sábado, 12 de mayo de 2018

Aprendamos a saborear el susurro del amor de Dios haciendo silencio en nosotros para sentir y vivir la presencia amorosa de Dios que solo podemos hacer con Jesús


Aprendamos a saborear el susurro del amor de Dios haciendo silencio en nosotros para sentir y vivir la presencia amorosa de Dios que solo podemos hacer con Jesús

Hechos de los apóstoles 18,23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28

¿Os habremos fijado en cómo terminan habitualmente las oraciones en la liturgia de la Iglesia, por ejemplo, en la celebración de la Eucaristía? En una formulación más corta o más larga siempre presentamos nuestras oraciones al Padre por medio de Jesucristo. ‘Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor…’ decimos siempre.
Y en el momento cumbre de la Ofrenda de la Eucaristía, en la doxología final de la plegaria eucarística queremos dar todo honor y toda gloria a Dios Padre todopoderoso por Cristo, con Cristo, y en Cristo, en la unidad del Espíritu Santo. Es la ofrenda del sacrificio, hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, nos sentimos unidos en el Espíritu formando unidad, formando comunidad e Iglesia, recordamos a María y a los santos y a toda la Iglesia, los que aun peregrinamos en la tierra, los que han termino su camino y los que glorifican a Dios en el cielo y ofrecemos el Sacrificio de Cristo para la gloria del Señor; y lo hacemos con esa formula de la doxología ‘por Cristo, con El, y en El a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’.
Estamos haciendo lo que nos enseña Jesús en el Evangelio. Nos ha enseñado a sentir a Dios como Padre y a llamarlo Padre. Realizando Jesús siempre lo que era la voluntad del Padre – su alimento era hacer su voluntad – nos llama dichosos si somos capaces de plantar la Palabra del Padre en nuestro corazón y cumplirla; los que lo hacen serán en verdad los hijos de Dios.
Nos enseña a invocarle con la confianza y el amor de los hijos para pedirle cuanto deseemos o necesitemos, sabiendo que en su amor El siempre conoce bien lo que necesitamos; nos está diciendo cómo hemos de gozarnos en su amor y en su presencia, escuchándole y amándole. Qué dicha poder saborear ese amor de Dios en nuestra oración orando como El nos enseñó.
Y ahora nos dice que cuanto pidamos al Padre en su nombre podemos tener la seguridad de que lo obtenemos. Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa’. 
Claro que sí, nuestra alegría será completa porque nos sentimos amados de Dios, porque experimentamos en nuestro corazón y en nuestra vida como nos escucha y nos da cuanto necesitamos. Por eso añade Jesús, ‘Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Dios nos ama, el gran motivo de nuestra alegría, de la mayor de las alegrías.

Alguien dice que se aburre en la oración. Quitemos rutinas de nuestra manera de orar. No nos contentemos con repetir fórmulas y palabras. Vaciemos nuestra mente y nuestro corazón de ideas preconcebidas para aprender a orar. No se ha sabido abrir el corazón a Dios y a su presencia; no se ha aprendido a gustar de esa presencia de Dios y de su amor. Hagamos silencio en nosotros y escucharemos el susurro de amor de Dios; con ruidos no lo podremos escuchar ni saborear. Aprendamos a saborearlo, sí, pero eso solo se aprende orando, haciendo silencio ante Dios y dejándose inundar por su presencia que solo podremos experimentar plenamente con Jesús y por Jesús.

viernes, 11 de mayo de 2018

Con nosotros está el Señor y esa alegría nada ni nadie nos la podrá quitar y por eso trascendemos por encima de problemas y tristezas para llenarnos de esperanza



Con nosotros está el Señor y esa alegría nada ni nadie nos la podrá quitar y por eso trascendemos por encima de problemas y tristezas para llenarnos de esperanza

