sábado, 4 de agosto de 2018

No digamos a la ligera aquello de que no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, sino evitemos ponernos en esa pendiente resbaladiza que nos llevará al precipicio



No digamos a la ligera aquello de que no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, sino evitemos ponernos en esa pendiente resbaladiza que nos llevará al precipicio

Jeremías 26,11-16.24; Sal 68; Mateo 14,1-12

Ponernos al borde del precipicio es arriesgado, al mínimo traspiés o movimiento en falso podemos precipitarnos ladera abajo por la pendiente y sabemos que cuando nos vemos arrastrados por una pronunciada pendiente difícil es que nos podamos detener o que salgamos ilesos de esa caída. Cuantos pierden la vida por riesgos innecesarios cuando no se toman las debidas precauciones para evitar la caída por esa resbaladiza pendiente.
Claro que entendemos que nos queremos referir a algo más que esos accidentes de los que tantas veces escuchamos noticias y que lamentamos la pérdida de vida por esas llamémoslas así aventuras peligrosas. Pero nos sucede en la vida con demasiada frecuencia. Esos casos graves de corrupción de los que ahora oímos hablar tanto no comenzaron defraudando grandes cantidades, sino que seguramente fueron pequeñas cosas que nos parecían insignificantes y a las que le dábamos poca importancia desde un laxismo moral muy peligroso. Y eso en tantas aspectos en que nos podemos ver envueltos o que estamos contemplando casi a diario; luego vendrán lamentaciones e incluso querer justificarnos, pero cuando se entra en esa senda luego es bien difícil detenerse.
Nos permitimos pequeñas cosas que decimos, repito que no tienen importancia, pero parece que le cogemos el gusto y ya luego no nos podemos detener. En por el contrario la vigilancia que ha de mantener el hombre honrado, el que quiere ser justo de verdad en todas sus actuaciones, porque terminaremos no solo haciéndonos daño a nosotros mismos aunque tratemos de disimularlo con los oropeles del poder y del dinero, pero es que enseguida seguiremos por hacer mucho daño a los demás. Es una espiral que es muy difícil luego detener con la que vamos corrompiendo también nuestro mundo.
Un retrato de todo esto lo tenemos hoy en el evangelio en el comportamiento de Herodes. Todo en él es una espiral de vida desenfrenada que parece que no tiene fin. Frente la figura de Juan Bautista, con su denuncia, con su Palabra y su vida profética pero que resulta incómoda. Pero están las cobardías de Herodes, que aunque reconoce, como se nos dirá en los textos paralelos de los otros evangelistas, quería escuchar y respetar a Juan, pero su vida eran un torbellino sin fin. Por medio Herodías con quien convive ilícitamente Herodes, pero que quiere quitar de en medio a Juan hasta que lo consigue. Los respetos humanos que coartan y que nos hacen cerrar los ojos ante el mal. En cuantas cosas se reflejan los comportamientos que hoy vemos en esta breve escena del evangelio. Finalmente el inocente es eliminado, como suele suceder siempre en estas luchas de vanidad y de poder.
Es el martirio de Juan el Bautista y es un supremo testimonio que tenemos que admirar. Pero todo esto tendría que hacernos pensar en todas esas pequeñas cosas que nos permitimos, que no le damos importancia aunque sabemos que no están tan bien hechas. Cobardías de nuestra vida, respetos humanos, ojos que se cierran para no ver, oídos sordos para no escuchar la palabra clara que nos señala o nos denuncia situaciones en las que nos vamos metiendo en esa resbaladiza pendiente. Ahora mismo hasta podemos pasar de largo ante estas reflexiones y quedarnos sí en esa injusticia de Herodes, pero seguimos pasando página.
No podemos pasar página ante el evangelio que se nos presenta ante nuestros ojos. No nos basta que recemos a la carrera el padrenuestro y le digamos al Señor que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal, pero nosotros seguimos metiéndonos en la boca del león, porque no tratamos de mejorar actitudes, de cambiar comportamientos, de superarnos en esas pequeñas cosas que todos sabemos que tenemos como un tropiezo ahí en nuestra conciencia. No recemos a la ligera el padrenuestro.

