martes, 11 de diciembre de 2018

Aquel pastor no se queda tranquilo junto al aprisco porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos


Aquel pastor no se queda tranquilo junto al aprisco porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos

Isaías 40,1-11; Sal 95; Mateo 18,12-14

Un primer impulso de solidaridad sentimos cuando escuchamos que alguien se ha perdido, vemos un cartel de la familia que pide ayuda ofreciéndonos sus características, o cuando nos cuentan que un amigo ha perdido su mascota porque se la escapado de casa, se ha perdido en un paseo por la montaña, o algo por el estilo y no ha regresado con su dueño; sentimos pena del que se ha perdido, pensamos quizás en lo mal que lo puede estar pasando, y en un primer impulso quizás sentimos deseos de apuntarnos o de colaborar en quienes realizan la búsqueda.
Si pasa el tiempo, no obtenemos resultados seguramente la intensidad de nuestros deseos desciende, y pronto quizás dejemos esa tarea para que sean otros los que la realicen, porque tenemos nuestras cosas, nuestras actividades que no podemos abandonar, nos está produciendo muchos contratiempos, y surge quizás cierto cansancio o desgana por realizar tal tarea de búsqueda.
¿Quiénes intentan seguir hasta el final? Aquellos que se ven más afectados, o mejor aquellos que sienten en su corazón unos sentimientos de amistad o de amor hacia el que se ha perdido o los que están sufriendo las consecuencias como puedan ser sus familiares. Llegar hasta el final perdiendo quizá nuestro tiempo o poniéndonos en riesgos de peligros exige una cierta dosis de amor altruista que no siempre quizá estamos dispuestos a poner. Y es cierto que nos podemos encontrar personas así con ese altruismo generoso y solidario.
Hoy Jesús nos propone en el evangelio una pequeña parábola o alegoría, hablándonos de oveja perdida y de pastor amoroso que a buscar la perdida hasta los más profundos barrancos o los lugares más peligrosos. Es tal su amor por la oveja que ha perdido que guarda en el redil a las otras noventa y nueva, porque para él es muy importante la que se la ha perdido; y ya nos habla luego de la alegría por la que se había perdido y ahora ha encontrado.
Quiere hablarnos Jesús de lo que es la misericordia divina que busca siempre al pecador, dispuesto siempre no solo como el Padre bueno con los brazos abiertos para acoger al pecador que vuelve a la casa sino como el pastor que ama a sus ovejas y no solo las cuida sino que las busca cuando se le pierden, las cura cuando están heridas y les ofrece siempre los mejores pastos. Es una llamada a nuestro corazón para el arrepentimiento viendo siempre lo que es el amor y la misericordia de Dios, pero creo que nos dice algo más.
Aquel pastor no se queda tranquilo porque ya tiene noventa y nueve que no se le han perdido, sino que siente angustia por la perdida, no se queda tranquilo junto al aprisco de las que ya están sino que va hasta donde sea necesario para buscar a la que está lejos.  Si nosotros estamos impregnados de ese amor y misericordia del Señor, significa que es así como tenemos que actuar.
Ha de ser el actuar de la Iglesia y ha de ser el actuar en su vida personal y comunitaria de todos los cristianos. No podemos quedarnos en unas actitudes meramente conservadoras de lo que ya tenemos, sino que con ese espíritu arriesgado y misionero tenemos que salir en búsqueda de los que no están.
Cuando empleamos la palabra misionero tenemos el peligro de quedarnos pensando en los lugares lejanos, los que siempre hemos llamado países de misión, y por eso confiamos esa tarea a los que se sientan con una especial vocación ‘para irse a las misiones’. Pero esa oveja perdida no hemos de ir a buscarla a lugares lejanos, sino que esa oveja perdida está ahí entre nosotros, en nuestra cercanía, con quienes cada día nos encontramos, en el lugar de nuestro trabajo, allí donde hacemos nuestra vida social. No podemos pensar solo en los infieles, como los que no están bautizados, sino que son esos que bautizados como nosotros están lejos de la fe, por los motivos que sean.
Ese espíritu misionera nacido de la misericordia del Señor que sentimos en nuestros propios corazones nos tiene que llevar a ir en búsqueda de ese hermano, a hacer ese anuncio, primero que nada con el testimonio de nuestra vida, ahí donde vivimos, ahí donde estamos, porque son tantos los que aun bautizados siguen necesitando ese anuncio del evangelio, esa invitación a la fe.
Podemos tener miedo, pensamos que es arriesgado porque no sabemos como hacerlo, sospechamos quizá el rechazo que podemos encontrar y nos replegamos en nuestros campamentos de invierno, en nuestro conservadurismo. ¿Corremos riesgos? Pero son los riesgos nacidos del amor. Pero así, con ese conservadurismo, no podemos vivir la fe, con esos miedos nada hacemos, y el testimonio y la palabra tienen que ser claros y valientes.
Seguramente también en nuestra Iglesia habrá mucho que cambiar para vivir el amor arriesgado del buen pastor.

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