sábado, 3 de noviembre de 2018

Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper las barreras que nos distancian haciendo entre todos un mundo mejor y seamos más felices



Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper las barreras que nos distancian haciendo entre todos un mundo mejor y seamos más felices

Filipenses 1,18b-26; Sal 41Lucas 14,1.7-11

Hoy con los protocolos que utilizamos donde cada sitio está marcado de antemano hasta con su nombre en una tarjeta parece que no se darían esos casos de los que nos habla hoy el evangelio. Sin embargo en el fondo siguen sucediendo cosas así, ya que no siempre se utilizan esos protocolos, o en comidas mas informales se deja que cada uno elija su lugar; y es entonces cuando pueden aparecer esas apetezcas, ya porque solo nos coloquemos junto a nuestros amigos o bien porque siempre hay quien está buscando cómo retratarse junto a aquellos que nos parecen más importantes o más influyentes.
Hablando de influencias, aunque nos parezca que nos podemos salir de nuestro tema, seguimos buscando ponernos a la sombra de aquel que nos parece más poderoso, más influyente o a junto a aquel que nos pueda reportar algún tipo de beneficio. O sea que no estamos tan lejos de lo que nos señala hoy el evangelio.
Nos habla de que habían invitado a Jesús a comer y se estaba fijando como los invitados se daban de codazos por ocupar los principales puestos, los lugares de honor. Y es donde Jesús nos deja el mensaje; por una parte diciéndonos que seamos humildes y no andemos detrás de esos lugares de relumbrón en la vida y por otra parte señalándonos más bien a quienes tendríamos que invitar cuando hacemos una comida o tengamos alguna cosa especial en nuestro hogar.
No busquemos ser correspondidos por lo que hayamos podido hacer, porque luego nos inviten a nosotros de nuevo; seamos capaces de compartir con aquellos que nada tienen y que materialmente no nos van a corresponder, sino que con su agradecimiento y buen corazón vamos a ver enriquecidos nosotros el nuestro.
Y por otra parte busquemos con humildad los últimos puestos, porque con sencillez y con humildad nos sepamos presentar ante la vida. Ese corazón humilde y sencillo es el que se va a ganar el corazón de los demás y eso será lo que en verdad nos engrandece. A veces nos creemos grandes porque ocupamos lugares de relumbrón y la vanidad nos llena de orgullo y de soberbia; seamos grandes por nuestro espíritu de servicio, por la cercanía con que sepamos convivir con los otros y sobre todo con los que son más humildes y más sencillos.
Por eso nos dirá Jesús que el que se engrandece va a ser humillado, pero el que se manifiesta con espíritu humilde podrá conocer lo que es la verdadera grandeza. Como cantaba María el Señor derriba del trono a los poderosos y engrandece a los humildes.
Qué distinta sería nuestra convivencia y nuestra relación con los demás si así nos vamos manifestando en la vida. Los orgullos y las apetencias de grandes nos separan y terminan aislándonos de los demás. Que por nuestra humildad, nuestra sencillez y nuestra generosidad sepamos romper esas barreras para que aprendiendo a caminar juntos hagamos entre todos un mundo mejor y en el que todos seamos más felices. No necesitamos, entonces, protocolos que nos digan donde tenemos que ponernos, sino que el único protocolo por el que se guíe nuestra vida sea el del amor.

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