viernes, 3 de agosto de 2018

Como en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás así llevamos también cerrado nuestro corazón al misterio de Dios


Como en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás así llevamos también cerrado nuestro corazón al misterio de Dios

Jeremías 26,1-9; Sal 68; Mateo 13,54-58

Nos sentimos sorprendidos en ocasiones porque hay cosas que no nos esperábamos, y menos quizá en determinadas personas. Demasiado caminamos en la vida con nuestras prevenciones, nos prejuicios que sin embargo nos hacen que a pesar de todo nos sintamos sorprendidos por algo que realiza alguna persona y que no creíamos capaz. ‘Qué va a saber él’, pensamos en nuestro interior, y nos hacemos una lista de lo que son nuestras imaginaciones motivaciones para no esperar eso de determinadas personas. 
Y claro fácilmente se nos mete por dentro nuestro amor propio, porque quizá nosotros no fuimos capaz de realizarlo y nos sentimos humillados, aparecen los resentimientos o las envidias y tratamos de echar abajo aquello bueno y admirable, no nos queda más remedio que reconocer, que hizo aquella persona. Pero  no lo soportamos, tratamos de destruir o desprestigiar de la manera que sea.
Nos suceden cosas así en las relaciones con las personas más cercanas a nosotros con las que convivimos cada día, pero fijémonos si no son reacciones de alguna forma parecidas las que tienen nuestros políticos que no son capaces nunca de reconocer lo bueno que hayan realizado sus oponentes, aunque ahora estén viviendo con sus rentas, podemos decirlo así. Es una lástima porque decimos que queremos construir una sociedad mejor y nos parece que no se puede hacer sino destruyendo todo lo que otros han realizado. Y me he referido a la clase política, pero tenemos que decir que esto sucede sea cual sea el signo o el color político – ahora están muy de moda los colores -.
No creemos en las personas por mucho que digamos lo contrario, no somos capaces de aceptar la bondad de los demás ni de reconocer lo bueno que puedan realizar los otros. No se trata de proclamar grandes principios de valores o derechos humanos, sino que esto tenemos que traducirlo en el día a día, en la relación personal que tenemos con todos los que están a nuestro lado. Y no es eso lo que muchas veces manifestamos sino todo lo contrario. Siempre estamos poniendo nuestras pegas, con lo que estamos mostrando también la pobreza de miras, o la pobreza humana que hay en nosotros mismos cuando andamos así.
Me ha surgido esta reflexión que nos puede ayudar mucho a lo que son nuestras relaciones o nuestra aceptación del otro, de sus valores y de lo bueno que realiza, a partir del texto del evangelio que hoy se nos propone. Jesús fue a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret el sábado; se puso en pie para hacer la lectura de la Palabra y su comentario posterior. Y nos cuenta el evangelista cómo la gente se sintió sorprendida por las palabras de Jesús. Era uno de los de ellos, porque allí se había criado.
Pero pronto comenzaron los 'peros', las pegas; ya habían llegado noticias de lo que Jesús hacía y enseñaba en otros lugares y ahora lo pueden comprobar por si mismos, pero aparecen las desconfianzas. ¿Dónde ha aprendido todo eso? ¿De donde le viene esa sabiduría? ¿Si él es el hijo del carpintero y aquí están todos sus parientes? La sorpresa inicial se transformó en comidillas y en desconfianzas. Como no sucede tantas veces.
Y nos comenta el evangelista que allí Jesús no pudo realizar aquellos signos del reino de Dios que el iba haciendo por todas partes. No creyeron en él, en su Palabra, en su misión. Les faltaba la fe. No hizo milagros Jesús en Nazaret.
Claro que esto nos puede llevar a más reflexiones para nuestra vida. Es preguntarnos cómo nosotros acogemos la Palabra de Dios, qué significa Jesús para nosotros, si descubrimos todo el misterio de gracia y de amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta. Igual que en la vida vamos tantas veces con nuestro espíritu cerrado a cuanto podamos recibir de los demás, porque predominan nuestros prejuicios o nuestro amor propio y todas esas otras oscuridades que bien nos sabemos, así podemos tener cerrado nuestro espíritu al misterio de Dios que se nos manifiesta a través de tantas señales. Aunque decimos que tenemos fe, sin embargo nuestra fe es pobre, raquítica, nos no dejamos conducir por el Espíritu de Dios.

