viernes, 5 de octubre de 2018

Una buena ocasión para detenernos, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios y emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor


Una buena ocasión para detenernos, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios y emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor

Deuteronomio 8, 7-18; Sal: 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21 Mateo 7, 7-11

Es algo que nos suele suceder. Somos muy prontos para pedir ayuda en nuestras necesidades o problemas, pero tenemos el peligro de que pronto olvidemos a quien nos socorrió, quien estuvo a nuestro lado, quien nos prestó su ayuda y su apoyo cuando más lo necesitábamos. Es de corazón noble el ser agradecidos, pero tenemos el peligro de hacernos unos engreídos y pensar que todo lo conseguimos por nuestras fuerzas y capacidades o por nuestro valor y olvidamos pronto cuando éramos débiles y necesitados y pedimos ayuda.
Son cosas que nos pueden pasar y que observamos en muchas ocasiones en nuestro entorno o pasivamente lo hemos sufrido, cuando hemos ayudado a alguien y no ha sido agradecido con nosotros, sino que más bien se ha mostrado arrogante y engreído creyéndose que se valía solo por si mismo.
Esto que sucede con demasiada frecuencia – y no digo que todos sean o seamos así – en nuestras relaciones humanas nos sucede también en nuestra relación con Dios. Aquí podríamos recordar aquel episodio del evangelio de los diez leprosos que fueron curados en el camino, pero que solo uno volvió hasta Jesús para darle gracias.
Hoy la liturgia nos ofrece en este principio de temporada una jornada de petición, de reconciliación y de acción de gracias. Hemos recomenzado al menos en nuestro hemisferio después de las vacaciones de verano las diversas tareas de nuestra vida ordinaria, como puede ser la vuelta al curso escolar o el recomienzo después de terminar la recolección de las cosechas de muchas de las actividades de la agricultura, y la iglesia nos ofrece esta jornada de oración especial, como hemos mencionado.
Los textos que nos ofrece la liturgia son bellos. Desde aquel recordatorio de Moisés al pueblo para que cuando se establecieran en la tierra que Dios les había prometido y comenzaran a prosperar en sus trabajos y tareas y en el bienestar de su vida no olvidaran que fueron esclavos en Egipto y peregrinos por el desierto de lo que el Señor les liberó y no se olvidaran del Señor su Dios. Como decíamos antes, nos sucede igual. Cuando llegan días y tiempos de prosperidad qué pronto nos olvidamos de Dios, qué pronto nos volvemos autosuficientes y engreídos para pensar que solo por nosotros mismos nos valemos y no necesitamos de la mano poderosa y llena de amor de Dios que nos protege y está con nosotros.
Nos hablan también los textos de hoy de la necesidad de la oración pero de la confianza con que hemos de orar en todo momento a Dios nuestro Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis…’ y nos recuerda Jesús que Dios es nuestro Padre y un padre siempre dará lo mejor a sus hijos.
Y bueno es también que reconozcamos nuestras debilidades que nos llevan al desencuentro con Dios y con los hermanos en tantas ocasiones que llenamos nuestro corazón de orgullo, de egoísmo y de insolidaridad. Nos pide san Pablo que nos reconciliemos los unos con los otros porque sepamos aceptarnos y perdonarnos para acogernos mutuamente en el amor, pero que también nos dejemos reconciliar con Dios, que nos ofrece siempre su amor y su perdón.
Una buena ocasión para detenernos un poco, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios para emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor. Que no olvidemos nunca las acciones del Señor en nuestra vida que como cantaba María el Poderoso hace cosas maravillosas en nuestra pequeñez.

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