sábado, 20 de junio de 2015

Humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia sintiéndonos seguros en el Señor


Humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia sintiéndonos seguros en el Señor

2Corintios 12, 1-10; Sal 33; Mateo 6, 24-34
La fábula nos habla de la hormiguita que no cejaba en su empeño de ir guardando cada día en su granero para cuando llegara el invierno mientras la cigarra no paraba de cantar cada día sin preocuparse de hacer acopio de lo necesario para cuando llegaran los tiempos difíciles y de escasez. El mensaje de la fábula pretende enseñarnos cómo hemos de preocuparnos de nuestra responsabilidad de cada momento también pensando en el futuro y cómo no podemos desentendernos de nuestros trabajos y responsabilidades.
Pero el cumplimiento de nuestras responsabilidades no se puede convertir en un agobio. Responsables, sí, porque tenemos un mundo en nuestras manos, con unos valores, con unas responsabilidades, con una tarea que realizar, comenzando, si queremos decirlo así, por el desarrollo de nuestra propia vida personal, pero también nuestra familia, pero mirando al mismo tiempo ese mundo que nos rodea, esa sociedad en la que convivimos y donde tenemos también que dejar nuestra huella.
Pero el cumplimiento de nuestras responsabilidades no nos ha de hacer perder la paz, porque es cierto que tenemos que valorarnos a nosotros mismos, confiar en nuestras capacidades, pero también sabemos que tenemos nuestra vida en las manos de Dios. Por otra parte tampoco podemos convertir esos medios materiales de los que nos valemos en el desarrollo de nuestra vida en dioses de nuestra existencia. Es lo que nos puede suceder si vivimos en ese agobio del tener, de la riqueza, de esos medios materiales como si fuera lo único importante de nuestra vida.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’. Y también nos dice que ‘No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir’. Por eso terminará diciéndonos que sobre todo busquemos el reino de Dios y su justicia; que lo demás se nos dará por añadidura. ‘Por tanto, nos dice, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos’.
Responsables, sí, pero sin agobios, porque busquemos primero lo que en verdad merece la pena. Precisamente mientras reflexionaba sobre todo esto me llego un mensaje que me decía que ‘la grandeza de las personas no se mide por dinero, estudios ni belleza… sino por la lealtad de su corazón y la humildad de su alma…’
Cuando humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia nos sentiremos seguros en el Señor; en El tenemos nuestra fuerza y nuestra vida.