jueves, 2 de agosto de 2018

Aunque la vida nos parezca una travesía por un mar embravecido y revuelto tenemos la esperanza de la victoria en Cristo que hace brillar el Reino de Dios



Aunque la vida nos parezca una travesía por un mar embravecido y revuelto tenemos la esperanza de la victoria en Cristo que hace brillar el Reino de Dios

Jeremías 18,1-6; Sal 145; Mateo 13,47-53

Si camináramos sin esperanza en este mar revuelto que es la vida pronto nos sentiríamos desalentados cuando nos vamos encontrando tantas cosas turbias que nos confunden, nos distraen y nos arrastran quizá a los peligros.
Es como meterse en un mar revuelto en medio de vientos y fuertes olas, corrientes adversas que nos arrastran y peligros de escollos que en los que revientan las olas; puede ser mucha la pericia que tengamos para nadar, muchas las fuerzas con que en principio nos sentimos, pero la fuerza de las corrientes, las aguas turbias que no nos permiten ver con claridad y toda esa maraña de peligros nos hacen perder las fuerzas, la orientación y nos pueden poner en peligro la vida.
Así vamos navegando por ese mar de la vida. No todo es bueno ni apacible, vemos como surgen ambiciones y malicias por doquier, el materialismo y el consumismo nos ahoga, las pasiones se desatan incontrolables, dentro de nosotros mismos nos aparecen los sueños de la vanidad y del orgullo, el amor propio nos corroe por dentro cuando quizá no somos tratados como nosotros creemos merecer y la vida parece que se convierte en una lucha sin cuartel llena de violencias, de zancadillas, de envidias y recelos que tanto daño nos hacen.
Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Cómo nos mantenemos en ese camino recto que nos hemos propuesto? ¿Cómo mantenernos en esos valores y principios que sabemos que son los que verdaderamente nos dignifican cuando vemos que alrededor la gente parece que triunfa y no precisamente desde esos valores?
Ahí está donde hemos de saber encontrar nuestra sabiduría y nuestra fortaleza. Se nos hace difícil la travesía pero bien sabemos donde tenemos que apoyarnos. Hemos de saber crecer de verdad por dentro creando una verdadera fortaleza interior para podernos mantener firmes. Es la espiritualidad que tiene que envolver nuestra vida, ser nuestra raíz y nuestro cimiento.
Pero esa espiritualidad no es lo que consigamos por nosotros mismos. Es cierto que por nosotros hemos de saber cultivar todos esos valores del espíritu que nos hacen grandes, pero  no es solo en nuestro espíritu sino en el espíritu de Dios donde tenemos que encontrar la verdadera fortaleza de nuestra vida. Dejémonos trabajar por la fuerza del espíritu como el barro en manos del alfarero, que nos decía el profeta. Ese es el camino verdadero que nos lleva a la victoria, porque no es nuestra victoria sino la victoria de Cristo que ha vencida al mal y al pecado.
Su muerte y su resurrección es el gran signo de su victoria. Es ahí donde nosotros hemos de apoyarnos y sentir que su luz no nos faltará porque aunque las aguas de la vida anden turbias y procelosas con la luz de su espíritu poder ver con claridad y superar todos los peligros. En esa travesía de la vida no vamos solos porque El ha prometido su presencia con nosotros para siempre.
Vendrá el final de los tiempos, el momento en que en esa red van a aparecer esa multitud de peces de la que nos habla la parábola. Tenemos la confianza de que si nos mantenemos fieles en esa lucha, aunque muchas veces podamos salir heridos, podemos ser de los escogidos y no desechados. ‘Venid vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’, vamos a escuchar que se nos dice. Jesús nos ha dicho ‘no temáis, yo he vencido al mundo’. Esa es nuestra esperanza por la que nunca sentiremos el desaliento y la derrota.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Buscamos y deseamos, pero también tenemos que saber dejarnos encontrar y saber estar abiertos en nuestro espíritu a algo distinto, a algo más sublime


