Una buena ocasión para detenernos, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios y emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor
Deuteronomio 8, 7-18;
Sal: 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21 Mateo 7, 7-11
Es algo que nos suele suceder. Somos muy prontos para pedir ayuda en
nuestras necesidades o problemas, pero tenemos el peligro de que pronto
olvidemos a quien nos socorrió, quien estuvo a nuestro lado, quien nos prestó
su ayuda y su apoyo cuando más lo necesitábamos. Es de corazón noble el ser
agradecidos, pero tenemos el peligro de hacernos unos engreídos y pensar que
todo lo conseguimos por nuestras fuerzas y capacidades o por nuestro valor y
olvidamos pronto cuando éramos débiles y necesitados y pedimos ayuda.
Son cosas que nos pueden pasar y que observamos en muchas ocasiones en
nuestro entorno o pasivamente lo hemos sufrido, cuando hemos ayudado a alguien
y no ha sido agradecido con nosotros, sino que más bien se ha mostrado
arrogante y engreído creyéndose que se valía solo por si mismo.
Esto que sucede con demasiada frecuencia – y no digo que todos sean o
seamos así – en nuestras relaciones humanas nos sucede también en nuestra relación
con Dios. Aquí podríamos recordar aquel episodio del evangelio de los diez
leprosos que fueron curados en el camino, pero que solo uno volvió hasta Jesús
para darle gracias.
Hoy la liturgia nos ofrece en este principio de temporada una jornada
de petición, de reconciliación y de acción de gracias. Hemos recomenzado al
menos en nuestro hemisferio después de las vacaciones de verano las diversas
tareas de nuestra vida ordinaria, como puede ser la vuelta al curso escolar o
el recomienzo después de terminar la recolección de las cosechas de muchas de
las actividades de la agricultura, y la iglesia nos ofrece esta jornada de oración
especial, como hemos mencionado.
Los textos que nos ofrece la liturgia son bellos. Desde aquel
recordatorio de Moisés al pueblo para que cuando se establecieran en la tierra
que Dios les había prometido y comenzaran a prosperar en sus trabajos y tareas
y en el bienestar de su vida no olvidaran que fueron esclavos en Egipto y
peregrinos por el desierto de lo que el Señor les liberó y no se olvidaran del
Señor su Dios. Como decíamos antes, nos sucede igual. Cuando llegan días y
tiempos de prosperidad qué pronto nos olvidamos de Dios, qué pronto nos
volvemos autosuficientes y engreídos para pensar que solo por nosotros mismos
nos valemos y no necesitamos de la mano poderosa y llena de amor de Dios que
nos protege y está con nosotros.
Nos hablan también los textos de hoy de la necesidad de la oración
pero de la confianza con que hemos de orar en todo momento a Dios nuestro
Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis…’ y
nos recuerda Jesús que Dios es nuestro Padre y un padre siempre dará lo mejor a
sus hijos.
Y bueno es también que reconozcamos nuestras debilidades que nos
llevan al desencuentro con Dios y con los hermanos en tantas ocasiones que
llenamos nuestro corazón de orgullo, de egoísmo y de insolidaridad. Nos pide
san Pablo que nos reconciliemos los unos con los otros porque sepamos
aceptarnos y perdonarnos para acogernos mutuamente en el amor, pero que también
nos dejemos reconciliar con Dios, que nos ofrece siempre su amor y su perdón.
Una buena ocasión para detenernos un poco, renovar nuestros
sentimientos de gratitud hacia Dios para emprender nuestra tarea siempre
queriendo hacerlo en el nombre del Señor. Que no olvidemos nunca las acciones
del Señor en nuestra vida que como cantaba María el Poderoso hace cosas
maravillosas en nuestra pequeñez.
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