viernes, 19 de junio de 2015

Busquemos el verdadero tesoro que va a llenar de sentido y plenitud nuestra vida


Busquemos el verdadero tesoro que va a llenar de sentido y plenitud nuestra vida

2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33; Mateo 6,19-23
Todos en la vida tenemos nuestra propia escala de valores aunque quizá no siempre usemos esa terminología. Pero todos le damos más importancia a unas cosas que a otras. Hay cosas por las que estaríamos incluso a dar la vida o dar todo lo que tenemos por conseguirlo y hay otras cosas que aunque podamos considerar buenas no son tan importantes para nosotros y las dejamos quizá en un segundo plano.
¿Cuál es realmente nuestra escala de valores? ¿Qué es lo que consideramos más importante en la vida? Miramos en  nuestro entorno fijándonos en las cosas por las que lucha y se afana la gente y vemos que es bien diversa esa escala de valores. La familia, el hacer el bien, el preocuparnos por los demás o la sociedad en la que vivimos, el pasarlo bien sea como sea, la felicidad, el poseer cosas, el tener una buena casa, el mejor coche, el viajar, el tener amigos… podíamos hacer una lista interminable de cosas que la gente - nosotros también - consideramos importante. ¿Qué es lo que nos hace felices?
Hoy Jesús en el evangelio quiere que miremos a lo alto, que trascendamos nuestra vida, que no nos quedemos en el ras de tierra, que busquemos principios que verdaderamente merezcan la pena, que busquemos la felicidad donde en verdad podamos encontrarla. Y esto tiene que hacernos pensar. ¿Qué es lo que nos dará la verdadera felicidad?
No nos podemos quedar en cosas efímeras, en flor de un día, sino que tenemos que buscar lo que verdaderamente nos de hondura y lo que pueda ayudar a quienes nos rodean, empezando por nuestra familia y las responsabilidades que en ella tenemos, a que le den esa verdadera hondura en la vida. Son esos principios, esos valores que hemos de tener por los que luchar y que van a marcar el sentido de nuestra vida.
Jesús nos habla hoy de tesoros en el cielo, contraponiendo ese afán de poseer, esa avaricia de las riquezas o de la posesión de cosas en la que podemos caer. Por ahí está por medio, sí, el dinero y las riquezas, como si en ello estuviera toda nuestra felicidad. ‘No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón’.
Y vaya si hemos de tener cuidado con esa avaricia de la vida, o ese materialismo en el que podemos caer, o esa superficialidad que nos puede hacer ir de un lado para otro sin saber bien lo que queremos, o ese sensualismo del que empapamos nuestra vida pensando que hay que disfrutar de todo, probar de todo porque como dicen algunos la vida son dos días y hay que aprovecharlos.
Busquemos los verdaderos valores; busquemos lo que de verdadera trascendencia a nuestra vida; miremos bien lo que hacemos para que dejemos buena huella en los que nos siguen o en los que nos rodean; démosle hondura y espiritualidad a nuestra vida; miremos a lo alto poniendo nuestro pensamiento en Dios, nuestro Creador y nuestro Padre; busquemos lo que de verdad va a llenar nuestro corazón; pensemos bien donde ponemos nuestro corazón y cuales pueden ser sus apegos, porque allí donde esta nuestro tesoro está nuestro corazón. Busquemos el verdadero tesoro que puede llenar nuestra vida.

jueves, 18 de junio de 2015

‘¡Señor, enséñanos a orar!’, enséñanos a decir ‘Padre’, a sentir tu amor, a amar con tu amor


‘¡Señor, enséñanos a orar!’, enséñanos a decir ‘Padre’, a sentir tu amor, a amar con tu amor

2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15
En otro lugar del evangelio los discípulos porque ven con frecuencia orar a Jesús - ¡cómo sería aquella oración que de tal manera los impresionaba!  - le piden que les enseñe a orar. En este evangelio Mateo nos sitúa la enseñanza de Jesús sobre la oración en el marco del sermón de la montaña, porque aquí quiere recoger el evangelista lo que viene a ser lo programático del mensaje de Jesús. De ahí que en este marco nos deje la enseñanza fundamental sobre la oración.
Y Jesús comienza diciéndonos que para orar no necesitamos muchas palabras. ‘Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis’. Con la enseñanza de Jesús podríamos decir que una sola palabra basta, llamar a Dios ‘Padre’. Ahí está todo encerrado. Por ahí tendríamos siempre que comenzar. Es la primera expresión de fe y de amor que tendríamos que decir. Mas que decir creo que lo que tendríamos es que sentir.
Decir ‘Padre’. es sentirnos amados porque somos hijos; decir ‘Padre’ es llenarnos de confianza; decir ‘Padre’es ponernos en las manos de Dios; decir ‘Padre’ es decir que queremos amar; decir ‘Padre’ es comenzar a mirar a Dios con nuevos ojos, con los ojos de un hijo que se siente amado; decir ‘Padre’ es comenzar a mirar a los que están a nuestro lado como hermanos; decir ‘Padre’ es sentirnos humildes delante de El; decir ‘Padre’ es sentirnos perdonados porque Dios sigue confiando en nosotros; decir ‘Padre’ es ponernos en un camino nuevo, el del amor, el de buscar la paz, el de trabajar por la justicia, el de construir el Reino; decir ‘Padre’ es no sentirnos abandonados nunca porque la providencia de Dios nos cuida aunque muchos sean los problemas que tengamos; decir ‘Padre’ es sentir la paz de Dios en nuestro corazón; decir ‘Padre’ es sentir su fuerza para luchar, para hacer el bien, para apartarnos del mal, para vencer la tentación. Decir ‘Padre’ es el gozo más grande que podemos sentir en el alma.
‘¡Señor, enséñanos a orar!’, le pedimos; enséñanos a decir ‘Padre’, a sentir tu amor, a amar con tu amor. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desde la humildad la gloria del Señor

Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desde la humildad la gloria del Señor

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18
La vanidad sigue siendo una tentación de todo hombre y mujer también en nuestro tiempo. Y digo vanidad no porque nos creamos guapos - vamos a decirlo así - y utilicemos todos los medios a nuestro alcance para mostrar la belleza de nuestro cuerpo y cuando tengamos que presentarnos en algún sitio importante o hasta en nuestra convivencia de cada día con amigos o familiares o incluso en nuestro lugar de trabajo tratemos de mostrarnos por así decirlo con nuestras mejores galas; es cierto que la gente hay se arregla mucho para presentarse bien ante los demás y en cierto modo es bueno porque también hemos de manifestarnos agradables en nuestra presencia.
Cuando digo vanidad, aunque nos podemos referir a todo eso por cuanto los excesos nos pueden llevar a ella, me quiero referir a otras vanidades con que nos mostramos en la vida que llenamos de muchas apariencias rayanas incluso en la hipocresía. Es el querer aparentar lo que no somos; o el querer manifestar de una forma orgullosa también aquello bueno que hacemos buscando la alabanza o el reconocimiento. De una y otra cosa vemos mucho en nuestro entorno y podemos caer también en esa tentación.
Aparentar lo que no somos raya con la hipocresía; ya sabemos que la palabra ‘hipócrita’ hace referencia a la máscara que se utilizaba en el teatro clásico para representar a los personajes del drama o de la comedia. Es la máscara que nos ponemos tantas veces en la vida para representar lo que no somos; hipocresías y falsedades de las que está lleno desgraciadamente nuestro mundo, nuestras relaciones. Vanidad para manifestarnos con prepotencia, sintiéndonos por encima de los demás e incluso llegando a manipular todo lo que encontremos a nuestra mano para lograr nuestros fines.
Pero también decíamos manifestación orgullosa de lo que hacemos buscando esos reconocimientos o esos pedestales. Con qué facilidad echamos a perder lo bueno que hacemos cuando nos dejamos llevar por el orgullo y estamos predicando ante todo el mundo lo bueno que hacemos; terminamos haciéndonos odiosos.
Hoy en el evangelio denuncia esa manera de actuar de los fariseos que buscaban lugares predominantes, que hacían sus limosnas de manera ostentosa para que todo el mundo los viera, que incluso en sus oraciones se mostraban con esa altivez para que todo el mundo viera lo religiosos que eran. Y Jesús nos dice que ese no puede ser nuestro estilo ni nuestra manera de hacer. Que es la humildad lo que tiene que predominar en nuestra vida y nunca la vanidad tendría que velar ni obnubilar lo bueno que hacemos en el día a día de nuestra vida. Y cuidado que nos puede suceder también en el ámbito de nuestra iglesia.
Si alguien llega a reconocer lo bueno y justo que nosotros hacemos que sea siempre para la gloria del Señor. No busquemos nuestra gloria sino la gloria del Señor. Y eso en todos los ámbitos y aspectos de la vida. Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desarrollando nuestras capacidades y valores desde la humildad la gloria del Señor


martes, 16 de junio de 2015

Si soy solo amigo de mis amigos no hago nada especial y vivir el Reino me pide otro sentido de amor

