martes, 12 de junio de 2018

No nos podemos quedar la riqueza y sabiduría de nuestra fe como si fuera un dominio personal sino que tenemos que ser sal, ser luz para el mundo que tanto lo necesita


No nos podemos quedar la riqueza y sabiduría de nuestra fe como si fuera un dominio personal sino que tenemos que ser sal, ser luz para el mundo que tanto lo necesita

1Reyes 17,7-16; Sal. 4; Mateo 5,13-16

Quien se encuentra un tesoro no lo puede ocultar y hará partícipes a los demás de su alegría; quien vive una alegría no puede dejar de manifestarla y contagiar a los demás; quien ha descubierto algo que ha cambiado su vida porque donde todo eran negruras ahora todo se vuelve luz y encuentra un sentido o un valor para su vivir, lo va a reflejar en lo que hace y en lo que dice y estará haciendo todo lo posible porque los demás también lo encuentren. La luz es para difundirla, no para ocultarla; la verdad que da sentido a la vida no lo puede uno callar y contagiará a los demás.
Esto que estamos reflexionando es algo que hacemos casi de forma espontánea en la vida. Pero la cuestión o la pregunta está si es lo que hacemos con nuestra fe. Claro que tendríamos que sentir nuestra fe como la alegría más grande de nuestra vida, nuestro mejor tesoro.
Es ahí, en nuestra fe en Jesús, donde encontramos el mejor tesoro, la mayor sabiduría. Pero hemos de tener una fe viva, una fe metida en las entrañas más profundas de nuestro ser de manera que así en ella encontremos todo el sentido de nuestra existencia. No es una fe en la que nos quedemos en una mera tradición, sino que tenemos que partir de ese encuentro vivo y personal con Jesús, con Dios en nuestra vida.
Y eso, aunque nos llamemos cristianos y hasta seamos de alguna manera personas religiosas, algunas veces nos falta. Rezamos, pero no terminamos de encontrarnos de manera viva con Dios; rezamos porque desde nuestras necesidades queremos buscar una ayuda y una fortaleza en la divinidad para superar esas situaciones, para sentir fuerza en nuestras luchas, para que se remedien nuestras necesidades, pero ese encuentro en un tú a tú con Dios para sentirle vivo en nuestro corazón quizá muchas veces nos falta. Y esto es algo que tenemos que cuidar para que el mensaje de Jesús se convierta en nuestra verdadera sabiduría.
Hoy hemos escuchado que nos dice Jesús que tenemos que ser sal y que tenemos que ser luz. Esa sal y esa luz que nosotros hemos recibido no nos la podemos quedar. Tenemos el sabor de Cristo y ese sabor tenemos que contagiarlo en el mundo; tenemos la luz de Jesús y su evangelio y con ella necesitamos iluminar a los demás, iluminar nuestro mundo. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo’, nos dice Jesús.
Vuestras buenas obras… las obras de nuestro amor, la alegría de nuestra fe, nuestro compromiso por los demás, nuestro trabajo por los otros y por hacer un mundo mejor, la sonrisa con la que vamos contagiando de alegría, de ilusión y de esperanza a cuantos nos rodean.
Muchas sombras de inquietud envuelven nuestro mundo, muchos rostros llenos de amargura y sin ilusión nos encontramos a nuestro paso, mucha desilusión cuando se han perdido los ánimos y las esperanzas hacen que muchos caminen sin rumbo por la vida, muchos sufrimientos que agarrotan el alma y te hacen perder la paz interior.
Ahí tenemos que poner luz, ahí tenemos que despertar ilusión, ahí tenemos que llevar la paz de nuestro espíritu que se siente confortado en Jesús. Tenemos que ser sal, tenemos que ser luz. No nos podemos quedar esa riqueza de nuestra fe como si fuera un dominio personal.

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