Buscamos y deseamos, pero también tenemos que saber dejarnos encontrar y saber estar abiertos en nuestro espíritu a algo distinto, a algo más sublime

Jeremías 15,10.16-21; Sal 58; Mateo 13,44-46

Ayer me contaba un amigo de lo bien, mas o menos, que ahora le van las cosas. Me hablaba de su trabajo, de los negocios que había emprendido, los bienes o posesiones que había ido adquiriendo, y le decía que tenía que sentirse satisfecho porque la vida le iba marchando bien. Me comentaba que había nacido pobre y se había jurado a si mismo que lucharía por mejorar su vida para mejorar también la situación de su familia.
En medios de las luchas y trabajos que significa la vida y los negocios, pudiendo ya vivir más o menos bien, sin embargo me decía que algunas veces no se encontraba a si mismo, no se sentía del todo satisfecho porque parecía que aun le faltaba algo. Terminábamos hablando de la familia, sobre todo de sus hijos a los que veía crecer, de los que se sentía sin embargo satisfecho a pesar de que en su juventud aún son promesas de futuro, pero había algo que buscaba en su interior y por ese camino iba encontrándolo.
Buscamos en la vida, luchamos, queremos mejorar, deseamos encontrar algo que nos llene plenamente. Por mucha que sea la suerte o el resultado de los esfuerzos en lo material que vamos consiguiendo – no todo tenemos que dejarlo al azar o la suerte o verlo como el resultado del azar – sin embargo sentimos en nuestro interior que necesitamos algo más que nos llene, que nos dé un verdadero sentido para nuestras luchas, que nos haga descubrir como podemos dejar una huella de nosotros mismos en los que van tras nosotros, o algo que nos trascienda en un más allá que nos lleve a una plenitud que en el fondo todos deseamos.
Es esa perla preciosa que deseamos encontrar, es ese tesoro que parece que permanece escondido y tanto nos cuesta encontrar. Buscamos y deseamos, pero también tenemos que saber dejarnos encontrar. Buscamos y deseamos pero también tenemos que estar abiertos en nuestro espíritu a algo distinto, a algo más sublime, a algo que nos eleve sobre esas tareas o esas rutinas de cada día, a algo noble que pueda llenar de verdad nuestro espíritu.
Si solo buscamos lo primario que todos deseamos tenemos el peligro de quedarnos siempre en lo material y en lo efímero. Por eso tenemos que ser capaces de pensar que hay un estadio superior, unos ideales más altos, unas metas más espirituales. Tenemos que ser capaces de renunciar incluso a eso material que ahora parece que nos puede llenar para dar cabida en nuestro corazón y en nuestra vida a algo que es bien superior. Si vivimos solo en lo sensible físicamente o en lo material no aprenderemos a saborear lo espiritual. Por eso tenemos que aprender a vaciarnos también, porque eso material algunas veces lo que produce en nosotros es un vació interior que no sabemos como llenar.
Las parábolas que nos propone hoy Jesús del tesoro encontrado en el campo o la perla fina encontrada casi por casualidad nos hablan de cómo aquel que los encuentra es capaz de vender todo lo que tiene para adueñarse de aquel tesoro o para poseer aquella perla preciosa.
¿Seríamos capaces de hacer nosotros lo mismo si encontramos el verdadero tesoro de nuestra vida? sepamos encontrar en el evangelio ese tesoro, sepamos descubrir la verdadera riqueza que es para nuestra vida vivir conforme a los valores que nos ofrece el evangelio, sepamos encontrarnos con Cristo verdadera sabiduría de nuestra vida. Merece la pena dejarlo todo por El.

