sábado, 29 de octubre de 2016

El camino de Jesús es un camino de sencillez y de humildad, del que han de estar alejados los orgullos, en el que no caben las envidias ni las zancadillas, donde florecerán los verdaderos valores

El camino de Jesús es un camino de sencillez y de humildad, del que han de estar alejados los orgullos, en el que no caben las envidias ni las zancadillas, donde florecerán los verdaderos valores

Filipenses 1,18b-26; Sal 41; Lucas 14,1.7-11

¿A quien le amarga un dulce? Suele decirse para expresar como nuestro ego se siente contento por dentro sacando a flote lo mejor de nuestros orgullos cuando alguien nos alaba algo que hayamos hecho, cuando nos tienen en cuenta o en buena consideración. Cuando nos queremos manifestar humildes y no dar importancia a lo que hacemos siempre nos aparecerá alguien que nos diga que tenemos que aprender a valorarnos más, hacer florecer nuestra autoestima y saber poner sobre la mesa lo que nosotros valemos y hasta lo importantes que podamos ser.
Un poco con una cosa y otra algunas veces se nos crean algunos conflictos interiores y no sabemos quizá por donde salir, por otra parte nos halaga que nos consideren y podemos sentir la tentación de buscar esos halagos, esos reconocimientos, y esas buenas consideraciones que los demás tengan de nosotros. ¿Qué hacer? ¿cómo actuar? ¿qué nos podría iluminar el evangelio de Jesús en estos aspectos?
A Jesús lo habían invitado a comer en casa de un hombre principal. Y ya el evangelista nos dice que estaban al acecho, incluso con lo que ayer nos decía el evangelio de que era sábado y por allí había un hombre enfermo de hidropesía. Pero ahora es Jesús el que se fija en la actitud de los comensales, porque comienzan poco menos que a darse codazos por ponerse en el lugar principal de la mesa. Es cuando surge la palabra de Jesús.
‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto…’  Y nos enseña Jesús que no temamos ocupar los últimos puestos. Y terminará diciéndonos: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Ya sabemos que en esto de los banquetes y de las comidas tiene sus protocolos, y quien ha de ocupar uno u otro lugar. Jesús no va por el camino de los protocolos que al final son reglas encorsetadas que quizá pretendan no crear conflictos de orden, pero que en el fondo algunos recelos o envidias pueden provocar.
El camino de Jesús va por otros derroteros porque es un camino de sencillez y de humildad. Un camino del que han de estar alejados los orgullos, en el que no caben las envidias ni las zancadillas. Un camino ajeno a las vanidades de la vida y al vivir de las apariencias. Un camino de verdad en el que nos manifestamos como somos, pero en el que siempre hemos de saber ir con una actitud de servicio. Ese es el camino que nos hace verdaderamente grandes con la verdadera grandeza que ha de buscar toda persona; ese es el camino en el que van a resplandecer los verdaderos valores que llevemos en el corazón.


viernes, 28 de octubre de 2016

La fiesta de los santos apóstoles san Simón y san Judas sea para nosotros un testimonio y un estimulo para esa tarea misionera y evangelizadora que nos compromete

La fiesta de los santos apóstoles san Simón y san Judas sea para nosotros un testimonio y un estimulo para esa tarea misionera y evangelizadora que nos compromete

