lunes, 3 de septiembre de 2018

Los cristianos y la Iglesia hemos de ser buena noticia que despierte alegría en el mundo de hoy que ha perdido el sabor del evangelio


Los cristianos y la Iglesia hemos de ser buena noticia que despierte alegría en el mundo de hoy que ha perdido el sabor del evangelio

1Corintios 2,1-5; Sal 118; Lucas 4,16-30

Me vais a permitir que comience hoy mi reflexión con recuerdos de mi niñez. Eran otros tiempos, eran otras las comunicaciones; para que llegara noticia de algo se necesitaba tiempo, mucho tiempo en ocasiones, porque no hay había los medios de comunicación que hoy tenemos.
Recuerdo cómo estábamos pendientes todos los días del cartero, sobre todo quienes tuviéramos familiares en el extranjero; en mi caso mi padre y mis hermanos estaban en Venezuela, allá en aquellos tiempos que la forma normal de viajar era en barco, en que se tardaban muchos días, semanas incluso en ocasiones, para cruzar de Canarias a Venezuela. Como decíamos estábamos pendientes de la carta que nos pudiera llegar de Venezuela, y cuando el cartero nos la traía todo eran muestras de alegría, lágrimas de emoción por recibir noticias de los familiares que estaban allá en lugares lejanos. La alegría de las noticias y en especial cuando eran buenas.
Traigo a la memoria estos recuerdos pensando en la alegría de las buenas noticias recibidas, la alegría de la buena noticia de la que nos habla hoy el evangelio. ‘A los pobres se les anunciará la Buena Noticia’, es el mensaje principal hoy del evangelio.
Jesús había acudido a su pueblo y el sábado fue con todos a la sinagoga como era la costumbre. Ya llegaban noticias de Jesús y de lo que hacia en otros lugares, justo es que se le ofreciera el hacer la proclamación de la Palabra y su comentario. Se proclama el texto de Isaías. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. Y ya vemos todo el comentario de Jesús. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’.
Llega el tiempo de la Buena Noticia que ha de ser anunciada a los pobres; buena noticia para los oprimidos y carentes de libertad, buena noticia para los ciegos y todos los que ven limitada su vida con múltiples discapacidades, buena noticia para los que nada tienen y para los que parece que han perdido toda esperanza.
¿Cómo no se van a ver sorprendidos y con una alegría nueva que nace en sus corazones? Una buena noticia de libertad, una buena noticia de una vida distinta, una buena noticia porque se terminan los sufrimientos y angustias, buena noticia porque llega un año de gracia del Señor; es el año, el tiempo del jubileo, del júbilo porque todo va a cambiar y ha de comenzar todo de nuevo alejando esas angustias y esas opresiones. Y Jesús les dice que ha llegado ese hoy, ese hoy en que se comienza a cumplir todo lo que esa buena noticia nos anuncia.
Sin embargo las gentes de Nazaret no acaban de entender; andan con sus prejuicios no solo metidos en sus cabezas sino también en sus corazones. Ansiosos quizás de buenas noticias, pero eran otras cosas o de otra manera lo que esperaban. Les faltó apertura del corazón, les faltó fe en sus corazones. Y rechazaron al que les traía la buena noticia, al que era la Buena Noticia.
Dos planteamientos se me ocurre hacerme ahora mismo. Primero a mi propia vida, ¿cómo recibo y acojo yo esa buena noticia que es el Evangelio para mi? Y segundo de cara a esa buena noticia que tenemos que llevar y que tenemos que ser en medio de nuestro mundo de hoy. ¿Sabremos anunciar esa buena noticia? Decimos que estamos empeñados en una nueva evangelización de nuestro mundo que ha perdido el sabor del evangelio. ¿Cómo estamos los cristianos, la Iglesia siendo buena noticia para nuestro mundo de hoy? ¿El anuncio que hacemos despierta alegría en quienes lo escuchan?

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