martes, 31 de julio de 2018

A pesar de la cizaña del mal con que nos vamos tropezando cada día caminamos con esperanza dándole trascendencia de eternidad a cuanto hacemos y vivimos



A pesar de la cizaña del mal con que nos vamos tropezando cada día caminamos con esperanza dándole trascendencia de eternidad a cuanto hacemos y vivimos

Jeremías 14,17-22; Sal 78; Mateo 13,36-43

La vida de alguna manera es una tensión entre el presente que vivimos y el futuro que esperamos.  Es cierto que tenemos que vivir con los pies sobre la tierra y hemos de vivir y vivir con intensidad el momento presente, pero consciente o inconscientemente nos vamos construyendo un futuro; hay una continuidad entre todo lo que hacemos. Porque es el crecimiento y maduración de la persona que nos da sentido a lo que ahora hacemos, pero que es un buen cimiento y fundamento de lo que con mayor plenitud podemos vivir en el mañana de nuestra vida. Vamos aprendiendo de la vida y hasta los fracasos o las dificultades con que nos encontramos pueden ser lección que aprendamos para afrontar de mejor manera lo que el mañana nos depare.
Pero yo diría que no solo es esa tensión entre el hoy y el mañana en un sentido cronológico o que podamos medir con el tiempo, sino que nuestra vida tiene o ha de tener una mayor trascendencia. Un trascender que nos lleva más allá del tiempo presente y de lo que ahora en este tiempo podamos vivir intentando en plenitud pero sabiendo que nos encontraremos muchas espinas en el camino. Es la trascendencia de vida eterna que descubrimos no solo desde el ansia de plenitud que puede haber en nuestra interior, sino en lo además tenemos revelado desde nuestra fe.
Jesús repetidamente en el evangelio nos habla de esa vida en plenitud, de la vida eterna; nos habla de resurrección y nos habla de vivir en El para siempre. En algún momento nos dice que nos prepara sitio y quiere que estemos con El, que nos llevará con El. Es cuando nos habla de que El mismo es el camino porque también es la vida eterna que nos promete.
Pero hemos de seguir ese camino que no siempre es fácil; como decíamos antes nos aparecen espinas en el camino. Hoy en el evangelio con la parábola que nos está explicando nos habla de la cizaña del mal que va envolviendo nuestro campo y en medio del cual nosotros tenemos que llegar a dar fruto sin dejarnos mezclar ni confundir.
Es el camino que vamos haciendo cada día entre luchas, con dificultades, con momentos de florecimiento, pero también con momentos oscuros; un camino en que nos sentimos muchas veces tentados al desencanto y la desilusión cuando contemplamos cuanto mal hay a nuestro alrededor y que nos afecta y nos hace daño. Pero un camino que tenemos que saber hacer con esperanza.
Sabemos bien que no todo lo alcanzamos en el momento presente; por eso miramos hacia el futuro y queremos que sea mejor. La perfección de lo bueno nos es difícil de alcanzar porque tenemos muchas limitaciones, pero en la trascendencia de nuestra fe, sabemos que en Dios podemos alcanzar un día esa plenitud.
De alguna manera en la explicación que nos hace Jesús de la parábola nos está hablando de ese juicio final que solo nos lo podrá hacer Dios. Pero como  nos aparece manifestado en otro momento del evangelio Dios nos va a examinar nuestra amor, ese amor que nos hizo superar tantas limitaciones y debilidades mientras caminamos en este mundo, ese amor que nos hizo mirar con mirada nueva cuanto nos rodeaba, ese amor que abrió nuestro corazón a los que con nosotros caminaban. Como nos decía poética y místicamente san Juan de la Cruz en el atardecer de la vida vamos a ser examinados de amor.

