sábado, 4 de agosto de 2018

No digamos a la ligera aquello de que no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, sino evitemos ponernos en esa pendiente resbaladiza que nos llevará al precipicio



No digamos a la ligera aquello de que no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, sino evitemos ponernos en esa pendiente resbaladiza que nos llevará al precipicio

Jeremías 26,11-16.24; Sal 68; Mateo 14,1-12

Ponernos al borde del precipicio es arriesgado, al mínimo traspiés o movimiento en falso podemos precipitarnos ladera abajo por la pendiente y sabemos que cuando nos vemos arrastrados por una pronunciada pendiente difícil es que nos podamos detener o que salgamos ilesos de esa caída. Cuantos pierden la vida por riesgos innecesarios cuando no se toman las debidas precauciones para evitar la caída por esa resbaladiza pendiente.
Claro que entendemos que nos queremos referir a algo más que esos accidentes de los que tantas veces escuchamos noticias y que lamentamos la pérdida de vida por esas llamémoslas así aventuras peligrosas. Pero nos sucede en la vida con demasiada frecuencia. Esos casos graves de corrupción de los que ahora oímos hablar tanto no comenzaron defraudando grandes cantidades, sino que seguramente fueron pequeñas cosas que nos parecían insignificantes y a las que le dábamos poca importancia desde un laxismo moral muy peligroso. Y eso en tantas aspectos en que nos podemos ver envueltos o que estamos contemplando casi a diario; luego vendrán lamentaciones e incluso querer justificarnos, pero cuando se entra en esa senda luego es bien difícil detenerse.
Nos permitimos pequeñas cosas que decimos, repito que no tienen importancia, pero parece que le cogemos el gusto y ya luego no nos podemos detener. En por el contrario la vigilancia que ha de mantener el hombre honrado, el que quiere ser justo de verdad en todas sus actuaciones, porque terminaremos no solo haciéndonos daño a nosotros mismos aunque tratemos de disimularlo con los oropeles del poder y del dinero, pero es que enseguida seguiremos por hacer mucho daño a los demás. Es una espiral que es muy difícil luego detener con la que vamos corrompiendo también nuestro mundo.
Un retrato de todo esto lo tenemos hoy en el evangelio en el comportamiento de Herodes. Todo en él es una espiral de vida desenfrenada que parece que no tiene fin. Frente la figura de Juan Bautista, con su denuncia, con su Palabra y su vida profética pero que resulta incómoda. Pero están las cobardías de Herodes, que aunque reconoce, como se nos dirá en los textos paralelos de los otros evangelistas, quería escuchar y respetar a Juan, pero su vida eran un torbellino sin fin. Por medio Herodías con quien convive ilícitamente Herodes, pero que quiere quitar de en medio a Juan hasta que lo consigue. Los respetos humanos que coartan y que nos hacen cerrar los ojos ante el mal. En cuantas cosas se reflejan los comportamientos que hoy vemos en esta breve escena del evangelio. Finalmente el inocente es eliminado, como suele suceder siempre en estas luchas de vanidad y de poder.
Es el martirio de Juan el Bautista y es un supremo testimonio que tenemos que admirar. Pero todo esto tendría que hacernos pensar en todas esas pequeñas cosas que nos permitimos, que no le damos importancia aunque sabemos que no están tan bien hechas. Cobardías de nuestra vida, respetos humanos, ojos que se cierran para no ver, oídos sordos para no escuchar la palabra clara que nos señala o nos denuncia situaciones en las que nos vamos metiendo en esa resbaladiza pendiente. Ahora mismo hasta podemos pasar de largo ante estas reflexiones y quedarnos sí en esa injusticia de Herodes, pero seguimos pasando página.
No podemos pasar página ante el evangelio que se nos presenta ante nuestros ojos. No nos basta que recemos a la carrera el padrenuestro y le digamos al Señor que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal, pero nosotros seguimos metiéndonos en la boca del león, porque no tratamos de mejorar actitudes, de cambiar comportamientos, de superarnos en esas pequeñas cosas que todos sabemos que tenemos como un tropiezo ahí en nuestra conciencia. No recemos a la ligera el padrenuestro.

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