viernes, 13 de julio de 2018

A pesar de nuestra debilidad nos sentimos fuertes para dar testimonio de nuestra fe porque no nos faltará nunca la asistencia del Espíritu Santo



A pesar de nuestra debilidad nos sentimos fuertes para dar testimonio de nuestra fe porque no nos faltará nunca la asistencia del Espíritu Santo

Oseas 14,2-10; Sal 50; Mateo 10,16-23

A ocasiones en que nos da la impresión que nos sentimos como cercados por todos lados; los problemas se nos acumulan, los agobios de nuestros trabajos no nos dejan ni pensar, nos encontramos por otra parte incomprensiones de la gente, a veces hasta de la propia familia o de los que nos parecía que eran nuestros mejores amigos, y no sabemos cómo salir adelante, cómo responder a esos retos que se nos plantean, cómo dar la cara en esas situaciones, o qué decir en nuestra defensa.
Siempre podemos encontrar la presencia de un amigo que está a nuestro lado y que con su presencia nos hace sentirnos fuertes, o nos da un buen consejo para ver como mejor reaccionar ante los problemas que se nos presentan. Nos sentimos agradecidos por esa  presencia y aunque quizá nadie lo note nos hace sentirnos mejor, encontrar paz y serenidad para ordenar en nuestro interior cuanto nos sucede y comenzaremos a vislumbrar caminos por los que salir indemnes de todo y resolver esas situaciones. Es una suerte, mejor tendríamos que decir, es una gracia encontrar ese apoyo, ese faro de luz, esa persona buena que está a nuestro lado, nos acompaña y nos hace fuertes con su presencia.
En el texto del evangelio que hoy se nos ofrece Jesús anuncia a sus discípulos las dificultades con que se van a encontrar para seguir su camino. Anima Jesús a la fortaleza en la debilidad y a la confianza. Sagaces y sencillos, les dice Jesús. Sagaces siendo conscientes de la dificultades y de la oposición que han de encontrar, los que nos ha de tener preparados. Pero sencillos y humildes, porque nuestra respuesta no será nunca la violencia, sino siempre el amor, un amor humilde y callado, pero un amor firme y constante.
Ser conscientes de ello no significa que en momentos nos podamos sentir agobiados y con peligro de perder la serenidad y la paz, encontrarnos indefensos porque en nosotros mismos nos sentimos sin fuerzas. Pero Jesús nos asegura que no es así, no estamos indefensos y la fuerza no nos faltará a pesar de nuestra debilidad porque tenemos la fortaleza del Espíritu santo con nosotros.
Invita Jesús a esa confianza porque el Espíritu va a poner en nuestros labios esas palabras que necesitamos, pero sobre todo va a poner en nuestro corazón esa fortaleza para mantenernos firmes en nuestro camino. Invisible, pero está, el Espíritu de Dios nos acompaña. Es la mano amigo, mejor diríamos, la mano divina que nos sostiene.
‘Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles’, nos viene a anunciar Jesús. Pero nos da confianza. ‘Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. 
Abramos nuestros ojos a la fe, sintonicemos desde nuestro corazón con la presencia de Dios en nuestra vida, entremos en esa órbita de amor que nos fortalece y nos hará testigos en medio del mundo.

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