lunes, 30 de julio de 2018

No serán los grandes gestos será a partir de pequeñas cosas las que darán nueva belleza y armonía a la vida y al mundo


No serán los grandes gestos será a partir de pequeñas cosas las que darán nueva belleza y armonía a la vida y al mundo

Jeremías 13, 1-11; Sal: Dt 32, 18-19. 20. 21; Mateo 13, 31-35

A mí me encanta ir de paseo por las montañas de mi tierra, de mi isla. No quiero hacer publicidad diciendo que sean los lugares más bellos de la tierra, pero sí me siento cautivado por la belleza de nuestras montañas y nuestros valles, nuestros montes como llamamos aquí a los bosques en la frondosidad de su laurisilva o en la belleza del pino canario, las montañas que se elevan hacia lo alto buscando las estrellas con esa majestuosidad y armonía que en la misma sencillez nos ofrece la naturaleza.
Pero cuando contemplo la espectacularidad de todo esto al mismo tiempo bajo mi mirada a ras del suelo para ver las pequeñas plantas con sus flores, los pajarillos que en la inmensidad del paisaje pasan quizá desapercibidos, pero que se oye la música de su trinar o el zumbido de los insectos que saltan de flor en flor para libar el néctar de su miel. La belleza está en aquello grande y espectacular, pero la belleza está hecha al mismo tiempo de esas pequeñas cosas, esas pequeñas plantas con sus flores, de todo eso que nos puede parecer pequeño e insignificante pero que dan armonía a su conjunto y contribuyen cada cosa con su pequeñez a la belleza total.
Nos encandilan las cosas grandes y no nos detenemos a prestar atención a los pequeños detalles, pero son esos pequeños detalles lo que darán armonía y belleza al conjunto porque una sinfonía no la hace un solo sonido, sino el conjunto de muchos instrumentos cada uno con su propio sonido pero que entre todos conforman la belleza de la sinfonía con su propio ritmo con su propia canción. Así la vida, así el Reino de Dios del que nos habla Jesús en el evangelio.
Hoy nos hace Jesús fijarnos en la pequeñez del grano de mostaza o la insignificancia de un pequeño puñado de levadura. Será que dará belleza y sentido al conjunto. Sin la levadura el pan no tendría su sabor ni su textura, y sin esa pequeña planta nacida de una insignificante semilla parece que nos pájaros no tendrían donde anidarse ni ofrecernos sus trinos.
Fijémonos en esas pequeñas semillas o esos insignificantes granos de levadura que podemos encontrar en la vida de los demás, que los hace bellos, pero que hacen bello también nuestro mundo. Fijémonos en la vida de las personas para apreciar esas bellezas y esos valores que nos darán encanto a la vida y nos servirán al mismo tiempo de estímulo a nosotros para desarrollar cuanto de bello puede haber en nuestra vida que muchas veces nos pasa desapercibido.
Creo que las parábolas de hoy nos pueden estar invitando a que sepamos descubrir en nosotros esa buena semilla que tenemos que sembrar en el corazón de los demás, pero también en ese sabor que nosotros podemos ofrecer a los que nos rodean para que encuentren un sentido y un valor para sus vidas. Hay en nosotros tesoros que muchas veces mantenemos ocultos y nos cuesta aportar de esa nuestra riqueza interior para hacer agradable y mejor la vida de los demás.
No nos guardemos solo para nosotros esa levadura que tenemos desde nuestra fe y desde nuestros valores y principios cristianos. No los podemos ocultar, tenemos que mezclarlos en la masa de la vida para hacerlos fermentar. Nos quejamos algunas veces de que esa masa de nuestro mundo se está volviendo putrefacta, pero ¿no será porque nosotros no le hemos sabido ofrecer el fermento de nuestra fe y de nuestros valores? Quizá no da miedo porque la masa que nos rodea nos parece adversa y muy grande y pensamos qué es lo que podemos hacer. La levadura mezclada en la masa del pan puede ser insignificante pero sin embargo lo hará fermentar.
Es lo que nosotros tenemos que ser, tenemos que hacer. No serán los grandes gestos, será a partir de pequeñas cosas las que darán belleza y nueva armonía a la vida y a nuestro mundo. El paisaje no lo conforman solo las grandes montañas, sino que está forjado de las pequeñas plantas, de los que pequeños seres que pululan en medio de esa inmensidad.