2Corintios, 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48
Hay quien se define en su perfil como amigo de sus amigos. Hoy parece normal que lo digamos así porque de alguna manera estamos expresando cómo nos movemos habitualmente en el circulo de aquellas personas afines, más cercanas a nosotros que conocemos de siempre y a los que consideramos amigos; y si una persona se comporta conmigo como un amigo, pues yo seré también amigo y así me comportaré; soy amigo de mis amigos. Pero, ¿sería suficiente eso? ¿qué estamos haciendo de especial?
Responder a esta pregunta es lo que nos plantea Jesús en el evangelio. No hacemos nada especial si nos comportamos como amigo con aquellos que así se comportan con nosotros. Pero ¿seríamos capaces de romper ese círculo para comenzar a amar como amigo también al que no se comporta como amigo con nosotros? Es lo que nos está planteando Jesús cuando nos invita a pertenecer al Reino de Dios.
La pertenencia al Reino de Dios no se queda en un plano tan espiritual que lo elevemos por encima de lo que es nuestra vida ordinaria y no seamos capaces de integrar en su vivencia todo lo que son nuestras relaciones con los demás. Cuando decimos que entramos en la órbita del Reino de Dios o queremos entrar en ella significa que entonces tenemos que comenzar a mirar a los demás con la misma mirada de Dios. Y Dios no quiere excluir a nada de su amor, a nadie podemos excluir nosotros de nuestro amor porque esa es la señal de nuestra pertenencia al Reino.
Entramos en una órbita de amor donde todos hemos de amarnos como todos nos sentimos amados de Dios y al sentirnos todos hijos de Dios hemos de sentirnos hermanos entre nosotros. No es solo, pues, amar al que me ama; no es solo amar a quien me cae bien; no es solo amar a los que me hacen bien o son mis amigos; es amar a todos, y en ese todo entran también los que no me son simpáticos e incluso los que me hayan podido hacer mal. Aquí está lo distinto, lo que no hacen todos, lo que tendrá que diferenciarnos a nosotros los que nos decimos seguidores de Jesús y pertenecientes al Reino.
‘Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?’, nos está diciendo Jesús. Por eso antes nos ha dicho que tenemos que amar también a los que se consideren nuestros enemigos y más aun rezar por ellos.
Cuando seamos capaces de rezar por aquel que nos haya hecho mal, o simplemente por aquel que no es mi amigo o no me cae bien, estás comenzando a amarlo. Y es que Dios pone su gracia en nuestro corazón y siendo capaces de superar esa repulsión natural que podamos sentir, ya estaremos poniéndolos en el lado bueno de nuestro corazón.
Es difícil, es cierto, pero si llegamos a comenzar a hacerlo, comenzaremos a sentir una nueva paz en nuestro corazón porque estaremos alejando de nosotros todo tipo de maldad, de deseos de venganza, de sentimientos de repulsa o de odio. Y qué bueno es sentir esa paz en nuestro corazón. Porque cuando deseamos el mal a alguien o no somos capaces de perdonar a quien nos estamos haciendo daño es a nosotros mismos, porque no podremos sentir paz en el corazón mientras tengamos esos malos sentimientos en nosotros.
Además Jesús nos dice: ‘Por tanto, sed perfectos, compasivos, como vuestro Padre celestial es perfecto, compasivo’. Ahí tenemos la gran razón y motivo además de la gracia que nos acompañará.

lunes, 15 de junio de 2015

Creemos en verdad un mundo más humano siendo capaces de ser comprensivos los unos con los otros y capaces de perdonarnos

Creemos en verdad un mundo más humano siendo capaces de ser comprensivos los unos con los otros y capaces de perdonarnos