Efesios 2,19-22; Sal 18; Lucas 6,12-19

Hoy la iglesia celebra la fiesta de los santos Simón Cananeo y Judas Tadeo. Pero, ¿sabemos quienes son estos santos? Perdónenme que comience con esta pregunta que algunos podrían considerar innecesario, pero si preguntamos a mucha gente de nuestro entorno no sé si te dirán algo de Simón Cananeo, pero de Judas Tadeo te dirán que es un santo muy milagroso al que le pedimos trabajo y no sé cuantas cosas más en nuestras dificultades. Pero ¿es que un cristiano se puede quedar simplemente con eso?
De entrada hemos de decir que estamos refiriéndonos a dos de los Doce Apóstoles escogidos por Jesús. Así aparecen nominados en las diferentes listas que nos ofrecen los evangelistas y también en los Hechos de los Apóstoles.
Si a San Simón se le llama el Cananeo o en otro de los evangelistas el Celote, puede hacer referencia quizá a aquel grupo radical que no aceptaba el dominio de los romanos y que luchaban contra la dominación extranjera, o podemos referirnos también al otro sentido de ambas palabras que habla del celo de la fe, siendo personas inconformistas que querían vivir radicalmente su fe judía.  Quizá desde esa inquietud fuera escogido por Jesús entre todos los que le seguían para que formara parte de aquel grupo de los Doce a los que llamamos Apóstoles.  
Según la tradición habría predicado en Egipto, luego en Mesopotamia y Persia, junto con San Judas apóstol, donde habría sufrido el martirio, Murió según unos crucificado, según otros habría sufrido el martirio de la sierra. De una y otra forma lo representan las antiguas reproducciones iconográficas.
De san Judas Tadeo, o el de Santiago como se menciona en otro momento poco nos dice el evangelio también. Hay una pregunta que hace a Jesús en la cena de por qué se ha revelado a ellos y no a todos, en referencia a cómo Jesús al grupo de los Doce les hablaba con una intimidad especial y les revelaba con mayor intensidad todo el misterio de Dios que en El se encerraba. Cristo le responde que quien le ama a él, será amado por el Padre y que el Padre y él harán morada en el que le ama. 
Sobre su actividad apostólica, Nicéforo Calixto dice que Predicó en varias regiones de Palestina (Judea, Galilea, Samaria, Idumea), después en las ciudades de Arabia, en todo el territorio de Siria y Mesopotamia y, por último, en Edesa donde murió. La tradición recogida en los martirologios romanos, el de Beda y el de Ación, y a través de San Jerónimo y San Isidoro, San Judas y San Simón fueron martirizados en Persia. También el Breviario Romano dice que evangelizó Mesopotamia y Persia y que murió mártir.
He querido hoy en la fiesta de estos santos apóstoles hacer este comentario tomándolo de diversas fuentes porque creo que necesitamos ahondar un poco más en los santos que veneramos y no quedarnos en cosas muy simples como pueda ser lo más o menos milagrosos que puedan ser, como muchas veces nos sucede en nuestra religiosidad popular.
Primero que nada hemos de poner interés en conocer lo que fue la vida de los santos y como ellos son testimonio de lo que ha de ser nuestro seguimiento de Jesús, nuestra vida cristiana, que es mucho más que acudir a un santo para pedirle desde nuestras necesidades el milagro de que nos socorran. Hemos de contar, sí, con su intercesión, pero para algo mucho más hondo como es la búsqueda de nuestro seguimiento de Jesús y cómo hemos de alcanzar la gracia de la santidad de nuestra vida.
En estos momentos en que en nuestra Iglesia estamos queriendo implicarnos más y mejor en la tarea de la nueva evangelización que la festividad de estos santos apóstoles sea para nosotros un testimonio y un estimulo para esa tarea misionera y evangelizadora en la que seriamente hemos de comprometernos. Decimos que hoy la tarea es inmensa y es difícil en el mundo en que vivimos, pero ¿hemos pensado en la dificultad que ellos tuvieron en medio de un mundo pagano y cómo en su pobreza fueron capaces de llegar a lugares lejanos en el anuncio del Evangelio?



jueves, 27 de octubre de 2016

Jesús nos busca, nos llama, nos va dejando señales de su paso en el camino de nuestra vida y nos pide una respuesta

Jesús nos busca, nos llama, nos va dejando señales de su paso en el camino de nuestra vida y nos pide una respuesta