domingo, 29 de julio de 2018

Jesús quiso contar hasta con lo que parecía más insignificante para abrirnos los ojos a unos valores nuevos que no lleven a hacer que nuestro mundo sea mejor


Jesús quiso contar hasta con lo que parecía más insignificante para abrirnos los ojos a unos valores nuevos que nos lleven a hacer que nuestro mundo sea mejor

2Reyes 3, 42-44; Sal. 144; Efesios 4, 1-6; Juan 6, 1-15

Alguna vez quizá nos hemos sentado apaciblemente en el patio de nuestra casa y son esos momentos en que parece que no hacemos nada o no pensamos en nada, pero vamos observando alrededor la situación de nuestro hogar y mentalmente nos vamos haciendo como un listado de cuantas cosas habría que hacer, habría que arreglar o mejorar; pero al tiempo quizá nos ponemos serios y pensamos cuanto nos va a costar todo eso, esos arreglos que nos damos cuenta que necesariamente tenemos que hacer pero que un poco nos asustamos porque nos parece que se nos sale de nuestros presupuestos. ¿Qué hacemos al final? ¿Lo dejamos todo como está? ¿Vamos emprendiendo los arreglos uno a uno según podamos? ¿Contamos con el resto de la familia?
Pero esto es una imagen para empezar, porque igual nos ponemos a mirar la situación de nuestro mundo, de nuestra sociedad. Y nos damos cuenta de cuantos problemas, cuantas necesidades, cuantas cosas a las que tenemos que buscar una solución. Pensamos en la miseria en que viven tantos, o pensamos, por ejemplo, en los inmigrantes que como en riadas nos están llegando continuamente por nuestras costas a nuestras tierras.
Quizá echamos balones fuera, como solemos hacer con demasiada frecuencia, y que los que dirigen la sociedad pongan remedio; y pensamos en un regular o impedir que lleguen tantos, o los deportamos a sus lugares de origen. Es que no podemos más, es que aquí también hay problemas, nos decimos, es que a ellos se les da todo mientras a otros no se les solucionan sus problemas, y así comenzamos a hacernos tantos razonamientos, que hasta medio nos convertimos en racistas o xenófobos.
Pero igual en esos problemas en tantos otros que sabemos que están ahí en nuestra sociedad y en nuestro mundo. ¿Qué hacemos? ¿En qué nos implicamos? ¿Qué sean otros los que solucionen? ¿Qué sensibilidad tenemos y hasta donde llega nuestra solidaridad? ¿Nos quedamos sentados en el patio de la vida viendo cuanto hay que hacer, pero esperando que sean otros los que lo solucionen?
El evangelio nos cuenta hoy que Jesús se fue a un lugar apartado y allí se encuentra mucha gente que ha ido en su búsqueda. Siente lástima en su corazón, les enseña, cura a los enfermos, pero hay un problema, están en descampado, queda lejos para que puedan llegar de nuevo a sus casas y aquella gente está hambrienta porque se han agotado sus provisiones.
¿Qué hacer? Ya el evangelista nos dice que Jesús sí sabia lo que hacer. Pero, ¡ojo! Jesús quiere contar con los discípulos y con la gente. ‘¿Dónde compraremos panes para que coma toda esta gente?’ pregunta Jesús a los discípulos más cercanos. Por allá anda Felipe haciéndose sus cálculos económicos para resolver el problema, pero aquello supera los ahorros que ellos puedan tener, que además andan de limosna. Pero el dinero no es tampoco la solución de los problemas, aunque andemos demasiado encandilados en la vida en esos aspectos.