Hechos de los apóstoles 18,9-18; Sal 46; Juan 16,20-23a

A todo el mundo le gusta la fiesta y estar alegres. Bien vemos cómo la gente se apresta pronto para la fiesta y cuando están en buen ambiente se lo pasan muy bien. Todo es música, todo quiere aparentar alegría, las risas, los cantos, las caras alegres, la buena relación entre todos haciendo desaparecer el malhumor o los pesares que se llevan por dentro. Es un ingrediente bueno para la vida, sobre todo cuando se vive una alegría sincera, una alegría que nos es forzada, una alegría y felicidad que no necesita de estímulos extraordinarios para vivirla.
Porque al mismo tiempo algunas veces observamos a la gente en las carreras locas que se tienen por la vida, para llegar al trabajo, para acudir quizá a una cita, mientras vamos por la carretera conduciendo el coche, o cuando estamos en nuestro lugar de trabajo o simplemente en medio de la gente quizás su familia, sus compañeros de trabajo o sus vecinos, observamos, digo, muchas caras demasiado serias, demasiados ceños fruncidos haciendo aparecer arrugas o muecas en el rostro, muchas miradas y gestos en tensión que podrían ser indicativos que no lo estamos pasando bien o no estamos a gusto en lo que hacemos. Prueba a ponerte un día junto a una vía de tráfico intenso y trata de fijarte en el rostro de los conductores de los vehículos.
¿Alegría y felicidad verdadera? ¿O alegría y felicidad que necesita de estímulos externos para que se manifiesten en nuestros gestos o en nuestros rostros? Por eso quizá haya que preguntarse si somos felices de verdad. Vivimos en demasiada tensión y no disfrutamos de lo que hacemos o de lo que en cada momento vivimos. ¿Serán esos buenos síntomas? ¿Pudiera ser que algo nos esté fallando en nuestro interior, o en las mismas motivaciones de nuestra vida para que nos sintamos agobiados por los problemas o las carreras de la vida? ¿Necesitaríamos hacer un parón para ver si somos felices de verdad, si hay alegría de verdad en nuestra vida?
A alguien podría parecerle que no vienen a cuento estas consideraciones que me hago en estas páginas en que reflexionamos sobre distintos aspectos del evangelio de Jesús. Pero sí, me hago estas consideraciones viendo la insistencia con que Jesús nos está hablando de la alegría. Porque Jesús nos viene a decir que nosotros, los creyentes, tendríamos que ser las personas más felices del mundo cuando experimentamos como nosotros podemos hacerlo el amor de Dios y salvación que nos llega con la presencia de Jesús. Pero resulta que nosotros los cristianos no nos diferenciamos mucho de la inmensa mayoría de la gente de nuestro alrededor a quienes no vemos tan felices como aparecen, como hemos venido diciendo.
Y aquí tendríamos que preguntarnos si vivimos con alegría y esperanza nuestra fe. Porque resulta muchas veces que cuando venimos a celebrar – y subrayo esta palabra de venir a celebrar, o lo que es lo mismo hacer fiesta – cuando venimos, digo, nuestra fe la expresión de nuestro rostro y las actitudes con que venimos no son precisamente de alegría y de felicidad. Demasiado serios vemos muchas veces a los cristianos. Y cuando digo serios puedo decir apenados, amargados y tristes en muchas ocasiones, sin ilusión y esperanza, sin alegría en su espíritu. Y eso no cabe en un cristiano.
‘También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría’, nos dice Jesús. Y es que los problemas y los agobios los tendremos con nosotros, momentos de desánimo nos pueden aparecer, también estamos sujetos al malhumor y al cansancio en las luchas de la vida.
Pero nosotros tenemos una certeza que se convierte en motivación profunda. Jesús está con nosotros, El es nuestra fuerza y nuestra vida, nos da su Espíritu que es aliento y fuerza en nuestras luchas, la esperanza no nos puede faltar y por eso trascendemos más allá de aquello que nos puede hacer sufrir, para encontrar un sentido y un valor, para apoyarnos en todo  lo bueno que tenemos y que vamos encontrando también en la vida a pesar de las sombras, porque nosotros tenemos una vida distinta, tenemos una mirada de fe para cuanto nos sucede. Y con nosotros está el Señor y esa alegría nadie nos la podrá quitar.