2Corintios 6, 1-10; Sal 97; Mateo 5, 38-42
‘Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra’. Contrapone Jesús esta sentencia al dicho comúnmente aceptado por todos de ‘Ojo por ojo, diente por diente’, que hemos de reconocer que sigue siendo aun hoy norma de actuar de muchos.
Quizá esa expresión del ‘ojo por ojo y diente por diente’ habían nacido como un querer poner un cierto límite a los deseos de venganza que surgen en el corazón cuando se nos hace daño. Se limitaba para que nadie se excediera en que la venganza no podía sobrepasar el límite de la injuria recibida. Pero Jesús nos cambia los esquemas.
‘No hagáis frente al que os agravia’, no entres en la espiral de la violencia, sino más bien crea el circulo del amor. La violencia engendra fácilmente violencia; lo comprobamos todos los días en nuestras relaciones, en lo que vemos a nuestro alrededor y hasta en lo que guía las relaciones a más alto nivel, dígase de unos grupos contra otros o de unas naciones contra otras. Pensamos que con la violencia vamos a resolver las cosas, sin darnos cuenta de que quien sufre violencia, aunque nosotros digamos que es por un castigo merecido, va a hacer surgir en el corazón de quien la sufre resentimientos, rencores, odios, deseos de revancha y provocará más violencia interior y que también se va a manifestar en las cosas que hagamos.
Es el estilo nuevo de los que escuchamos a Jesús y queremos vivir en los parámetros del Reino de Dios. Qué terrible es cuando el odio se mete en el corazón y no sabemos apagar ese fuego tormentoso. ‘Dichosos los que trabajan por la paz’, nos diría Jesús en las bienaventuranzas; dichosos nosotros si somos capaces de ir sembrando semillas de paz verdadera en el corazón de los hombres, porque siempre estamos dispuestos al perdón, a la misericordia, a la compasión.
Cuanto nos cuesta comprender esto y, sobre todo, cuanto nos cuesta vivirlo. Quizá en una reflexión serena lo podemos ver claro, pero cuando llega a nosotros la violencia, cuando nos sentimos heridos u ofendidos cuánto nos cuesta hacer brotar de nuestro corazón el perdón y no perder la paz en nuestro interior.
Decíamos antes que ‘el ojo por ojo y el diente por diente’ sigue siendo norma de conducta hoy para muchos. Les cuesta comprender y aceptar con humildad ese don del perdón y de la misericordia. Quizá hasta hablamos de hacer hoy un mundo mejor, y hablamos de respeto y de libertades y de no sé cuantas cosas más, pero cuando llegamos a este punto de perdonar cuando somos injuriados, por ahí ya no pasamos y se nos viene abajo todo lo otro que habíamos dicho de esas relaciones humanas entre todos. Ya escuchamos muchas veces casi como chance o como burla el que nos repitan esas palabras de Jesús de poner la otra mejilla. Nos quedamos en la anécdota, por así decirlo, pero no somos capaces de entrar en la orbita del perdón.
Creemos en verdad un mundo más humano, y sabiendo como sabemos que todos somos débiles y cometemos errores tengamos como un valor importante el que seamos capaces de ser comprensivos los unos con los otros y capaces de perdonarnos. 

domingo, 14 de junio de 2015

Plantemos cada día esa buena semilla que transforme nuestro corazón inicio del Reino de Dios en nosotros y nuestro mundo

Plantemos cada día esa buena semilla que transforme nuestro corazón inicio del Reino de Dios en nosotros y nuestro mundo

