jueves, 11 de octubre de 2018

Dentro de esa confianza que Jesús nos ofrece para que oremos a Dios nuestro Padre, no es el milagro fácil que nos lo da todo hecho lo que hemos de esperar de esa ayuda del Señor



Dentro de esa confianza que Jesús nos ofrece para que oremos a Dios nuestro Padre, no es el milagro fácil que nos lo da todo hecho lo que hemos de esperar de esa ayuda del Señor

Gálatas 3,1-5; Sal.: Lc 1,69-70.71-72.73-75; Lucas 11,5-13
‘Por pedir que no sea’, habremos dicho o escuchado alguna vez. Cuando tenemos la oportunidad de pedir allí estamos prontos para pedir lo que sea; hay gente que tiene la ‘buena virtud’ de pedir; allí donde les llega la noticia que regalan cosas inmediatamente se apuntan aunque quizá no lo necesitan; ‘total, es gratis’, se dicen.
Eso que sucede en lo material en muchas ocasiones, sucede también cuando se trata de pedir favores o recomendaciones; si nos enteramos que hay una persona influyente y que es generosa y a todo el mundo atiende, allí estamos poco menos que haciendo cola a ver qué es lo que podemos conseguir.
Pero ¿y en el orden espiritual, en lo religioso de nuestra relación con Dios? ¿Qué es lo que realmente pedimos? ¿No utilizaremos a Dios y a la oración como un solucionador fácil de problemas o necesidades? Claro que me vais a decir que hoy Jesús en el evangelio nos dice que pidamos, que llamemos, que busquemos, porque se nos va a conceder lo que pedimos, se va responder a nuestras llamadas, vamos a encontrar lo que busquemos.
Tenemos que entender bien lo que Jesús quiere decirnos hoy. Quiere Jesús que tengamos confianza en la oración, sí, porque Dios es nuestro Padre, ¿y qué padre no escucha la súplica de sus hijos? ¿Qué padre no le concede lo mejor que pueda ofrecerle a su hijo en sus necesidades? Y para que tengamos esa confianza nos habla del amigo que importuna a su amigo vecino, porque le ha llegado alguien a su casa en medio de la noche y no tiene ni pan que ofrecerle, y allá va con confianza hasta su amigo para pedirle porque sabe que a pesar de la inoportunidad va a ser escuchado. Y nos habla del padre que no ofrece una piedra al  hijo que le pide pan.
Dentro de esa confianza que Jesús nos ofrece para que oremos a Dios nuestro Padre, y aunque le pidamos en todas nuestras necesidades, no es el milagro fácil que nos lo da todo hecho lo que hemos de esperar de esa ayuda del Señor. ‘Danos hoy el pan de cada día’, aprendíamos ayer en el modelo de oración que Jesús nos ofrecía. Pero ¿qué será lo que verdaderamente nos va a dar el Señor? ¿La solución de los problemas sin poner nosotros nada de nuestra parte?
Estos días en las trasmisiones que se estaban haciendo en torno a la Virgen patrona de una de nuestras islas en sus fiestas, los periodistas la preguntaban a la gente que es lo que le pedían a la Virgen, y en una cierta incultura religiosa en estos comunicadores empleaban la expresión de cuales eran sus promesas en referencia a lo que eran sus peticiones. Las respuestas eran variadas y escuchábamos a muchos que lo que pedían era salud para ellos y para los suyos, que tuvieran suerte en la vida, y algunos quizá abrían un poco más el horizonte y pedían la paz para el mundo para que no hubiera guerras, y las respuestas en general iban en ese sentido.
No escuché a nadie – y no digo que entre tanta gente no hubiera quien hiciera peticiones en este sentido – que pidiera que creciera su fe, que sintieran la fortaleza del Señor en sus luchas de cada día por superarse en la vida, por crecer en la fe, para vivir un mayor compromiso con el mundo en el que vivimos, o con la Iglesia a la que pertenecemos.
No era una muestra exhaustiva porque los periodistas preguntaban al paso de los que se encontraban y no podemos generalizar, pero si tiene que hacernos pensar en cual es verdaderamente nuestra oración. Es cierto que sentimos preocupación por los nuestros y queremos pedir por todos esos que están cercanos a nosotros familiares o amigos, que queremos la salud o que deseamos la paz, pero algo  mas hondo tendría que salir de nuestra oración para sentir esa fuerza de la gracia y que nuestra oración sea una manifestación de ese compromiso que nace de nuestra fe también con nuestro mundo.
Me ha surgido esta reflexión que cada uno ha de hacerse en su interior ampliando, por así decirlo su contenido, para que sepamos descubrir que es lo importante que vamos a poner en las manos del Señor cuando acudimos a El en nuestra oración. Pongámonos en la presencia del Señor y preguntémonos por nuestra vida y qué es lo más importante para nosotros en ese camino de nuestra fe, y también en esa tarea que como cristianos hemos de asumir por la proclamación del evangelio en ese mundo en el que vivimos.

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