jueves, 10 de mayo de 2018

Llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu venciendo toda tristeza y dejémonos inundar por su amor para llenar de la alegría de Dios a nuestro mundo


Llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu venciendo toda tristeza y dejémonos inundar por su amor para llenar de la alegría de Dios a nuestro mundo

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20

Las palabras de Jesús que venimos escuchando en el evangelio en estos últimos días de pascua se corresponden a aquella larga conversación de sobremesa tras la cena pascual. Palabras en las que se hace presentir lo que inmediatamente ha de suceder, aunque ya Jesús lo había anunciado una y otra vez; palabras que suenan a despedida; pero palabras con las ultimas recomendaciones del Señor en la que nos manifiesta una vez más lo que ha de ser el distintivo de los que le siguen y le aman; palabras, como hemos venido diciendo, en la que Jesús derrama su corazón sobre ellos con toda su ternura por lo que terminará orando al Padre por ellos, como escucharemos en días sucesivos.
Las palabras que hoy le escuchamos tienen la connotación de lo que inmediatamente va a suceder, su pasión, pero también tienen el sentido profético de hablarnos de cómo nos vamos a sentir nosotros también a lo largo de los tiempos que no serán fáciles para la Iglesia ni para los que seguimos a Jesús.
‘Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver’, es una referencia clara a su próxima pasión y muerte y a su resurrección. Ellos escandalizados por todos aquellos acontecimientos se van a dispersar y a dejar solo a Jesús. Solo algunas mujeres con María y el discípulo amado van a llegar hasta el Calvario. Será una experiencia dura que les llenará de tristeza y de sentido de fracaso por lo que terminaran refugiándose en el cenáculo con las puertas cerradas por miedo a que a ellos les pueda suceder igual. Los sumos sacerdotes, los fariseos y todos los enemigos de Jesús se alegrarán porque les parece una derrota de Jesús. Pero ellos volverán a verle resucitado y su tristeza se transformará en gozo, un gozo que ya nadie les podrá quitar y que luego con la fuerza del Espíritu Irán proclamando esa buena nueva por todo el mundo.
Pero es el camino que seguirá viviendo la Iglesia a través de los tiempos. Habrá momentos duros y difíciles; bien conocemos las persecuciones de todos los tiempos que nos ha dado tantos mártires, tantos testigos de la fe que fueron semilla de nuevos cristianos. Pero no serán solo los que derramaron o derramarán su sangre, sino es la entrega día a día de quienes creemos en Jesús también en momentos difíciles, momentos que se nos pueden volver oscuros, en que se siembra la duda en nuestros corazones, en que nos podemos sentir igualmente fracasados, donde contemplamos esa sangría de tantos que abandonan y se olvidan de su fe.
Momentos de crisis para la Iglesia como los ha habido en todos los tiempos y sigue habiendo ahora por unas razones o por otras. Momentos en que nos parece que nos sentimos solos y no nos parece sentir la presencia de Jesús con nosotros y flaqueamos porque no captamos la fuerza de Espíritu que está con nosotros. Algunas veces igualmente podemos sentirnos tristes, pero no tenemos motivos, porque sabemos bien que el resucitado ha vencido a la muerte, y que con la fuerza de su Espíritu nosotros podemos vencer también. Con nosotros está el Señor.
Estamos en el tiempo de la Ascensión, no solo porque hoy se cumplen los cuarenta días de la resurrección y el próximo domingo celebraremos su solemnidad, sino porque estamos en el tiempo de la Iglesia; sí, el tiempo en que viviendo en Iglesia seguimos sintiendo la presencia de Jesús con nosotros, aunque tengamos dudas, no lo veamos con los ojos de la cara como nos gustaría hacerlo, y podamos pasar por numerosas crisis. Es el tiempo de abrirnos al Espíritu para abrirnos así a la presencia del Señor que siempre está con nosotros como precisamente en ese día de la Ascensión nos prometió.
Superemos las tristezas, que tienen que estar reñidas con lo que es la vida de un autentico creyente en Jesús; llenemos nuestro corazón de la alegría del Espíritu y dejémonos inundar por su amor; con amor en nuestro corazón la tristeza no nos vencerá sin que llenaremos de la alegría de Dios a nuestro mundo.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Mucho bueno hay encerrado en nuestro corazón que por la gracia del Espíritu un día volverá a renacer y florecerá en frutos de vida cristiana


