sábado, 15 de septiembre de 2018

Hoy nos quedamos en el entorno de la cruz para contemplar a la madre, a María, a quien queremos invocar como Madre de los Dolores y de todos sus hijos que sufren


Hoy nos quedamos en el entorno de la cruz para contemplar a la madre, a María, a quien queremos invocar como Madre de los Dolores y de todos sus hijos que sufren

Hebreos 5,7-9; Sal 30; Juan 19,25-27

¿Quién no se conmueve ante las lágrimas de una madre? Unas lágrimas de amor, lágrimas calladas y en silencio sorbidas muchas veces para tratar de disimularlas, lágrimas que se arrancan desde el alma, lagrimas por el dolor que se lleva en el corazón, pero lágrimas de compasión ante el sufrimiento de los hijos, lágrimas envueltas en la esperanza y en el deseo de algo mejor, lagrimas de impotencia en ocasiones por no poder hacer más cuando ya se han desgastado totalmente por los que aman, lagrimas que se abren a un futuro que desean mejor y que les lleva a luchar por hacer que las cosas cambien, lágrimas en mil situaciones y circunstancias pero que siempre conmueven a quien las contempla.
Hoy contemplamos las lágrimas de una madre, lagrimas de sufrimiento cuando hace suyo el sufrimiento del hijo, pero lágrimas de amor porque su vida quiere hacerse también ofrenda de amor cuando comprende la grandeza y el misterio de quien está sufriendo colgado de un madero. Hoy contemplamos las lágrimas al mismo tiempo serenas porque están llenas de esperanza de quien está al pie de una cruz haciendo suyo el tormento y el martirio de quien está haciendo la más hermosa entrega de amor.
Son las lágrimas de María al pie de la cruz de Jesús. Son las lágrimas de la mujer que permanece firme a pesar del dolor porque para ello estaba preparada porque un día ya le habían profetizado que una espada traspasaría su alma. Son las lágrimas de una virgen Madre a quien desde entonces llamaremos también dolorosa, madre y virgen de los dolores siendo ya para siempre para nosotros la mejor compañía en el camino de nuestra vida también tan lleno de dolores y de sufrimientos.
Si ayer con la liturgia mirábamos a lo alto de la cruz y a quien de ella pendía en la obediente ofrenda de amor, hoy contemplamos el entorno de la cruz para contemplar a la madre, para contemplar a María a quien hoy queremos invocar como Madre de los Dolores. Ella está ahí, firme junto a la cruz y al sufrimiento, pero para decirnos también como quiere estar para siempre junto a nosotros en nuestro dolor y en nuestro sufrimiento, en nuestras angustias y en nuestras penas, porque precisamente desde ahí, desde la cruz, Jesús para siempre la ha convertido en nuestra madre.
¿Cómo no va a estar una madre junto a los hijos que sufren? Esas lágrimas que hoy vemos brotar de sus ojos no son solo porque Jesús está pendiendo de la cruz sino porque está contemplando nuestro sufrimiento, el sufrimiento de sus hijos por los que siente la compasión de madre y con su presencia quiere ser nuestro apoyo en ese camino tan lleno de dolores que nosotros muchas veces tenemos que hacer por la vida. Ven con nosotros al caminar, le hemos cantado tantas veces, ven con nosotros en nuestros caminos de dolor para que seas nuestra luz y nuestro apoyo, para que nos enseñes a amar y a tener esperanza a pesar de los sufrimientos que nos da la vida, como a ella no le faltó el amor y la esperanza al pie de la cruz de su Hijo en el Calvario.
En sus lágrimas están también nuestras lágrimas, en su dolor están los dolores y sufrimientos de todos sus hijos; y aunque la llamamos también madre de las angustias, en ella no hay angustia porque hay amor y hay esperanza, pero si podemos llamarla madre de las angustias, porque es nuestra madre y con nosotros está en nuestras angustias y en nuestras desesperanzas para levantarnos el ánimo, para llevarnos a la vida, para enseñarnos lo que es amor, para poner por encima de todo esperanza en nuestro corazón.
Ven con nosotros, Madre y Virgen de los Dolores, en nuestro caminar, pon esperanza en nuestros pasos, pon en nuestra vida la alegría de la fe.

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