Efesios 6,10-20; Sal 143; Lucas 13,31-35

En su subida a Jerusalén se le acercan unos fariseos para decirle que tenga cuidado, que se vaya por otra parte, porque Herodes anda buscándolo para matarlo. Presente tenían lo que le había sucedido a Juan a quien todos admiraban, pero que un día Herodes lo había encarcelado y al final por las insidias de Herodías había sido decapitado.
Pero Jesús no teme. Es fiel a su camino y a su misión. Sabe que ha de subir a Jerusalén aunque es consciente también de lo que en Jerusalén va a suceder. Pero como les dice ‘no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’. Por eso seguirá actuando, anunciando el Reino aunque no todos lo quieran comprender, realizando los signos del Reino expresados en aquellos milagros que realiza ‘curando enfermos y echando demonios’.
Aunque se duele por Jerusalén. Más tarde cuando llegue a la ciudad y la contemple hermosa ante sus ojos desde la bajada del monte de los olivos, llorará por Jerusalén. Pero sigue buscando que se conviertan a su palabra. ‘¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido’.
Ahí está su recorrido una y otra vez por las calles de Jerusalén, sus enseñanzas en el templo donde enseñaba en el templo y con total libertad y autoridad, las curaciones milagrosas que realiza, los ciegos que comienzan a ver como aquel ciego de nacimiento que pedía limosna en la calle y es enviado a la piscina de Siloé a lavar sus ojos, o los paralíticos que son levantados de su camilla como el de la piscina Probática que esperaba el movimiento de las aguas.
En aquella ciudad, sin embargo, será rechazado hasta ser llevado a la muerte. Pero es su pascua, la que El viene anunciando continuamente, pero con decisión sigue su camino hacia Jerusalén. Entrará en Jerusalén y será aclamado como bendito que viene en el nombre del Señor. Los niños y la gente sencilla alfombrarán el camino a su paso entre cánticos de alabanza. Pero será también rechazado, muchos son los que instigan contra El.
‘¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido’. ¿Nos dirá eso también a nosotros? Nos busca, nos llama, nos va dejando señales de su paso en el camino de nuestra vida. Algunas veces nos podemos cegar y no ver esas señales, sordos y no escuchar su palabra.
Tenemos que recordar, repasar lo que va siendo nuestra vida, esas cosas buenas que nos suceden sin que las busquemos, esas inspiraciones que sentimos dentro de nosotros para hacer el bien en un momento de terminado, esas llamadas que vamos sintiendo en nuestro corazón. Ahí está la palabra buena de un amigo, ese pensamiento que en un momento nos vino a la cabeza, eso que sucedió y que nos impresionó y llamó nuestra atención, llamadas del Señor, presencia del Señor, avisos de nuestro Ángel de la Guarda.
Demos respuesta. Realicemos esos signos también en nosotros que pudieran ayudar a los que están a nuestro lado. No temamos implicarnos en cosas buenas aunque muchos no las comprendan. Sigamos fieles a nuestros principios y a los valores que hemos aprendido en el evangelio.

miércoles, 26 de octubre de 2016

La salvación es un don de Dios pero hemos de dar señales de que se ha hecho vida en nosotros por los nuevos valores y actitudes con que nos manifestamos

La salvación es un don de Dios pero hemos de dar señales de que se ha hecho vida en nosotros por los nuevos valores y actitudes con que nos manifestamos

Efesios 6,1-9; Sal 144; Lucas 13,22-30

‘Esforzaos en entrar por la puerta estrecha’, nos dice Jesús. Pareciera que nos arroja un jarro de agua fría. Alguien se había acercado a Jesús a preguntarle si eran muchos o pocos los que se salvaban. Era algo como decir ¿yo podré estar en el número de los que se salven? ¿Qué tendría que hacer?
Una pregunta quizá en el mismo sentido de la que ya algunos le habían hecho en otro momento porque en el fondo es la inquietud de todos. ¿Qué tengo que hacer? Escuchaban a Jesús, como nosotros también queremos escucharlo, y Jesús les hablaba del Reino de Dios; Jesús despertaba esperanzas de vida eterna en sus corazones, con Jesús sentían, como sentimos nosotros, deseos de poder vivir en plenitud de vida con El. Y por eso surge la pregunta sobre lo que tenemos que hacer y si es fácil conseguirlo o no.
Y Jesús nos habla de esforzarnos, de ponernos en camino, aunque la puerta pueda parecer estrecha. ¿Es que Jesús nos está poniendo dificultades? ¿No decimos que la salvación es una gracia, una acción gratuita de Dios que nos la ofrece porque es Jesús el que ha muerto por nosotros? Es cierto, es un don de Dios, pero un don de Dios que hemos de aceptar, querer vivir; hemos de dar señales de que vivimos esa salvación.
Luego nuestra vida no puede ser igual que antes, hay una transformación en nosotros que hemos de querer realizar, es un poner a vivir unos valores nuevos, unas actitudes distintas, una nueva manera de actuar. Quienes sienten en su vida lo que es el amor de Dios que nos ama y nos perdona, que nos hace sus hijos y nos confía vivir en su reino, han de mostrar que son hijos, que se sienten amados de Dios, que se gozan en su perdón y en su gracia, que ahora están viviendo una vida nueva, que se sienten de verdad en el Reino de Dios.
Es la respuesta de nuestra parte, es el esfuerzo de superación que cada día hemos de realizar, es el querer en verdad arrancar esas raíces de maldad, de egoísmo, de violencia, de orgullo que aun pueden quedar en nosotros. Y es que nos aparece continuamente la tentación, que venceremos por la gracia de Dios, pero que hemos de poner nuestra parte para no dejarnos arrastrar por esa maldad que nos engaña y nos tienta.
Claro vemos a nuestro lado gente que camina sin esos esfuerzos, para quienes parece que la vida es un camino ancho, que se dejan arrastrar por esas seducciones del mal, que parece que son felices en medio de sus orgullos y violencias, en sus vanidades y en su egoísmo. Todo eso nos pudiera  hacer dudar, nos tienta. Hemos de tener claro cual es nuestra meta y el camino que hemos de seguir. No nos valen apariencias y vanidades, no nos basta decir ‘Señor, Señor’, sino que hemos de poner nuestro empeño de plantar en nuestra vida lo que es la voluntad del Señor y cumplirla. Aunque nos parezca duro el camino, sin embargo sabemos la vida en plenitud que vamos a alcanzar. Hacia esa meta queremos caminar.