Mucho bueno hay encerrado en nuestro corazón que por la gracia del Espíritu un día volverá a renacer y florecerá en frutos de vida cristiana

Hechos de los apóstoles 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan 16,12-15

Siempre hay cosas que se quedan en el tintero, solemos decir cuando olvidamos algo, o no tenemos tiempo de manifestar todo lo que quizás sabíamos o teníamos intención de manifestar. También hay ocasiones en que no podemos decir en el momento todas las cosas; en circunstancias tenemos que ir revelando lo que hemos de manifestar de una forma gradual, bien porque la noticia sea impactante y no queremos dañar ni escandalizar quizás a la persona a la que se lo comunicamos, bien sea porque en la educación la enseñanza ha de hacerse también de forma progresiva, porque un niño no puede asimilar, por ejemplo, de la misma manera lo que le digamos a un joven o a un adulto.
‘Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena’. Así les dice Jesús a sus discípulos cuando les hace el anuncio de la venida del Espíritu Santo. No es quizás por las mismas razones de lo que antes reflexionábamos para nosotros al introducir el tema de hoy, pero es cierto que a los discípulos les cuesta comprender todo el misterio de Jesús, y hay cosas, como hemos venido viendo a lo largo del evangelio, que incluso les cuesta aceptar, como fue todo el misterio de la pascua y de la pasión de la que tantas veces Jesús les había hablado y ellos no habían terminado de comprender.
Será tras la resurrección y con la venida del Espíritu Santo cuando lleguen a comprender plenamente que Jesús es el Señor. Así lo confesará Pedro en el primer sermón después de Pentecostés ‘a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado Dios lo constituyó por la resurrección Señor y Mesías’.
Aunque a lo largo del relato del  evangelio vemos que llaman a Jesús ‘Señor’, hemos de tener en cuenta que el evangelio fue escrito posteriormente cuando ya realmente tras Pentecostés así lo habían reconocido. El relato del evangelio, entendemos bien, que no es una crónica que se iba escribiendo en el momento, sino que seria más tarde cuando surgen los evangelistas que quieren dejar por escrito cuanto se decía y conocían de Jesús.
Es lo que ahora – y el texto se corresponde a las palabras de Jesús en la última cena – Jesús les está anunciando. El Espíritu los guiará a la verdad plena; por la fuerza del Espíritu del Señor podrán en verdad reconocer a Jesús como el Señor; por la inspiración del Espíritu irán recordando y comprendiendo, asimilando de verdad en sus vidas, todo lo que Jesús había hecho y les había enseñado.
Es así como nosotros hemos de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Pensemos cuantas cosas hemos aprendido de Jesús, del evangelio, de la vida cristiana a lo largo de nuestra vida. ¿Cuántos serán los sermones que hemos escuchado? ¿Cuántas las catequesis que hemos recibido? ¿Lo recordamos todo? ¿Lo habremos asimilado de verdad? Pero ahí está sembrado en lo hondo de nuestro corazón, como un poso está en el fondo de nuestra mente y de nuestra conciencia aunque nos parezca que no lo recordamos todo, pero cuando nos dejamos conducir por el Espíritu en su inspiración irá sacando todo eso que está en nuestro interior y podremos en verdad irlo asimilando para ir en verdad renovando nuestra vida. Mucho bueno hay encerrado en nuestro corazón que por la gracia del Espíritu un día volverá a renacer y florecerá en nosotros en frutos de vida cristiana.
Es por lo que yo digo muchas veces a los padres que viven quizás la angustia de que sus hijos han olvidado todo aquello que les enseñaron pero parece que ahora van por otros caminos. Si lo hemos sembrado bien, tengamos la esperanza de que un día esos valores vayan a brotar a pesar de que ahora haya tanto follaje. Recemos para que el Espíritu del Señor riegue con su gracia esos corazones que un día se puedan sentir movidos a rescatar esos valores que están ahí encerrados. No perdamos la esperanza, sino con toda confianza oremos al Señor para que un día haya ese despertar.

