lunes, 10 de septiembre de 2018

Hagamos que cualquier función que desempeñemos esté siempre en función del bien de la persona para llenar de más humanidad la vida y el mundo


Hagamos que cualquier función que desempeñemos esté siempre en función del bien de la persona para llenar de más humanidad la vida y el mundo

1Corintios 5,1-8; Sal 5; Lucas 6,6-11

Ya no es hora, ya se pasó del horario, así que no puedo atenderte, ven mañana. Y por mucho que supliquemos aquel funcionario, aquella persona tras el mostrador de la oficina, o tras la mesa de su despacho no  hay quien la convenza, por mucho que le digamos no nos va a atender. Nos habrá sucedido, o habremos escuchado hechos semejantes. A esto, claro, podemos unir las miles de exigencias y burocracias con que llenamos nuestras relaciones en estos ámbitos en que llegamos a dejar de cuidar de verdad a la persona.
Respetamos, por supuesto, el trabajo de cada uno, sus horarios y su derecho también al descanso, pero reconozcamos que muchas veces somos inhumanos, prima más un horario, un reglamento, nuestras cosas persónale que la necesidad quizás de una persona para que le atiendan o le resuelvan un problema. ¿Qué es lo que priva más? ¿Qué es lo más importante? ¿El reglamento, unas normas, unas exigencias burocráticas o la persona? ¿Un horario o el sufrimiento de alguien? ¿El interés por servir a la persona o mis intereses personales? Queden ahí las preguntas, porque nos puede suceder en negativo, en que seamos quienes lo suframos, o pudiera suceder del otro lado en las actitudes o posturas de nuestra parte.
Este hecho o situación humana que nos puede suceder de una forma o de otra me lo trae a la memoria lo que hoy nos cuenta el evangelio. Es bueno que nos fijemos en nuestras situaciones humanas, en las posturas que nosotros vamos tomando en la vida porque algunas veces no estamos tan distantes de lo que criticamos de otros, o las situaciones que nos propone el evangelio de hechos acaecidos en el entorno de Jesús y el mundo judío en que se desarrolla el evangelio.
Era sábado, Jesús había ido a la Sinagoga donde solía enseñar aprovechando el encuentro de la gente y la lectura de la ley y los profetas que allí siempre se hacia para la oración y la adoración del sábado. En esta ocasión le están acechando los escribas y fariseos y entre la gente que había en la sinagoga para la oración había un hombre con su mano paralizada. Ya sabían cual era el estilo del corazón de Cristo, que donde había sufrimiento aparecía el amor y la compasión. Por eso le acechan a ver qué hace, siendo sábado que no se podía trabajar.
Y ahí viene la pregunta que Jesús les hace. Os voy a hacer una pregunta, les dice, ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?’ la ley sabática en su origen para motivar a que la gente dedicara ese día para Dios, al mismo tiempo que les sirviera de descanso evitando todo tipo de esclavitud en el trabajo, prohibía hacer trabajo alguno en el día del Señor.  Pero de ahí viene la pregunta de Jesús, ¿no se puede curar? Porque es sábado ¿tenemos que dejar a alguien en su sufrimiento sin que se le pueda hacer nada para remediar su dolor?
Había una cosa buena en imponer el descanso evitando así cualquier tipo de esclavitud o dominio de la persona, y además para dedicarlo al culto al Señor, pero ¿no se podía hacer también algo mejor como era el curar o atender a alguien en su sufrimiento? Pero los fariseos muy estrictos y minuciosos habían impuesto miles de normas y reglamentos para mantener ese estricto cumplimiento de la ley que hasta les volvía inhumanos.
Nos puede valer esta consideración para muchas cosas de nuestra vida, para esas nuevas actitudes que tendría que haber siempre en nuestros corazones que nos llenaran de humanidad e hicieran más humanas nuestras relaciones y nuestro mundo. Cuidado que cosas así nos sucedan también en el ámbito de nuestra Iglesia. Y en aquellas situaciones que mencionábamos al principio de esta reflexión hemos de saber poner más humanidad.

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