martes, 25 de octubre de 2016

Nuestra presencia quizá silenciosa ha de ser como la mostaza o la levadura fermento y contagio de valores nuevos que vivimos desde el Reino de Dios

Nuestra presencia quizá silenciosa ha de ser como la mostaza o la levadura fermento y contagio de valores nuevos que vivimos desde el Reino de Dios

 Efesios 5,21-33; Sal 18; Lucas 13,18-21

El evangelio nunca es para adormecernos; no nos podemos quedar en la belleza literaria que en sus páginas podamos encontrar, ni acudimos al evangelio como un entretenimiento más de nuestra vida. El evangelio siempre crea inquietud en el corazón porque siempre el evangelio está abriendo horizontes en nuestra vida, sembrando inquietud en el corazón, despertándonos de nuestras modorras, señalándonos cosas que hemos de purificar y sembrando nueva inquietud de vida en nosotros.
Por eso nunca es repetitivo en nuestra vida ni lo podemos convertir en una rutina; nunca ante el evangelio podemos tener la postura de ‘eso ya me lo sé’ o ‘qué nuevo me va a decir o descubrir’. Siempre el evangelio es novedad, ‘Buena Nueva’, es una buena noticia (y las noticias no pueden ser nunca viejas porque no serían noticia) para nuestra vida.
Se convierte así el evangelio en nosotros en ese grano de mostaza que no solo desde su pequeñez hace nacer un arbusto grande en el que puedan incluso cobijarse muchos animalitos, sino es también ese nuevo sabor - ¿para qué utilizamos la mostaza sino para darle sabor a nuestras comidas? – tanto a nuestra vida como a nuestro mundo.
Es el evangelio esa levadura de la vida; levadura que nos pudiera parecer insignificante, porque nunca es grande la cantidad que se añade a la masa sino en proporción a su volumen, pero que calladamente va haciendo fermentar esa masa, va a ir haciendo fermentar un nuevo sentido, un nuevo sabor primero a nuestra vida y luego también a través nuestro a ese mundo en el que vivimos.
Por eso decíamos el evangelio no nos adormece, sino que hará fermentar en nosotros esas nuevas actitudes, esos nuevos valores, esa nueva forma de actuar en el estilo del Reino de Dios. En esa inquietud, entonces, tenemos que preguntarnos si nosotros estamos dejando actuar esa levadura en nuestra vida, si nos estamos dejando transformar. Nos hace revisarnos continuamente porque queremos mejorar, porque queremos impregnarnos más y más de evangelio y hemos de cuidar entonces aquellas cosas que pudiera haber en nosotros y contrarrestar lo bueno que tendría que producir en nosotros la levadura del evangelio.
Pero en esa inquietud también nos planteamos cómo los creyentes estamos siendo levadura con nuestra presencia en medio del mundo. Nuestra presencia no tendrían que pasar inadvertida, y no porque vayamos haciendo cosas extraordinarias o milagros, sino por los efectos que tendrían que estar produciéndose en los demás. Tendríamos que ser contagio de evangelio allí donde estemos porque desde dentro vayamos impregnando de esos valores del evangelio a los que estén a nuestro lado. Nuestra presencia tiene que influir, pero desgraciadamente más bien nosotros nos dejamos influir por los contravalores que nos pueda presentar el mundo.
Presencia callada y silenciosa quizá la que nosotros tengamos en nuestros ambientes, pero una presencia que se ha de ir haciendo notar por aquello bueno que contagiamos en los demás. No gritamos desde signos externos ni por voces aparatosas, sino que contagiamos con nuestra vida, con nuestro amor esa fe que nosotros vivimos. Quizá quienes estén a nuestro lado tendrían que preguntarse qué hay en nosotros que a ellos les hace cambiar, les hace ver las cosas de forma distinta, les hace actuar también de una forma nueva.

