sábado, 2 de junio de 2018

Fidelidad total a Jesús y el evangelio que entraña un saber aceptarnos mutuamente y ayudarnos en los caminos de la vida


Fidelidad total a Jesús y el evangelio que entraña un saber aceptarnos mutuamente y ayudarnos en los caminos de la vida

Judas 17.20b-25; Sal 62; Marcos 11, 27-33

Y él quién se cree que es; así nos expresamos cuando nos cuesta aceptar que alguien pueda venir a decirnos como tenemos que hacer las cosas o a corregirnos por lo que hemos hecho mal. En nuestro orgullo que hace que nos cueste reconocer que no siempre acertamos, que no siempre hacemos las cosas bien, rechazamos al que nos quiera decir algo, tratamos de desautorizarlo y nos ponemos en su contra. ¿Quién le ha dado velas en este entierro?, decimos en nuestro rechazo al no querer reconocer quizá la verdad que está muy clara delante de nuestros ojos.
Le vienen a preguntar los judíos de Jerusalén, letrados, fariseos y sumos sacerdote con qué autoridad se ha atrevido a echar a los vendedores del templo. Lo rechazaban en sus enseñanzas porque El no era de sus escuelas rabínicas; en su pueblo también se habían preguntado de donde le salía aquella sabiduría y donde había aprendido todo eso que enseñaba. Ya sabemos por otra parte que en su ceguera querían atribuir al poder del demonio que Jesús arrojase los demonios de los endemoniados.
Ahora ha sido algo que les ha resultado escandaloso porque Jesús ha llegado al templo de Jerusalén y se ha atrevido a poner orden en toda aquella barahúnda de cosas que allí sucedían. Claro que era otro el templo que El quería purificar, pero eso tampoco querían entenderlo.
A la pregunta sobre su autoridad Jesús les responde con otra pregunta sobre la autoridad del Bautista al que ahora ellos aceptaban mejor que lo que lo habían aceptado en vida sobre su bautismo allá en el Jordán. Pero ellos ahora no sabrán qué responder, porque se verían cogidos en su propia respuesta fuera en un sentido o en otro.
No vamos nosotros a negar la autoridad de Jesús. En verdad le sentimos como nuestro Salvador y nuestro Redentor; confesamos que es el Hijo de Dios encarnado para nuestra Salvación y que ha instaurado el Reino de Dios que día a día nos sentimos comprometidos a construir. Es nuestra fe, la fe que en comunión con toda la Iglesia queremos confesar y queremos vivir.
Pero pienso que episodios como el que escuchamos del evangelio siempre tendrían que hacernos pensar, reflexionar sobre lo que en realidad nosotros hacemos y vivimos. Dudas se nos meten en nuestro interior en muchas ocasiones; unas dudas que tendrían que ayudarnos a purificar en verdad nuestra fe queriendo ahondar cada vez mas en el sentido de nuestra fe.
Pero sí tenemos que pensar que no siempre somos del todo fieles a esa Palabra de Dios que se nos proclama; y no son solo las tentaciones a las que nos vemos sometidos y que tantas veces nos hacen tropezar con nuestro pecado. Son las dudas sobre la interpretación de esa Palabra de Dios y su aplicación a nuestra vida. Reconozcamos que muchas veces queremos hacernos rebajas; reconozcamos que nos decimos que no es para tanto, que no hay que ir con tanta radicalidad y queremos nadar entre dos aguas; nos permitimos hacernos concesiones, nos permitimos restarle importancia a algunos aspectos de lo que ha de ser nuestra vida cristiana. Y con todo esto y muchas mas cosas que nos suceden están haciendo como aquellos judíos que querían restarle autoridad a Jesús.
Ahondemos en nuestra fe para que la hagamos vida de nuestra vida y lo hagamos con fidelidad total. Y eso entraña también esa fidelidad y esa aceptación mutua que nos tengamos unos a otros para dejarnos ayudar en los caminos de la vida.

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