martes, 29 de mayo de 2018

No andemos buscando satisfacciones y recompensas humanas cuando sabemos que tenemos garantizado en tesoro en plenitud en el cielo


No andemos buscando satisfacciones y recompensas humanas cuando sabemos que tenemos garantizado en tesoro en plenitud en el cielo

1Pedro 1, 10-16; Sal 97; Marcos 10, 28-31

Alguna vez surge en nuestro interior la duda o la pregunta si aquello bueno que estamos haciendo, queriendo ayudar a los demás por ejemplo, o teniendo siempre un espíritu servicial y disponible para estar allí donde puedan necesitarnos o podamos hacer algo por un mundo mejor, merece la pena. ¿Qué sacamos nosotros en claro de lo que hacemos? ¿Merece de verdad hacer lo que hacemos de una forma desinteresada cuando quizá nadie nos lo agradezca?
Consciente o inconscientemente buscamos una compensación, un reconocimiento, una valoración de lo que hacemos, de alguna manera algo que nos recompense. Quizá tratamos de quitar ese pensamiento porque en el fondo queremos ser buenos y queremos hacer el bien, pero quizá en nuestro interior pudieran quedar ocultos deseos de satisfacción y recompensa. Sí deseamos ver un fruto al menos en aquellos por los que trabajamos y algún día nos veamos compensados cuando vemos que aquellos por los que quisimos hacer algo también han madurado en la vida y ahora también actúan de forma responsable y generosa.
Los discípulos también sintieron esas dudas en su interior. Es lo que ahora le plantean a Jesús. Después del episodio del joven rico que no dio el paso adelante de generosidad para desprenderse de todo y seguir a Jesús, éste les habla de lo difícil que les es a los que tienen su corazón apegado a riquezas u otras cosas que lo posean a uno el seguir el camino del Reino de los cielos.
No es que poseamos cosas, sino lo tremendo es que las cosas nos posean a nosotros, porque así dependamos de ellas que parece que nada somos si no lo tenemos. Y no son solo las riquezas materiales, sino son muchos apegos del corazón en nuestras rutinas, en nuestra tibieza espiritual, en los afectos desordenados y así en múltiples cosas.
Tras todo esto que les está diciendo Jesús Pedro le replica que ellos lo han dejado todo por seguirle, ¿qué les va a tocar? Una pregunta que denota si en verdad nuestra generosidad y desprendimiento es desinteresado. Aquello que decíamos de esas satisfacciones que buscamos, de esas compensaciones y recompensar de alguna manera por lo que hayamos hecho.
‘Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna’.
Quien se desprende de si mismo nunca se quedará ni solo ni vacío. Nos lo tememos algunas veces y por eso en ocasiones somos raquíticos con nuestra generosidad. Ni el aceite se acabará, ni la harina para el pan nos faltará, como le decía el Señor por boca de Elías a aquella viuda de Sarepta de Sidón, allá en el Antiguo Testamento. El Señor no lo permitirá. La misericordia del Señor es grande. Y con esa confianza tenemos que saber actuar con generosidad.
Pero si ya Jesús le había dicho a aquel joven rico que si se desprendía de todo tendría un tesoro en el cielo, ahora Jesús le dice a Pedro que en la edad futura tendría la vida eterna. Es la eterna bienaventuranza. ‘Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos’, nos prometería Jesús en las bienaventuranzas. Conocemos las palabras de Jesús porque muchas veces las hemos escuchado y meditado, pero parece que en ocasiones las olvidamos. ¿Por qué andamos buscando satisfacciones y recompensas humanas, si tenemos garantizado un tesoro en el cielo? Esa plenitud de vida y de amor que Jesús nos promete bien que merece la pena.

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