La pregunta de Jesús no cae en saco roto, porque por allá anda Andrés indagando lo que aun les pueda quedar en sus provisiones a aquella gente. ‘Aquí hay un muchacho con cinco panes y dos peces’, viene contando. Pero ¿qué es eso para dar de comer a tanta gente? Parece que se repite lo que hemos escuchado con el profeta Eliseo, un hombre que trae los panes de la ofrenda para el profeta y Eliseo que manda que aquello se reparta con la multitud hambrienta que está allí a las puertas. También se pregunta el criado que significan aquellos pocos panes para la multitud que está esperando.
Conocemos el desenlace del episodio del desierto y como toda aquella multitud comió y aun sobraron canastas de pan. También sabemos que este signo vendrá a completarse con lo que seguiremos escuchando en los próximos domingos y es también un signo del Pan de Vida que Jesús nos va a anunciar.
Creo que con este episodio y el actuar de Jesús se nos están dando pautas, se nos están abriendo caminos para cuando nos enfrentemos a los problemas que aquejan nuestra vida y nuestro mundo. Nos han quedado señalados algunos aspectos. ¿Por donde ha de caminar la solución de tantos y tantos problemas que afectan a nuestro mundo? Se nos ha hablado tantas veces del estado del bienestar, de los medios materiales que necesitamos para conseguir que vivamos bien, que luego de repente se nos derrumban muchas cosas porque ni el estado del bienestar es tal estado del bienestar, ni solo la posesión de bienes nos da ese bienestar a la vida que ha de ir mucho más allá de unas comodidades que podamos alcanzar o el remedio a unas necesidades.
Todo esto tiene que pasar por la persona, por la maduración de las personas en unos valores profundos que serán los que nos darán estabilidad a nuestra vida, porque serán nuestro verdadero apoyo. Le solucionamos los problemas a la gente dándole cosas materiales, pero no enseñamos en valores de responsabilidad, de colaboración para que sepamos contribuir entre todos a ese bien común, de espíritu de sacrificio y de deseos de verdadera superación como persona buscando caminos que nos lleven al entendimiento, a la armonía en nuestras relaciones, a una convivencia en la que evitemos enfrentamientos, envidias, orgullos, resentimientos y cosas así. Si no crecemos como personas porque aprendamos a superarnos y a responsabilizarnos no conseguiremos en verdad mejorar ni nuestra vida ni nuestro mundo. Miremos, pues, cómo estamos educando a las jóvenes generaciones.
Y está ese otro aspecto que también subrayábamos. Contar con las personas. Jesús sabiendo lo que iba a ser la solución de aquel problema del desierto quiso sin embargo contar con las personas, con los discípulos, pero también con aquel joven que ofreció lo poco que tenia. Sepamos contar también con eso poco que nos pueda ofrecer el más pequeño. Nos decimos quizá tantas veces y yo que soy tan poca cosa o tengo tan poco qué voy a aportar, qué valor puede tener lo que yo haga. Aunque nos parezca que pueda pasar desapercibido sepamos contar con lo más pequeño y no dudemos nosotros de ofrecer incluso lo más pequeño que nosotros podamos tener.
¿Nos dará todo esto que estamos reflexionando una visión nueva de cómo emprender la tarea de mejorar nuestro mundo? Cuántas pequeñas cosas, pero que son grandes valores nosotros podemos ofrecer. Jesús está queriendo contar contigo.