lunes, 1 de octubre de 2018

La espontaneidad y la disponibilidad generosa para hacer siempre lo bueno hará en verdad que nuestra vida se llene de luz, para contagiar al mundo que tanto lo necesita



La espontaneidad y la disponibilidad generosa para hacer siempre lo bueno hará en verdad que nuestra vida se llene de luz, para contagiar al mundo que tanto lo necesita

Job 1, 6-22; Sal 16; Lucas 9, 46-50

Probablemente a nadie le gusta que lo traten como a un niño. Hasta los mismos niños en la medida en que van creciendo siempre están aspirando a ser mayores, para que los traten como mayores y para tener su propia autonomía y en la manera de ver las cosas su propia libertad para sentirse mayores, hacer lo que cada uno quiere y no sentir que nadie les impone lo que deben hacer o como deben actuar. Esos deseos de autonomía, de libertad, de sentirse mayores es algo que llevamos innato dentro de nosotros.
Pero, sin embargo, en ocasiones pareciera que quisiéramos seguir siendo niños – quizá por aquello de rehuir responsabilidades – o quisiéramos seguir siendo niños porque parece que necesitamos de una ternura y de un cariño que en la medida en que vamos siendo mayores quizás no nos expresan con la misma intensidad los que están a nuestro lado, pero deseamos esa ternura, esos mimos o cariños que puedan tener con nosotros. Podría parecer incongruencias pero cosas así algunas veces nos suceden.
Pero también hay otros aspectos de inocencia, de espontaneidad, o de unos deseos de búsqueda y en cierto modo aventura que quizá algunas veces añoramos; pero también podríamos tener en cuenta esa inocencia o esa ausencia de malicia que tiene un niño, esa visión quizá idílica en que todo le pueda parecer bueno y hermoso y le hace darse, ser generoso, expresar espontáneamente esos gestos de cariño hacia aquellos que quiere y que le quieren, esa disponibilidad natural para acercarse al otro sin prejuicios y sin desconfianza, con lo que una vida así parece siempre hermosa y en esas pequeñas cosas nos presentamos felices y con nuestra felicidad y con nuestra sonrisa hacemos felices a los demás.
Con lo que estamos diciendo parece que no es tan malo seguir siendo niños, manifestarnos como niños y con una vida de la que desterremos malicias y prejuicios parece que haríamos un mundo más feliz. Esa sonrisa espontánea e inocente del que no tiene malicia ni se deja influir por desconfianzas parece que nos gana el corazón y nos contagia y pudiera ser que nos impulsara a vivir también con esa sonrisa en el corazón y sentimos que nuestro mundo seria mucho mejor si así desterráramos esos prejuicios y desconfianzas, esas malicias que nos harían mirar con unos ojos enrevesados a los que están a nuestro lado.
Esa espontaneidad, esa disponibilidad generosa a hacer siempre cosas buenas haría en verdad que nuestro corazón y nuestra vida se llenara de luz, una luz que contagiaría a nuestro mundo que tanto lo necesita.
Cuando los discípulos andaban discutiendo sobre quien era el más grande, Jesús puso un niño en medio de ellos y les dijo que había que hacerse como un niño, que había que saber acoger a un niño, que quien se hiciera pequeño en el servicio y en el amor, en la humildad y en la sencillez estaría entendiendo lo que era ser grande en el Reino de los cielos. Un poco, podíamos decir, que Jesús les echa un jarro de agua fría sobre ellos cuando estaban aspirando a grandezas y ya andaban incluso con discusiones entre ellos a causa de sus ambiciones.
Antes decíamos que no queríamos que nos trataran como  niños, que aspirábamos siempre a ser grandes, pero en nuestra reflexión fuimos derivando hasta descubrir la belleza de la vida que en un niño podemos descubrir. Es lo que Jesús nos quiere hacer ver. Con ambiciones que nos enfrentan, con apetencias que nos llenan de trampas y malicias no vamos a ninguna parte. Con disponibilidad, con generosidad, con sencillez, con gestos pequeños, con una sonrisa, con un detalle podemos llegar lejos. Es el camino que hemos de saber recorrer, que muchas veces nos cuesta tanto por la carga de ambiciones, de orgullos, de apetencias, de malicias que llevamos en nuestro corazón.
‘Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos’, no lograréis entender de verdad lo que significa vivir el Reino de Dios.

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