domingo, 4 de noviembre de 2018

No es un amor cualquiera el que Jesús nos pide sino que hemos de entrar en una nueva dimensión divina del amor para no estar lejos del Reino de Dios



No es un amor cualquiera el que Jesús nos pide sino que hemos de entrar en una nueva dimensión divina del amor para no estar lejos del Reino de Dios

Deuteronomio 6, 2-6; Sal. 17; Hebreos 7, 23-28; Marcos 12, 28b-34

Qué hermoso y reconfortante es encontrarnos con un grupo de amigos que se quieren de verdad, que son muy amigos, que se buscan porque desean estar juntos, que comparten cosas, que viven con alegría su amistad y son capaces de hacer cualquier cosa por su amigo. Lo mismo podemos decir que nos gozamos cuando vemos familias unidas, que se quieren y se sienten comprometidos los unos con los otros, padres que se sacrifican por la familia, hijos que contribuyen cada uno desde sus valores al bien común de la familia, que se desviven los unos por los otros y siempre encuentran ocasión de hacer por sus familiares. Es hermoso y nos sentimos crecer por dentro cuando somos de ese grupo de amigos o pertenecemos a ese clan familiar.
Pero podríamos preguntarnos quizás ¿es suficiente con eso? ¿No nos quedaremos cortos, aun con lo bueno que es, cuando solo somos amigos de nuestros amigos y solo por los amigos nos desvivimos así los unos por los otros? Es maravilloso que tengamos familias así como lo que muy escuetamente hemos tratado de describir, pero luego fuera de ese ámbito familiar quizás somos unos lobos los unos contra los otros. ¿Es suficiente esto y podemos pensar que ya con solo hacer esto estamos viviendo el reino de dios que Jesús nos propone?
Cuando alguien le pregunta a Jesús qué es lo principal que tiene que hacer, cuál es el mandamiento primero y principal, resumiéndolo muy rápidamente, podríamos decir que Jesús lo que está pidiendo es amor, que sepamos amar. Repite Jesús, extendiéndose quizá un poco, con aquellas palabras de Deuteronomio – la Shemá por su primera palabra en hebreo ‘escucha’ – que incluso todo buen judío sabia de memoria y hasta repetía muchas veces al día, porque eran palabras que había que tener muy presente y muy gravadas en el corazón.
Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales’. Amor a Dios en una palabra con todas sus fuerzas y sobre todas las cosas.
Vemos que Jesús añade algo más, que ya venía señalado en el libro del Levítico. ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos’. Y Jesús los está poniendo en pie de igualdad porque no hay nada mayor que esto. En una palabra amor.
Alguna podría decirme, pues lo que hablábamos al principio. Ahí está el amor de los amigos que tanto bien hace a los propios amigos y que puede ser un primer principio de ese amor que nos pide el Señor. Y lo mismo podríamos decir del amor familiar; ya estaremos cumpliendo lo que nos dice Jesús. ¿No será suficiente?
Si nos fijamos bien en el sentido de las palabras de Jesús y lo que a lo largo nos va diciendo en el evangelio, podríamos decir que con aquel amor de amistad,  con aquel amor familiar no estamos quedando cortos. No nos pide Jesús solo un amor de amigos. No nos pide Jesús que encerremos nuestro amor en el círculo familia y de ahí a fuera no queremos saber nada porque ya nos amamos en familia. Es algo más que ese amor de amistad en que solo amamos a los amigos es algo más que el amor familiar que se queda encerrado en el círculo de nuestros seres queridos, como los solemos llamar. ¿Y los demás? ¿Se quedarán fuera de esa órbita de amor?
El amor que nos pide Jesús es un amor universal en que nadie pueda quedar excluido, abarcará a amigos y a enemigos, abarcará a los que nos hacen bien pero también a los que pasan indiferentes ante nosotros, o aquellos que nos hayan hecho daño y nos hayan hecho mal, abarcará también al desconocido o aquel que no nos cae simpático, a aquel que es justo y es bueno pero también al que pueda quizá llevar la maldad en su corazón, a aquel que no facilita las cosas y también al que pueda ser un estorbo para nosotros en la vida porque nos haga perder el tiempo o quizá pueda trastocar todos nuestros planes, a aquel que nos quiere y a aquel que nos odia.
Esto es otra altitud, otra forma nueva de mirar y de medir, esto  nos da una nueva amplitud a nuestra vida y nos dará también un nuevo sentido a nuestro amor. Esto será algo que no podemos hacer solo con nuestras fuerzas ni podemos encontrar ningún modelo humano para ese estilo y sentido del amor.
Ya nos dirá Jesús que amemos como El nos ha amado; ya nos dirá Jesús que recemos por aquellos a los que nos cuesta amar, ya nos dirá Jesús que el modelo de ese amor es el amor de Dios que siempre es compasivo y misericordioso con todos.  No caben distinciones, no caben separaciones ni discriminaciones, no nos valen excusas ni disculpas, no nos vale que ese amor lo acomodemos a nuestros amores humanos.
Es que estamos entrando en una dimensión divina del amor. Será entonces cuando comencemos a estar cerca del Reino de Dios. ¿Será así nuestro amor? ¿Estaremos entendiendo bien esa nueva dimensión del amor o todavía estaremos queriendo hacernos rebajas?

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