ser anunciada a los pobres; buena noticia para los oprimidos y carentes de libertad, buena noticia para los ciegos y todos los que ven limitada su vida con múltiples discapacidades, buena noticia para los que nada tienen y para los que parece que han perdido toda esperanza.
¿Cómo no se van a ver sorprendidos y con una alegría nueva que nace en sus corazones? Una buena noticia de libertad, una buena noticia de una vida distinta, una buena noticia porque se terminan los sufrimientos y angustias, buena noticia porque llega un año de gracia del Señor; es el año, el tiempo del jubileo, del júbilo porque todo va a cambiar y ha de comenzar todo de nuevo alejando esas angustias y esas opresiones. Y Jesús les dice que ha llegado ese hoy, ese hoy en que se comienza a cumplir todo lo que esa buena noticia nos anuncia.
Sin embargo las gentes de Nazaret no acaban de entender; andan con sus prejuicios no solo metidos en sus cabezas sino también en sus corazones. Ansiosos quizás de buenas noticias, pero eran otras cosas o de otra manera lo que esperaban. Les faltó apertura del corazón, les faltó fe en sus corazones. Y rechazaron al que les traía la buena noticia, al que era la Buena Noticia.
Dos planteamientos se me ocurre hacerme ahora mismo. Primero a mi propia vida, ¿cómo recibo y acojo yo esa buena noticia que es el Evangelio para mi? Y segundo de cara a esa buena noticia que tenemos que llevar y que tenemos que ser en medio de nuestro mundo de hoy. ¿Sabremos anunciar esa buena noticia? Decimos que estamos empeñados en una nueva evangelización de nuestro mundo que ha perdido el sabor del evangelio. ¿Cómo estamos los cristianos, la Iglesia siendo buena noticia para nuestro mundo de hoy? ¿El anuncio que hacemos despierta alegría en quienes lo escuchan?

domingo, 2 de septiembre de 2018

No es la apariencia externa por muy bonita que la presentemos sino ese interior que de verdad se deja inundar por el Espíritu de amor lo que manifiesta la gloria de Dios



No es la apariencia externa por muy bonita que la presentemos sino ese interior que de verdad se deja inundar por el Espíritu de amor lo que manifiesta la gloria de Dios

Deum. 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18. 21b 22. 27; Mc. 7, 1-8a. 14-15. 21-23

Hay ocasiones en que nos damos cuenta cuando vemos a alguien hacer alguna cosa que quizá tiene que hacer por obligación que sin embargo lo está haciendo como de mala gana, de rutina, no está poniendo todo su ser en lo que está haciendo. Nos puede pasar en más de una ocasión, estamos cansados quizá pero aquello ahora hay que hacerlo y lo hacemos, pero como se suele decir estamos pero no estamos, lo hacemos fríamente, rutinariamente.
Y ¡ojo! que nos pasa más de una vez en nuestras oraciones, en los actos de piedad que realizamos, rezamos pero nuestra mente está en otro lado, realmente repetimos las palabras o los gestos pero solamente de una forma mecánica. Hemos llenado quizá nuestra relación con Dios de tantos ritos muy codificados que podemos tener el peligro de realizarlo ritualmente pero realmente no haya un encuentro vivo con el Señor. 
Cuantas veces quizá hemos recitado el rosario, porque decimos que tenemos que rezarlo todos los días a la Virgen, pero nuestros ojos se caían de sueño y simplemente nos reducíamos a recitar mecánicamente las avemarías, que al final terminábamos diciéndolas dormidos.
Cuantas veces estamos en la celebración de la Eucaristía y seguimos punto a punto todos sus gestos y sus ritos, pero al final nos preguntamos y qué nos ha dicho la Palabra de Dios y es que no nos acordamos ni de qué iba el evangelio. Podemos realizar una celebración milimétricamente perfecta porque hemos sido fieles hasta en lo más mínimos en todos sus ritos, pero nuestro corazón estar lejos del Señor. ¿Es eso dar verdadera gloria al Señor? ¿Solo porque el coro, por ejemplo, haya ejecutado magistralmente unos cantos muy solemnes con la mejor de las músicas es suficiente para que nuestro corazón esté cantando la gloria del Señor?
El rito, el canto, los gestos las acciones de la liturgia tienen que estar en función de ayudarnos a que de verdad nuestro corazón esté en el Señor y abierto a su Palabra, no solo en la ejecución perfecta por si misma. Puede parecer un tanto crudo esto que estoy diciendo pero con sinceridad hemos de reconocer que más de una vez nos ha sucedido así.
Nos llenamos de ritos, de normas, tratamos de medir milimétricamente lo que tenemos que hacer, pero nos olvidamos del espíritu, nos olvidamos de lo interior. Aquí quizá habría que pensar y revisar muchas de las reglamentaciones que todavía tenemos en nuestra Iglesia para mantener una uniformidad exterior, pero que no llega nunca a esa comunión interior que tendría que haber. Comenzando por la comunión interior que tendría que haber entre todos los que nos decimos seguidores de Jesús, comunión interior con Dios en una autentica oración porque en verdad abramos nuestro corazón a Dios que va más allá de repetir unas oraciones o unos ritos.
Ya le venían planteando a Jesús aquellos necesarios ritos de purificación a los que eran tan dados los judíos sobre todo los fariseos que de necesidades higiénicas pasaron a convertirse en ritos que podrían marcar lo que tendría que ser la verdadera pureza interior. Muy preocupados andaban los fariseos por si los discípulos de Jesús se lavaban o no se lavaban las manos antes de comer. Jesús les recuerda con palabras del profeta que honraban a Dios más con los labios que con el corazón. ‘El culto que me dan está vació porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’.
Y Jesús nos habla de la verdadera pureza interior porque del corazón del hombre nos salen todos nuestros malos deseos. Así nos lo recuerda el evangelista. Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’.
Ya nos recuerda la carta del apóstol Santiago cual es el verdadero espíritu de la religión. ‘La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo’. Que haya verdadero amor en nuestro corazón, que en verdad seamos compasivos y misericordiosos como tantas veces se nos repite en los salmos; que ese corazón compasivo y misericordioso es lo que nos hace parecernos a Dios, porque ya Jesús nos lo propone en el sermón del monte como el ideal de perfección para nuestra vida, compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo.
Y eso lo podremos vivir cuando en nuestro interior de verdad estamos llenos de Dios, entramos en esa sintonía de amor con Dios; no es la apariencia externa por muy bonita o perfecta que la presentemos, es ese interior de verdad abierto a Dios dejándose inundar por su Espíritu de amor lo que manifiesta la gloria de Dios. Es la mejor forma de cantar la gloria del Señor, porque todo eso que vivimos en nuestro interior se va a traducir de verdad en el amor que le tengamos a los hermanos y la comunión que vivamos con todos. Esa es la autentica comunión con Dios.