martes, 31 de julio de 2018

A pesar de la cizaña del mal con que nos vamos tropezando cada día caminamos con esperanza dándole trascendencia de eternidad a cuanto hacemos y vivimos



A pesar de la cizaña del mal con que nos vamos tropezando cada día caminamos con esperanza dándole trascendencia de eternidad a cuanto hacemos y vivimos

Jeremías 14,17-22; Sal 78; Mateo 13,36-43

La vida de alguna manera es una tensión entre el presente que vivimos y el futuro que esperamos.  Es cierto que tenemos que vivir con los pies sobre la tierra y hemos de vivir y vivir con intensidad el momento presente, pero consciente o inconscientemente nos vamos construyendo un futuro; hay una continuidad entre todo lo que hacemos. Porque es el crecimiento y maduración de la persona que nos da sentido a lo que ahora hacemos, pero que es un buen cimiento y fundamento de lo que con mayor plenitud podemos vivir en el mañana de nuestra vida. Vamos aprendiendo de la vida y hasta los fracasos o las dificultades con que nos encontramos pueden ser lección que aprendamos para afrontar de mejor manera lo que el mañana nos depare.
Pero yo diría que no solo es esa tensión entre el hoy y el mañana en un sentido cronológico o que podamos medir con el tiempo, sino que nuestra vida tiene o ha de tener una mayor trascendencia. Un trascender que nos lleva más allá del tiempo presente y de lo que ahora en este tiempo podamos vivir intentando en plenitud pero sabiendo que nos encontraremos muchas espinas en el camino. Es la trascendencia de vida eterna que descubrimos no solo desde el ansia de plenitud que puede haber en nuestra interior, sino en lo además tenemos revelado desde nuestra fe.
Jesús repetidamente en el evangelio nos habla de esa vida en plenitud, de la vida eterna; nos habla de resurrección y nos habla de vivir en El para siempre. En algún momento nos dice que nos prepara sitio y quiere que estemos con El, que nos llevará con El. Es cuando nos habla de que El mismo es el camino porque también es la vida eterna que nos promete.
Pero hemos de seguir ese camino que no siempre es fácil; como decíamos antes nos aparecen espinas en el camino. Hoy en el evangelio con la parábola que nos está explicando nos habla de la cizaña del mal que va envolviendo nuestro campo y en medio del cual nosotros tenemos que llegar a dar fruto sin dejarnos mezclar ni confundir.
Es el camino que vamos haciendo cada día entre luchas, con dificultades, con momentos de florecimiento, pero también con momentos oscuros; un camino en que nos sentimos muchas veces tentados al desencanto y la desilusión cuando contemplamos cuanto mal hay a nuestro alrededor y que nos afecta y nos hace daño. Pero un camino que tenemos que saber hacer con esperanza.
Sabemos bien que no todo lo alcanzamos en el momento presente; por eso miramos hacia el futuro y queremos que sea mejor. La perfección de lo bueno nos es difícil de alcanzar porque tenemos muchas limitaciones, pero en la trascendencia de nuestra fe, sabemos que en Dios podemos alcanzar un día esa plenitud.
De alguna manera en la explicación que nos hace Jesús de la parábola nos está hablando de ese juicio final que solo nos lo podrá hacer Dios. Pero como  nos aparece manifestado en otro momento del evangelio Dios nos va a examinar nuestra amor, ese amor que nos hizo superar tantas limitaciones y debilidades mientras caminamos en este mundo, ese amor que nos hizo mirar con mirada nueva cuanto nos rodeaba, ese amor que abrió nuestro corazón a los que con nosotros caminaban. Como nos decía poética y místicamente san Juan de la Cruz en el atardecer de la vida vamos a ser examinados de amor.

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