sábado, 20 de junio de 2015

Humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia sintiéndonos seguros en el Señor


Humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia sintiéndonos seguros en el Señor

2Corintios 12, 1-10; Sal 33; Mateo 6, 24-34
La fábula nos habla de la hormiguita que no cejaba en su empeño de ir guardando cada día en su granero para cuando llegara el invierno mientras la cigarra no paraba de cantar cada día sin preocuparse de hacer acopio de lo necesario para cuando llegaran los tiempos difíciles y de escasez. El mensaje de la fábula pretende enseñarnos cómo hemos de preocuparnos de nuestra responsabilidad de cada momento también pensando en el futuro y cómo no podemos desentendernos de nuestros trabajos y responsabilidades.
Pero el cumplimiento de nuestras responsabilidades no se puede convertir en un agobio. Responsables, sí, porque tenemos un mundo en nuestras manos, con unos valores, con unas responsabilidades, con una tarea que realizar, comenzando, si queremos decirlo así, por el desarrollo de nuestra propia vida personal, pero también nuestra familia, pero mirando al mismo tiempo ese mundo que nos rodea, esa sociedad en la que convivimos y donde tenemos también que dejar nuestra huella.
Pero el cumplimiento de nuestras responsabilidades no nos ha de hacer perder la paz, porque es cierto que tenemos que valorarnos a nosotros mismos, confiar en nuestras capacidades, pero también sabemos que tenemos nuestra vida en las manos de Dios. Por otra parte tampoco podemos convertir esos medios materiales de los que nos valemos en el desarrollo de nuestra vida en dioses de nuestra existencia. Es lo que nos puede suceder si vivimos en ese agobio del tener, de la riqueza, de esos medios materiales como si fuera lo único importante de nuestra vida.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’. Y también nos dice que ‘No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir’. Por eso terminará diciéndonos que sobre todo busquemos el reino de Dios y su justicia; que lo demás se nos dará por añadidura. ‘Por tanto, nos dice, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos’.
Responsables, sí, pero sin agobios, porque busquemos primero lo que en verdad merece la pena. Precisamente mientras reflexionaba sobre todo esto me llego un mensaje que me decía que ‘la grandeza de las personas no se mide por dinero, estudios ni belleza… sino por la lealtad de su corazón y la humildad de su alma…’
Cuando humildes nos ponemos en las manos de Dios y nos confiamos en su providencia nos sentiremos seguros en el Señor; en El tenemos nuestra fuerza y nuestra vida.

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