jueves, 13 de diciembre de 2018

Aprendamos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir en lo más humilde y pequeño los verdaderos valores y grandezas de la persona



Aprendamos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir en lo más humilde y pequeño los verdaderos valores y grandezas de la persona

Isaías 41,13-20; Sal 144; Mateo 11,11-15

Nos cuesta en ocasiones valorar a las personas, sobre todo si nos parecen pequeñas e insignificantes. Por no prestar verdadera atención a las personas quizás nos perdemos aprender de sus valores, descubrir la verdadera riqueza interior que esa persona tiene, que en su insignificancia nos parece oculta, pero que ahí en su humildad y silencio quizá se manifiesta más su grandeza. Nos encandilan los personajes que brillan, muchas veces con los fuegos fatuos de la vanidad y de la soberbia, pero de repente sin darnos cuenta nos seguimos arrastrados y tenemos el peligro de querer nosotros actuar también desde esa vanidad.
En esa persona que actúa calladamente y sin hacer muchos aspavientos quizás se nos esconden hermosos valores que por la poca importancia que le podemos dar por su pobre apariencia nos perdemos. Vivimos demasiado desde las apariencias y vanidades, nos presentamos quizá con mucha prepotencia llena de orgullo pensando que así seremos más poderosos o más respetados; pero no es lo mismo respeto que temor, porque desde esa prepotencia lo que infundimos es temor.
Muchas personas caminan a nuestro lado en la vida sin hacer ningún aspaviento, pero calladamente van haciendo muchas cosas buenas, tan calladamente que su mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda, y si fuéramos capaces de abrir bien los ojos mucho tendríamos que aprender de esas personas, que quizás no hablan, pero con una frase cuando hablan nos enseñan así como sin querer cosas maravillosas. Si abrimos bien los ojos sin prejuicios seremos capaces de verlas y de enriquecernos desde su humildad y sus valores.
En los textos del evangelio en medio de la semana en este camino que estamos haciendo del Adviento hoy nos aparece por primera vez la figura de Juan el Bautista. Es cierto que en el segundo domingo de Adviento ya nos apareció su figura como voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Pero hoy nos aparece en boca de Jesús para hacer de él la mejor alabanza. Lo habían considerado, es cierto, como un profeta y muchos habían acudido a escucharle. Sin embargo las autoridades judíos, como veremos en otro momento, no le prestaron demasiada atención sino que más bien desconfiaban de él.
Ahora es Jesús el que hace la mejor alabanza, cuando quizá después de su muerte a manos de Herodes su figura su pudiera ir diluyendo. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. Pequeño y humilde, vestido andrajosamente con una piel de camello y alimentándose solo de langostas del desierto y miel silvestre, ahora nos dice Jesús que no ha nacido de mujer uno mayor que él.  Ya iremos descubriendo en los diferentes textos que nos ofrecerá la liturgia en estos días su figura y su grandeza.
Pero a continuación nos señala Jesús que ‘el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’. Ser pequeño, en el sentido y en el estilo del Reino; ser pequeño que como  nos dirá Jesús a lo largo del evangelio significa ser el último, ser el esclavo y el servidor de todos, porque hemos de ser esclavos en el amor, ese será grande. Nos hace recordar muchas cosas del evangelio. Eso que no valoramos ni somos capaces de apreciar queriendo fijarnos en cosas relucientes, como antes decíamos, es lo que tenemos que descubrir. Para ver el valor del servicio, el valor del amor, el valor del que calladamente hace el bien.
¿Aprenderemos de una vez por todas a abrir los ojos para descubrir las verdaderas grandezas? 

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