martes, 8 de mayo de 2018

Jesús nos promete su Espíritu, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir su presencia de Jesús para siempre


Jesús nos promete su Espíritu, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir su presencia de Jesús para siempre

Hechos 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11

Las despedidas no son agradables; a nadie le gusta despedirse. Hay un algo que nos embarga el alma cuando tenemos que despedirnos de alguien si sabemos que esa ausencia se va a prolongar mucho tiempo, o quizá no volvamos a encontrarnos. Multitud de sentimientos, de recuerdos, de añoranzas nos van surgiendo en nuestro interior; al tiempo la incertidumbre de cómo le va a ir a quien se separa de nosotros cuando hay un cariño sincero.
Y cuando la despedida es de improviso nos quedamos aturdidos muchas veces sin saber como reaccionar; quizá después pensamos cuantas cosas hubiéramos podido decirle, cuantos gestos de cariño o de amistad pudimos haber tenido con aquel ser amado. Queremos tener un recuerdo, un signo de su presencia junto a nosotros aunque él ya esté lejos, pero queremos seguir recordando, sintiéndole de alguna manera presente junto a nosotros; no queremos que aquel cariño o aquella amistad se pueda enfriar o deteriorar por ese distanciamiento forzado por las circunstancias.
Era el estado de ánimo que embargaba a los discípulos aquella noche en la cena pascual. Presentían que algo iba a suceder aunque no terminaban de entender todo lo que Jesús les había anunciado; y no lo habían terminado de entender porque no se creían que pudiera pasar todo aquello que Jesús les había dicho. Como les dice Jesús ahora, tan aturdidos estáis en vuestra tristeza que ninguno me pregunta a donde voy.
‘Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor’. 
Jesús les dejará algo más que un recuerdo o un signo. Jesús nos envía su Espíritu, el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que nos guiará hasta la verdad plena, que nos hará sentir la presencia de Jesús para siempre con nosotros tal como nos lo había prometido. ‘Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Defensor’, nos dice.
Vamos concluyendo ya el tiempo pascual; estamos en la cercanía de la Ascensión de Jesús al cielo. Pero llega el momento de la culminación de la Pascua cuando celebremos Pentecostés y sintamos la venida del Espíritu Santo sobre nosotros. Pero tenemos que prepararnos, ponernos en disposición de recibir el Espíritu del Señor. En muchos lugares hay grupos de cristianos que se preparan con una novena al Espíritu Santo como una preparación. La liturgia nos va ayudando en estos días cuando nos va recordando las palabras de Jesús que anuncian la presencia del Espíritu.
Con la liturgia de la Iglesia rezamos:
Espíritu de Dios, la tierra llenas,
las mentes de los hombres las bañas en tu luz,
tú que eres Luz de Dios, divino fuego,
infunde en todo hombre la fuerza de la cruz.
Sé luz resplandeciente en las tinieblas
de quienes el pecado sumió en la oscuridad,
reúne en la asamblea de los hijos
los justos que te amaron, los muertos por la paz.
Acaba en plenitud al Cristo vivo,
confirma en el creyente la gracia y el perdón,
reúnelos a todos en la Iglesia,
testigos jubilosos de la resurrección.


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