viernes, 23 de noviembre de 2018

Busquemos el silencio interior para escuchar a Dios en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz



Busquemos el silencio interior para escuchar a Dios en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz

Apocalipsis 10,8-11; Sal 118; Lucas 19,45-48

Dos pensamientos con mensaje surgen del texto del evangelio que hoy se  nos ofrece. Contemplamos a Jesús que llega al templo y le disgusta lo que ve, la situación en la que se encuentra. Por todas partes andan los vendedores que ofrecen a los peregrinos y a cuantos suben al templo a orar lo necesario para los sacrificios. Por allá andan los vendedores de animales, los que ofrecen las palomas o las tórtolas para los padres que hacen la ofrenda por sus primogénitos, los cambistas con sus monedas porque en el cepillo del templo solo podrán utilizarse las monedas de los judíos y muchos eran los peregrinos que llegaban de todas partes.
Como sucede en torno a nuestros santuarios de devoción ya sea a una determinada imagen de Cristo o a la Virgen en sus distintas advocaciones. En este caso quizá todos queremos llevarnos un recuerdo del lugar, portar alguna medalla con la imagen de la Virgen, ofrecer la ofrenda de unas velas o de unas flores, hasta puede ser un medio de sostenimiento del propio santuario y surgen fácilmente en su entorno todo este comercio que en ocasiones se convierte en asfixiante y hay el peligro que nos aleje de la verdadera devoción que nos haya llevado a aquel lugar.
Aquel mercado no le satisface a Jesús; el templo ha de ser en verdad para la oración y el encuentro con el Señor. ¿Qué es lo importante que nos ha de llevar a esos lugares sacros de devoción? ¿Qué es lo que realmente hemos de encontrar en ellos? No somos quien para impedir lo que pueda suceder puertas afuera en las calles del lugar, pero si tenemos que cuidar que esos recintos sean en verdad lo que tienen que ser. Un lugar de paz, de recogimiento, donde podamos vivir un silencio interior ayudado por el buen ambiente con lo rodeemos, para poder vivir ese encuentro vivo con el Señor.
Mi casa es casa de oración, nos recuerda Jesús. Y oración es encuentro, es escucha de Dios en nuestro corazón, al mismo tiempo que en ese dialogo de amor podamos ponernos con lo que somos, lo que son nuestras necesidades o las necesidades de nuestro mundo, en la presencia del Señor.
Un lugar de escucha de Dios en nuestro corazón, hemos dicho. Y es el segundo pensamiento o imagen que nos ofrece hoy el evangelio. Tras expulsar a los vendedores del templo, Jesús se puso a enseñar a la gente. Es cierto que había ya algunos que no le agradaban las enseñanzas de Jesús y pretendían incluso impedírselo, pero la gente escuchaba con corazón abierto la Palabra de Jesús.
Que nada nos impida a nosotros escuchar la Palabra de Dios. Muchas cosas nos pueden distraer o nos lo pueden impedir, pero ahí está nuestra vigilancia, la atención que hemos de saber tener para encontrarnos con Dios; aprendamos a hacer de verdad silencio en nuestro corazón y que nada nos perturbe ni nos quite la paz. Tenemos que cuidar, como decíamos, que aquellos lugares de especial devoción sean preservados de esos peligros, pero es importante también que cada uno sepa encontrar ese lugar interior para su recogimiento, para su silencio interior, para la reflexión y para la oración, para ese encuentro vivo y personal con Dios.

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