martes, 8 de mayo de 2018

Jesús nos promete su Espíritu, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir su presencia de Jesús para siempre


Jesús nos promete su Espíritu, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir su presencia de Jesús para siempre

Hechos 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11

Las despedidas no son agradables; a nadie le gusta despedirse. Hay un algo que nos embarga el alma cuando tenemos que despedirnos de alguien si sabemos que esa ausencia se va a prolongar mucho tiempo, o quizá no volvamos a encontrarnos. Multitud de sentimientos, de recuerdos, de añoranzas nos van surgiendo en nuestro interior; al tiempo la incertidumbre de cómo le va a ir a quien se separa de nosotros cuando hay un cariño sincero.
Y cuando la despedida es de improviso nos quedamos aturdidos muchas veces sin saber como reaccionar; quizá después pensamos cuantas cosas hubiéramos podido decirle, cuantos gestos de cariño o de amistad pudimos haber tenido con aquel ser amado. Queremos tener un recuerdo, un signo de su presencia junto a nosotros aunque él ya esté lejos, pero queremos seguir recordando, sintiéndole de alguna manera presente junto a nosotros; no queremos que aquel cariño o aquella amistad se pueda enfriar o deteriorar por ese distanciamiento forzado por las circunstancias.
Era el estado de ánimo que embargaba a los discípulos aquella noche en la cena pascual. Presentían que algo iba a suceder aunque no terminaban de entender todo lo que Jesús les había anunciado; y no lo habían terminado de entender porque no se creían que pudiera pasar todo aquello que Jesús les había dicho. Como les dice Jesús ahora, tan aturdidos estáis en vuestra tristeza que ninguno me pregunta a donde voy.
‘Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor’. 
Jesús les dejará algo más que un recuerdo o un signo. Jesús nos envía su Espíritu, el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir la presencia de Jesús para siempre con nosotros tal como nos lo había prometido. ‘Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Defensor’, nos dice.
Vamos concluyendo ya el tiempo pascual; estamos en la cercanía de la Ascensión de Jesús al cielo. Pero llega el momento de la culminación de la Pascua cuando celebremos Pentecostés y sintamos la venida del Espíritu Santo sobre nosotros. Pero tenemos que prepararnos, ponernos en disposición de recibir el Espíritu del Señor. En muchos lugares hay grupos de cristianos que se preparan con una novena al Espíritu Santo como una preparación. La liturgia nos va ayudando en estos días cuando nos va recordando las palabras de Jesús que anuncian la presencia del Espíritu.
Con la liturgia de la Iglesia rezamos:
Espíritu de Dios, la tierra llenas,
las mentes de los hombres las bañas en tu luz,
tú que eres Luz de Dios, divino fuego,
infunde en todo hombre la fuerza de la cruz.
Sé luz resplandeciente en las tinieblas
de quienes el pecado sumió en la oscuridad,
reúne en la asamblea de los hijos
los justos que te amaron, los muertos por la paz.
Acaba en plenitud al Cristo vivo,
confirma en el creyente la gracia y el perdón,
reúnelos a todos en la Iglesia,
testigos jubilosos de la resurrección.


lunes, 7 de mayo de 2018

El Espíritu del Señor nos eleva y nos hace mirar con nuevos ojos llenos de ilusión y esperanza nuestro camino

El Espíritu del Señor nos eleva y nos hace mirar con nuevos ojos llenos de ilusión y esperanza nuestro camino

