martes, 27 de noviembre de 2018

Somos los hombres y mujeres de la esperanza, y es el optimismo con que siempre miramos y vivimos la vida a pesar de las incertidumbres y las oscuridades


Somos los hombres y mujeres de la esperanza, y es el optimismo con que siempre miramos y vivimos la vida a pesar de las incertidumbres y las oscuridades

Apocalipsis 14,14-19; Sal 95; Lucas 21,5-11

Aun siendo muy optimistas siempre sentimos en nuestro interior una cierta inquietud por el futuro. ¿Qué será del mañana? ¿Qué cosas pueden suceder? ¿Lo que voy emprendiendo en la vida tendrá futuro?
Por otra parte cuando en la vida social, en el momento en que se vive, parece que las cosas no están tan claras, que hay turbulencias en la vida, por reina cierta confusión, porque parece que lo que hay es una lucha sin cuartel de unos contra otros, ya suceda en el ambiente cercano en que vivimos, ya lo contemplemos en la vida social y política porque incluso aquellos que tendrían que ser dirigentes sensatos lo que hacen es llenarnos de confusiones con sus luchas y sus intereses tan partidistas, más inquietudes sentimos y mayor intranquilidad se nos mete en el cuerpo, por decirlo así. ¿Será un poco lo que vivimos en el panorama actual?
Por otra parte el hombre siempre ha sentido inquietud en su interior por el final; ya sea su propio final cuando le llegue la hora de la muerte y hay que haber llenado la vida de mucha trascendencia y espiritualidad para superar ese como miedo; ya sea en el final de la historia, de la humanidad, o del mundo en que vivimos. Sabemos que un final vendrá, porque todo esto no es permanente, pero ¿cómo será ese final? Agoreros se repiten a lo largo de la historia que nos anuncian inminente ese final o incluso tenemos la experiencia de quienes nos han venido incluso poniendo fechas.
Pero ¿no nos ha de inquietar todo eso? ¿Podemos vivir algo así como a lo loco a ver lo que sale? ¿O vamos a amargarnos por ese incierto final, que no sabemos cuando será? Esto es algo que todos vivimos o sentimos, salvo que cerremos los ojos, y además es cosa que se vive y se siente en todos los tiempos.
Hoy nos invita Jesús en el evangelio a no llenarnos de temor, a no vivir con angustia estos momentos, a poner esperanza en nuestro corazón. El evangelista al trasmitirnos las palabras de Jesús, y quizá por el momento que estaba viviendo al redactar el evangelio nos entremezcla diversas situaciones.
Parte de la pregunta que se hacen cuando contemplan la belleza del templo de Jerusalén que aparece en primer plano desde una visión desde el Monte de los Olivos y la hermosura de la ciudad que se desparrama en su derredor. Y Jesús les anuncia que todo aquello un día será destruido, que no quedará piedra sobre piedra. Quizá cuando se redacta el evangelio ya habían sucedido esos acontecimientos de la destrucción de la ciudad santa. Pero aquello para los judíos era como una hecatombe final, al ver destruido lo que más amaban como era su ciudad y el templo con todo lo que significaba para un judío.
Es por lo que surgen esas palabras de Jesús que nos hablan del final de los tiempos y de la angustia que se apoderará de toda la humanidad. Pero para una y otra situación Jesús les dice que cuando oigan hablar de todas esas cosas no tengan pánico. Les habla de tiempos de confusión. ‘Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida’.
Recojamos estas palabras de Jesús que nos valen también para los momentos que vivimos donde tanto reina la confusión. ‘No tengáis pánico’, nos dice. Con serenidad tenemos que afrontar la vida con todos sus problemas, porque siempre nosotros los que seguimos a Jesús tenemos que ser instrumentos de paz. Y la paz tenemos que llevarla en nuestro espíritu, en nuestro corazón, porque será la manera de cómo la contagiemos a los demás.
Nos será difícil y nos costará porque todo puede parecer lucha en nuestro alrededor, pero el Evangelio siempre tiene que ser luz para todos los hombres y esa luz la tenemos que llevar nosotros con nuestra vida, con nuestro buen hacer, con ese amor con que vivimos, con esa preocupación que podamos sentir por nuestro mundo y por los demás.
Nosotros somos los hombres y mujeres de la esperanza, y de ella tenemos que contagiar a nuestro mundo y a cuantos nos rodean. Es el optimismo con que siempre miramos la vida, vivimos la vida a pesar de las incertidumbres y las oscuridades.


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