Ezequiel 17, 22-24; Sal 91; 2Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34
Nos habla la Palabra de Dios de este domingo de un retoño, de un cogollo tierno de un cedro que se plantará en una montaña alta para que eche brotes y frutos y se haga un cedro noble donde aniden toda clase de aves; y nos habla por su parte el evangelio de la semilla echada a la tierra y que germinará y brotará hasta dar fruto o hasta convertirse en arbusto grande capaz de cobijar bajo sus ramos también a los pajarillos del cielo.
En uno y en otro caso algo pequeño e insignificante como un tierno cogollo o una pequeña semilla capaz de hacer que broten cosas grandes. ¿Dónde está su fuerza y su vitalidad? El agricultor ha puesto su esfuerzo y su trabajo pero ahora espera la cosecha; no ha sido una espera pasiva, puesto que él ha puesto su esfuerzo, pero ahora no dependerá simplemente de él conseguir el fruto que viene dado por algo que no comprende y que le trasciende.
Claro que Jesús y toda la Palabra de Dios que hemos escuchado nos está hablando de la fuerza del Espíritu del Señor que hará germinar en los corazones de los hombres esa buena semilla que ha sido plantada en nosotros cuando nos dejamos conducir. Nos está hablando de las maravillas del Señor que se manifiestan en lo pequeño y en lo que nos pueda parecer insignificante porque no es la fuerza de las cosas o las personas en sí mismas, sino que tenemos que saber descubrir la fuerza de la gracia del Señor que actúa en nosotros. Como cantaba María la que se llamaba a si misma la humilde esclava el Señor había hecho en ella cosas grandes.
Mucho nos enseñan estas parábolas que hoy escuchamos y muchas aplicaciones prácticas podemos sacar para nuestra vida de cada día en sus muchos aspectos. Y a todo esto nos está diciendo Jesús que el Reino de Dios es así, es semejante a lo que nos dice con estas parábolas. Ese Reino de Dios que ha de transformar nuestro mundo, presente ya entre nosotros aunque algunas veces no lo veamos, pero que va realizando su acción allá en lo más hondo del corazón del hombre, cuando dejamos actuar al Espíritu del Señor. Hablaba la parábola de la semilla que se entierra y que nadie ve como germina, y que hasta puede parecer un misterio todo lo que le sucede, pero de la que ha de brotar esa planta nueva que al final dará su fruto.
Creo que nos viene bien reflexionar sobre todo esto, y ya decía para los diversos aspectos de la vida. Todos queremos hacer que nuestro mundo sea mejor; todos queremos luchar por la justicia, por el bien de nuestra sociedad y muchas veces sentimos en nuestro interior la urgencia de que las cosas sucedan ya, se realice esa sociedad nueva y ese mundo nuevo, nos queremos sentir revolucionarios para obtenerlo. Esto en el ámbito de nuestra sociedad, y esto pensamos también como creyentes en el mismo seno de la Iglesia como cristianos.
Sentimos la tentación de hacernos revolucionarios, dar un golpe revolucionario de timón donde todo cambie de la noche a la mañana, algunas veces hasta parece que quisiéramos imponerlo. Pero, ¿cuáles serían los caminos de esa transformación? No será por el camino de la imposición. Ese camino aunque quizá nos pudiera parecer que es el más rápido y urgente para realizar las cosas seguro que nos llevaría al fracaso. No es imponiendo, sino transformando desde dentro, desde el corazón donde podemos hacer la verdadera transformación, el verdadero cambio para mejorar.
No porque impongamos las cosas por ley vamos a lograr cambiar a la fuerza las cosas. Lo vemos en el ámbito de la sociedad, cuantos nuevos mesías políticos van surgiendo continuamente pero que al final no llevan a nada, y al final ellos mismos son engullidos por la misma rutina de la sociedad. Esto nos llevaría a más amplias reflexiones sobre lo que sucede hoy en nuestra sociedad.
Y nos sucede en el ámbito de la Iglesia; quisiéramos en ocasiones arrasar con tantas cosas que nos parecen superfluas, superficiales, sin sentido, cargadas de rutina, de una religiosidad muy pobre. Pero, ¿por qué no tratamos de alimentar esa pequeñita llama, ese rescoldo que aún queda, esa pequeña ramita de algo bueno que todavía hay en muchos corazones y hacer que la acción de la gracia, de la fuerza del Espíritu vaya actuando en el interior de cada corazón? Como el retoño plantado de Ezequiel o la pequeña semilla de las parábolas.
Sí, todos los cristianos tenemos que vivir y anunciar el evangelio con toda radicalidad, pero no olvidemos que es el Espíritu del Señor el que actúa en nuestro interior. Algunas veces quizás nos hacemos oídos sordos a esa acción del Espíritu y por eso no se llega a realizar esa transformación que el Reino de Dios haría en nosotros y en nuestra sociedad. Seamos dóciles y no dejemos de vivir y de anunciar ese Reino que ha de transformar nuestros corazones. Vayamos plantando esa semilla de cada día. Los que seguís mi blogs veis que ese es el título que le doy, porque humildemente quiero poner cada día esa semilla. El Señor en su providencia algún día la hará fructificar.