lunes, 24 de octubre de 2016

Son muchas las ataduras de las que necesitamos que el Señor nos libere convirtiéndolo luego en un mensaje de misericordia para los demás

Son muchas las ataduras de las que necesitamos que el Señor nos libere convirtiéndolo luego en un mensaje de misericordia para los demás

Efesios 4,32–5,8; Sal 1; Lucas 13,10-17
‘Mujer, quedas libre de tu enfermedad’, le dijo Jesús a aquella mujer encorvada por su enfermedad que se encontró un sábado en la sinagoga mientras enseñaba a la gente.
No todos entienden el signo de Jesús. Había anunciado en la sinagoga de Nazaret que estaba lleno del Espíritu y venia a anunciar la Buena Nueva a los pobres y a liberar a los oprimidos por el diablo. Era el año de gracia del Señor, el año de la gran liberación. Jesús estaba actuando un sábado. Y ya lo estaban acechando algunos a ver qué es lo que hacía. Por eso cuando Jesús cura a aquella mujer liberándola del mal de su enfermedad algunos comienzan a murmurar.
¿Serían ellos los que también necesitarían que Jesús los liberara? Sus vidas estaban llenas de muchas ataduras y las ataduras siempre esclavizan porque hacen que estemos sometidos a algo. Se había llenado de muchas normas y preceptos que en lugar de liberar al hombre considerando por encima de todo su dignidad lo ataban al cumplimiento estricto de esas normas e interpretaciones que se hacían los hombres aunque fuese en normas y preceptos muy relacionados con la religión. Nunca la religión, nuestra relación con Dios, tendría que esclavizar al hombre sino más bien liberarlo.
En sus estrictos preceptos para el cumplimiento del sábado como día dedicado al Señor valoraban de forma distinta lo que se podía o no se podía hacer en relación con la atención y cuidado de los animales, que lo que tuviese relación con la dignidad de la persona.
En verdad Jesús viene a liberarnos, porque son muchas las cosas que nos imponemos y a las que nos sentimos atados incluso a lo que pueda hacer referencia a la religión. Dios quiere siempre la salvación del hombre y así se manifiesta en todo su esplendor lo que es la misericordia del Señor.
Y aunque lo proclamamos de veinte mil maneras lo que es esa misericordia de Dios que nos libera y que nos enriquece, todavía quizá sigamos considerando cosas en las que no tenemos en cuenta esa misericordia; para algunos aspectos quizá todavía seguimos siendo duros de corazón, inmisericordes con los demás.  ¿Será que seguimos aun demasiado atados al concepto de la justicia humana que aplicándola se quiere hacer de manera tan estricta que no se deja entrar en ella lo que pueda significar perdón y misericordia?
Hablamos los creyentes en Jesús, los cristianos y en la misma Iglesia de cómo no podemos permitir discriminaciones, hacer cargar con la culpa a nadie para siempre porque cuando el Señor es misericordioso y perdona olvidará para siempre nuestro pecado restituyéndonos la dignidad de la gracia como hijos de Dios, pero quizá en muchas actitudes y posturas seguimos marcando a la gente y ese perdón y misericordia que ofrecemos no es tan generoso como lo que decimos que nos ofrece el Señor.
No siempre las personas de iglesia muestran esa cercanía del amor y de la misericordia para todos aquellos que consideran pecadores por alguna situación que hayan podido vivir en su vida. Muchas amarguras y soledades pueden sentir muchas personas por hechos y situaciones así y para quienes no tenemos siempre la adecuada palabra y actitud de consuelo y cercanía. No podemos olvidar que por nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestros actos hemos de convertirnos en signos de la misericordia de Dios para con todos.

domingo, 23 de octubre de 2016

No pongamos nunca barreras entre nosotros y los demás para que podamos encontrarnos de verdad con Dios

No pongamos nunca barreras entre nosotros y los demás para que podamos encontrarnos de verdad con Dios

