sábado, 12 de mayo de 2018

Aprendamos a saborear el susurro del amor de Dios haciendo silencio en nosotros para sentir y vivir la presencia amorosa de Dios que solo podemos hacer con Jesús


Aprendamos a saborear el susurro del amor de Dios haciendo silencio en nosotros para sentir y vivir la presencia amorosa de Dios que solo podemos hacer con Jesús

Hechos de los apóstoles 18,23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28

¿Os habremos fijado en cómo terminan habitualmente las oraciones en la liturgia de la Iglesia, por ejemplo, en la celebración de la Eucaristía? En una formulación más corta o más larga siempre presentamos nuestras oraciones al Padre por medio de Jesucristo. ‘Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor…’ decimos siempre.
Y en el momento cumbre de la Ofrenda de la Eucaristía, en la doxología final de la plegaria eucarística queremos dar todo honor y toda gloria a Dios Padre todopoderoso por Cristo, con Cristo, y en Cristo, en la unidad del Espíritu Santo. Es la ofrenda del sacrificio, hacemos memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, nos sentimos unidos en el Espíritu formando unidad, formando comunidad e Iglesia, recordamos a María y a los santos y a toda la Iglesia, los que aun peregrinamos en la tierra, los que han termino su camino y los que glorifican a Dios en el cielo y ofrecemos el Sacrificio de Cristo para la gloria del Señor; y lo hacemos con esa formula de la doxología ‘por Cristo, con El, y en El a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’.
Estamos haciendo lo que nos enseña Jesús en el Evangelio. Nos ha enseñado a sentir a Dios como Padre y a llamarlo Padre. Realizando Jesús siempre lo que era la voluntad del Padre – su alimento era hacer su voluntad – nos llama dichosos si somos capaces de plantar la Palabra del Padre en nuestro corazón y cumplirla; los que lo hacen serán en verdad los hijos de Dios.
Nos enseña a invocarle con la confianza y el amor de los hijos para pedirle cuanto deseemos o necesitemos, sabiendo que en su amor El siempre conoce bien lo que necesitamos; nos está diciendo cómo hemos de gozarnos en su amor y en su presencia, escuchándole y amándole. Qué dicha poder saborear ese amor de Dios en nuestra oración orando como El nos enseñó.
Y ahora nos dice que cuanto pidamos al Padre en su nombre podemos tener la seguridad de que lo obtenemos. Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa’. 
Claro que sí, nuestra alegría será completa porque nos sentimos amados de Dios, porque experimentamos en nuestro corazón y en nuestra vida como nos escucha y nos da cuanto necesitamos. Por eso añade Jesús, ‘Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Dios nos ama, el gran motivo de nuestra alegría, de la mayor de las alegrías.

Alguien dice que se aburre en la oración. Quitemos rutinas de nuestra manera de orar. No nos contentemos con repetir fórmulas y palabras. Vaciemos nuestra mente y nuestro corazón de ideas preconcebidas para aprender a orar. No se ha sabido abrir el corazón a Dios y a su presencia; no se ha aprendido a gustar de esa presencia de Dios y de su amor. Hagamos silencio en nosotros y escucharemos el susurro de amor de Dios; con ruidos no lo podremos escuchar ni saborear. Aprendamos a saborearlo, sí, pero eso solo se aprende orando, haciendo silencio ante Dios y dejándose inundar por su presencia que solo podremos experimentar plenamente con Jesús y por Jesús.

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