martes, 11 de septiembre de 2018

Sepamos hacer ese silencio interior, encontrar esa serenidad espiritual para llenarnos de su paz, para escuchar a Dios en nuestro corazón y crecer en nuestra espiritualidad


Sepamos hacer ese silencio interior, encontrar esa serenidad espiritual para llenarnos de su paz, para escuchar a Dios en nuestro corazón y crecer en nuestra espiritualidad

1Corintios 6, 1-11; Sal 149; Lucas 6, 12-19

Había pasado la noche orando a solas en la montaña. Soledad, silencio, encuentro con el Padre. Era consciente de la misión que había recibido del Padre y a El estaba unido. Más tarde nos dirá que El no hace sino las obras del Padre y el que le ve a El ve al Padre. Hoy le contemplamos en esos momentos intensos de unión con Dios.
Ahora el evangelio nos habla de la elección de los doce apóstoles, pero también del cumplimiento de su misión. En torno a El se congregan gentes venidas de todos los lugares porque quieren escucharle y se sienten transformados por la presencia y la palabra de Jesús. Nos dice que venían con sus dolencias, con sus enfermedades, con todo lo sufrían en su espíritu y en sus cuerpos doloridos y cansados. En Jesús por su palabra se sienten transformados. Son los signos del Reino de Dios que se va manifestando.
Pero es importante ese primer momento que nos ha hablado de su soledad en la montaña, de su silencio, de su momento intenso de oración. Creo que es algo en lo que hemos de detérgenos a considerar.
Humanamente cuando queremos emprender una tarea nos lo pensamos bien. No es aquello de simplemente obrar por impulsos de un momento, a lo que salga, sino que de una forma madura hemos de plantearnos las cosas de la vida. Y para eso necesitamos tiempo de reflexión, tiempo si queremos llamarlo así de silencio interior donde nos planteemos las cosas y las rumiemos bien antes de comenzar. Analizamos posibilidades, analizamos nuestra capacidad, analizamos los medios con los que contamos, tratamos de discernir la conveniencia o no de aquello que vamos a emprender. 
Eso que realizamos como de una forma natural en cualquiera de nuestras actividades humanas, luego quizá en el camino de nuestra vida cristiana parece que no le damos tanta importancia. Así nos encontramos tantas veces desmotivados en nuestros compromisos por la comunidad o con la comunidad, con tanta tibieza en nuestra vida espiritual, dejándonos arrastrar por una rutina donde no nos vemos crecer en nuestra espiritualidad, envueltos en nuestras debilidades y torpezas de las que no sabemos cómo salir.
¿Dónde están esos momentos o esos tiempos de silencio interior? ¿Dónde está la intensidad de nuestra oración, de nuestra reflexión, de nuestra escucha interior de la Palabra de Dios para rumiarla, para hacerla vida nuestra? Decimos que rezamos pero nuestra oración no es intensa; nos contentamos con unas prácticas religiosas muchas veces vividas rutinariamente sin darle una verdadera profundidad espiritual a nuestra vida; rezamos pero no terminamos de sintonizar verdaderamente con Dios en nuestro corazón.
No podemos vivir tan superficialmente en lo espiritual. Agobiados por las carreras de la vida de la misma manera queremos vivir esos momentos de oración que tenemos cada día, pero al encuentro con Dios no podemos ir con prisas. Hemos de saber reposar en Dios, detenernos lo suficiente para sentir, vivir y gustar de su presencia y de su amor. Hemos de saber hacer ese silencio para que podamos escuchar el susurro de su Palabra en nuestro corazón porque aturdidos por tantos ruidos de la vida no llegará entonces su Palabra hasta nosotros.
Sepamos hacer ese silencio, encontrar esa serenidad interior para llenarnos de su paz, para escucharle en nuestro corazón y crecer en nuestra espiritualidad. Así surgirá todo el compromiso de nuestra vida cristiana.

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