Ecle. 35, 15b-17. 20-22ª; Sal 33; 2Tm. 4, 6-8. 16-18; Lc. 18, 9-14
El fariseo no sabe encontrar a Dios, porque tampoco es capaz de encontrar a su prójimo. Habían subido un fariseo y un publicano al templo para orar. Sus actitudes y sus posturas eran bien distintas. Jesús, no dice el evangelista, propone esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás’.
Allí el fariseo había hecho sus oraciones, o mejor, lo que él creía que habían de ser sus oraciones; había tratado de justificarse a si mismo en la complacencia egoísta y orgullosa de lo que él consideraba sus méritos, pero no había encontrado a Dios. Por mucho que quisiera justificarse a si mismo no bajó a su casa justificado. Había interpuesto excesivas barreras, se había subido en demasiados pedestales, no había sido capaz de postrarse humilde ante Dios.
Pero no solo no había abierto su corazón a Dios sino que lo había cerrado para el prójimo. Hacia el otro solo eran desprecios y condenas. No solo estaba su autocomplacencia proclamando orgulloso cuanto hacia, sino que no era capaz de ver nada de luz en el otro. Sus ojos, los ojos de su corazón estaban cegados con el orgullo que le llevaba a despreciar a los demás. No hacia sino cerrar puertas y cuando cerramos las puertas a los demás se las estamos cerrando a Dios.
Cuántas veces nos creemos buenos y vamos poniendo por delante nuestros méritos. Nadie hace lo que yo hago, pensamos en tantas ocasiones; nos creemos insustituibles; nadie entiende las cosas como nosotros ni es capaz de hacerlas tan bien como yo las hago. Algunas veces queremos darnos un barniz de humildad pero enseguida aparece el resabio de nuestro orgullo y hasta tratamos de justificar aquellos errores que hayamos cometido. Cuánto nos cuesta agachar la cabeza, doblar el lomo para reconocer que los otros también saben hacer las cosas, también son capaces y hasta se entregan con más generosidad que nosotros.
Tampoco queremos doblar nuestra rodilla ante Dios. Nos hablan hoy tanto de valorarnos a nosotros mismos que ya tenemos el peligro de no necesitar a Dios. Podemos hacerlo con nuestras fuerzas, con nuestras capacidades, todo es cuestión de voluntad nos decimos. Y podemos terminar olvidándonos de Dios, prescindiendo de Dios. Creemos tener tantos medios a nuestro alcance que materializamos nuestra vida, perdemos un sentido de espiritualidad y de trascendencia, convertimos nuestro yo y nuestro saber en el dios de nuestra vida.
Es la pendiente resbaladiza por la caemos desde la altura de los pedestales en los que nos hemos subido. Y cuando olvidamos a Dios y ya no lo tenemos como verdadero centro de nuestra vida, tampoco pensamos en el valor y la importancia de las otras personas que caminan a nuestro lado. Ya no seremos capaces de encontrar al prójimo, porque no veremos como verdadero prójimo al que camina a nuestro lado. El no ser capaces de ver al prójimo nos impide encontrarnos con Dios, pero el olvidar a Dios nos hace incapaces de encontrarnos profundamente con el prójimo.
Aquel hombre había subido en su autosuficiencia al templo para colocarse en un pedestal, y había bajado más solo del templo porque era incapaz de encontrarse con los demás. Muchas soledades que nos creamos en nuestras autosuficiencias y en nuestros orgullos. Nos creamos distancias hacia los demás, ponemos barreras y terminamos caminando solos porque ni siquiera en Dios vamos a saber encontrar lo que pueda llenar de verdad nuestro corazón.
Mientras, nos dice la parábola, el publicano en su humildad abría su corazón a Dios. ‘Ten compasión de este pecador’, pedía y reconocía humilde. El publicano solo se fía del amor y de la misericordia de Dios. Experimentará en su corazón esa misericordia. Bajó a su casa rusticado, nos dice la parábola. Bajó a su casa, a los suyos, al encuentro con los demás.
Podemos completar esta idea con otras imágenes del evangelio. El publicano Zaqueo cuando recibió en su casa a Jesús celebró un banquete, abrió su casa, su corazón no solo a Jesús sino a los demás. El publicano Leví cuando se encontró con Jesús y Jesús le invitó a seguirle celebró también un banquete y en la mesa estaban sentados Jesús y sus discípulos, pero también los amigos del publicano, porque el encuentro con Jesús no le impidió, sino todo lo contrario, el ir también al encuentro de los demás.
Siempre la alegría del encuentro con Jesús ha de llevarnos a ir al encuentro con los demás con quienes vamos a compartir esa alegría, con quienes vamos a mostrarnos misericordiosos como Dios ha sido compasivo y misericordioso con nosotros. Y es que desde ese encuentro con los demás con quienes compartimos lo mejor de nuestra vida – nunca podrá ser un encuentro ni orgulloso ni egoísta – nos llevará más profundamente a vivir a Dios.