sábado, 24 de noviembre de 2018

¿Qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que se puede acabar, sino un amor en plenitud de eternidad, es la plenitud en el amor de Dios



¿Qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que se puede acabar, sino un amor en plenitud de eternidad, es la plenitud en el amor de Dios

Apocalipsis 11,4-12; Sal 143; Lucas 20,27-40

Algunas veces cuando no tenemos argumentos razonables para mantener nuestras opiniones o tratamos de desprestigiar al oponente o quizá sin saber qué decir nos ponemos a buscar casos y pequeñeces que de nada nos valen para nuestros argumentos queriendo sacar de un hecho generalidades para apagar las argumentaciones que se nos ponen en contra a nuestra manera de pensar.
Demasiado estamos viendo en nuestros tiempos en nuestra agitada vida social, donde tantas confusiones se crean y donde tantos salvadores surgen para remediar la situación de nuestra sociedad pero que muchas veces lo que hacen es crear un caos peor. Lo vemos en grandes acciones o actividades de la vida de la sociedad, pero lo vemos fácilmente también en el día a día de nuestras relaciones personales con aquellos que están más cerca de nosotros.
Hoy nos encontramos en el evangelio una de esas situaciones en las que algunos ya no saben como argumentar contra Jesús. Son los saduceos y quieren plantear la diatriba por el tema de la resurrección que ellos niegan. Y tratan de argumentar con un caso ficticio, que es cierto que se puede dar según la ley del Levítico, de la situación de una mujer que enviudando de su marido ha de casarse con un hermano, pero que va enviudando de todos hasta los siete hermanos que tiene su marido. Quieren crear confusión y mermar la fe en la Palabra de Jesús. Y desde ahí plantean lo que ellos consideran un absurdo de la resurrección, ¿de quien será entonces esposa aquella mujer?
‘En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección’, les responde Jesús.
Jesús nos habla del Dios de la vida, y de la vida que quiere en plenitud para nosotros. Ya cuando entramos en la vida de Dios podíamos decir que los parámetros son otros. No podemos ver esa vida en Dios como una repetición de nuestra vida humana. De todas maneras estamos entrando en el misterio de Dios en el que todos nuestros razonamientos humanos se nos quedan cortos, porque todo ese misterio de Dios nos supera, y es ahí donde entra el ámbito de la fe. Nos fiamos de lo que Dios nos ha revelado, de la Palabra de Jesús que nos está invitando a la plenitud, a la plenitud de la vida en Dios.
Y la prueba grande de la resurrección la tenemos en la resurrección de Jesús, porque si no creemos en la resurrección vana seria nuestra fe como nos dice san Pablo en sus cartas. No creemos en un hombre bueno que fue capaz de dar la vida por los demás, aunque estoy ya es un supremo gesto de amor, sino que creemos en Jesús que es Dios, y que resucitó y que vive para siempre queriendo hacernos a nosotros participes de su misma vida en Dios.
Es una dicha de plenitud, de felicidad en Dios porque vivimos en el amor de Dios para siempre. ¿Y qué hay más dichoso y de mayor plenitud que vivir en el amor? Y ya no es un amor que un día se puede acabar, sino que es un amor en plenitud de eternidad, porque es vivir esa plenitud en el amor de Dios.

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