Hechos de los apóstoles 16,11-15; Sal 149; Juan 15,26-16,4a

Hay ocasiones en que la vida se nos hace cuesta arriba, tenemos el peligro de sentirnos derrumbados incluso antes de comenzar a luchar, no sentimos solos y la soledad nos abruma porque nos puede parecer que a nadie interesamos y los problemas se agolpan alrededor nuestro haciéndonos oscura la vida. qué bien nos viene en momentos así sentir una mano amiga que se posa sobre nuestro hombro y nos invita a seguir adelante con ilusión y esperanza; cuanto nos conforta la presencia de esa persona que se interesa y se preocupa por nosotros queriendo ayudarnos y ofreciéndonos su presencia alentadora.
Todos necesitamos esa presencia amable y amada, aunque no sean tan fuertes los nubarrones de la vida, porque incluso en lo bueno que vamos haciendo siempre nos hace bien esa mirada, esa palabra, esa sonrisa, esa presencia que nos anima a seguir adelante. Y eso en todos los aspectos de la vida, porque así nos sentimos como más valorados y nuestra vida se viste de otros colores mas luminosos.
Me hago esta reflexión desde esta experiencia humana que todos de una forma o de otra algunas veces hayamos tenido. En lo humano de la lucha de cada día, pero también cuando como creyentes y cristianos queremos vivir nuestra vida con intensidad. Hay momentos en que se  nos hace difícil, porque la cuesta arriba la tenemos en nosotros mismos, en nuestras pasiones o en nuestros particulares cansancios, pero también porque nos encontramos rodeados de un mundo que no siempre nos hace fácil el vivir nuestro compromiso cristiano.
Nos cuesta porque no todos entienden el mensaje que con nuestra queremos llevar y eso  nos desanima; nos cuesta porque algunas veces se vive la vida de una forma muy superficial y cuesta que nos paremos a pensar en valores mas trascendentes; nos cuesta por ese materialismo que impera en la vida que conlleva una pérdida de valores y cuando queremos presentarnos con los valores del evangelio nos vamos a encontrar con la pared enfrente por así decirlo.
Nos cuesta porque también nos harán la guerra, se valen de lo que sea para desprestigiarnos, cualquiera puede hablar en nuestra sociedad de sus ideas, pero cuando la iglesia o los cristianos queremos hablar de nuestros valores espirituales o del sentido que nosotros queremos darle a la vida desde el evangelio ya no se nos permite hablar. Y así muchas cosas.
Jesús hoy en el evangelio nos está anunciando estas cosas, pero nos promete la presencia de su Espíritu con nosotros. ‘Nos os dejaré solos, nos dirá en otro momento, y yo estoy con vosotros hasta el final del mundo’. Es la fuerza del Espíritu divino que estará siempre con nosotros, que nos alienta y nos da fuerza, que nos ilumina y nos hace comprender bien todo el misterio que hemos de vivir, que inspira en nuestro corazón lo que hemos de hacer.
‘Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no tambaleéis’. 
Pongamos nuestra confianza en el Espíritu del Señor que  nos acompaña y nos dejemos decaer ni abrumar por aquellas cosas que nos cuesta. El Espíritu del Señor nos eleva y nos hace mirar con nuevos ojos llenos de ilusión nuestro camino.

domingo, 6 de mayo de 2018

La dicha de la amistad pero la felicidad plena a la que nos lleva el amor verdadero cuando amamos con una entrega sin limites a la manera de Jesús


La dicha de la amistad pero la felicidad plena a la que nos lleva el amor verdadero cuando amamos con una entrega sin limites a la manera de Jesús

Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan 15, 9-17

Creo que todos lo podemos pensar así, se siente feliz el que se siente amado. Ya sabemos de tantas angustias que producen las soledades; ya sabemos las amargas y silenciosas lágrimas del corazón cuando no son valorados, sino más bien postergados, no son tenidos en cuenta sino olvidados de todos. El sentir que alguien te tiene en cuenta, se fija en ti, ve posibilidades en tu vida hace brillar luces de esperanza en el corazón. Cuando positivamente somos amados no queremos que esa dicha que sentimos en el corazón se acabe nunca. Es la dicha de la amistad, es la profundidad que da a la vida el amor verdadero.
He dicho amistad y he dicho amor verdadero. Porque hablo del amor profundo que se hace entrega generosa y desinteresada que es el amor que no nos falla. Los intereses merman la intensidad del amor. Bien sabemos cuanto nos cuesta encontrar en la vida ese amor desinteresado y generoso; muchas experiencias tenemos de amores que se diluyen, de amistades que se truncan y acaban.
Porque el amor verdadero va mas allá de una simpatía, de una sintonía por determinadas cosas en las que podamos coincidir, de una cercanía porque entra en nuestros mismos círculos de vida, de un sentirnos a gusto porque nos agrada su carácter o su conversación, de un queremos porque nos sentimos correspondidos o nosotros queremos corresponder.
Así son muchas veces nuestros amores humanos, el fundamento de nuestras relaciones y simpatías, de nuestras amistades o del concurrir con personas afines a nosotros. Cuántas experiencias podemos tener de este tipo, y son cosas buenas también y que también hemos de cultivar, y que nos dan momentos agradables y donde saboreamos cierto gozo, pero sabemos que un amor verdadero nos tiene que llevar a mucho más.
Hoy Jesús nos está hablando de ese amor verdadero que no nos puede fallar. Así es el amor de Dios, el amor con que el Padre ama al Hijo y el amor con que el Hijo nos ama a nosotros y así tiene que ser ese amor.Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’. Es un amor que va más allá de la amistad, aun con lo bonito que puede ser y es de hecho el amor de amistad. Porque el amor de Dios es un amor sin medida, porque no es un amor ‘romántico’ sino que es el amor de quien ama a todos, sean o no sean correspondidos, el amor a los que le aman y el amor a los que no le aman, un amor que va más allá de simpatías humana, es un amor generoso, desinteresado y universal; es un amor que llega hasta el sacrificio supremo.
Por eso nos dirá Jesús hoy que no hay amor mayor que el de aquel que da la vida por el amado. Y es lo que hizo Jesús. Y es el modelo que Jesús nos está poniendo para nuestro amor. Y ese es el amor que produce la alegría verdadera y plena, porque sabemos que no nos fallará nunca. Aquí sí que sabemos que somos tenidos en cuenta por Dios que ya nos creó grandes; así sabemos cuanto nos valora que nos ha elevado a una dignidad sobrenatural al hacernos sus hijos; así sabemos que a pesar de las negativas de nuestras respuestas seguiremos siempre siendo amados por Dios que se mostrará siempre compasivo y misericordioso con nosotros, porque es el padre amoroso que siempre nos está esperando.
Por eso nos dirá Jesús que permanezcamos en su amor, en ese amor. Y nos dice que nos hablado de esto para que permanezcamos para siempre en su alegría. ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’. Y nos dirá que por eso, porque tenemos que sentirnos así amados de Dios El ha querido revelarnos todo esto.
Tenemos razones los cristianos para ser los hombres más felices del mundo, cuando así nos sentimos amados. Es cierto que en luego en el caminar de la vida nos encontraremos con muchas cosas que nos pueden producir dolor en el alma, pero en nosotros hay una esperanza que no nos falla que es el amor que Dios nos tiene. Y con la fuerza de ese amor podemos superar noches oscuras, podemos sortear los numerosos peligros que nos vamos encontrando en la vida, podemos comenzar a tener una mirada nueva sobre las cosas, pero sobre todo sobre las personas que nos rodean.
Y es que porque nos sentimos así amados de Dios nosotros comenzaremos a amar de la misma manera, y el amor nos hará tener una mirada nueva y distinta para ese mundo que nos rodea, pero sobre todo para esas personas con las que hacemos el camino. Y es que comenzaremos a amar con un sentido y estilo distinto. No podemos amar ya por simpatía, sino que tenemos que amar con un amor como el que nos tiene Jesús. Este es su mandamiento: ‘que os améis unos a otros como yo os he amado’.
Esos son los frutos que tenemos que dar en nuestra vida que para eso nos eligió con su amor. ‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure’ nos dice. Ese es el mundo lleno de alegría y feliz que tenemos que construir. Esas son las nuevas relaciones que tenemos que mantener los unos con los otros. Ese es el Reino de Dios que nos anunció y en el que nos tenemos que sentir comprometidos para siempre.