miércoles, 17 de junio de 2015

Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desde la humildad la gloria del Señor

Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desde la humildad la gloria del Señor

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18
La vanidad sigue siendo una tentación de todo hombre y mujer también en nuestro tiempo. Y digo vanidad no porque nos creamos guapos - vamos a decirlo así - y utilicemos todos los medios a nuestro alcance para mostrar la belleza de nuestro cuerpo y cuando tengamos que presentarnos en algún sitio importante o hasta en nuestra convivencia de cada día con amigos o familiares o incluso en nuestro lugar de trabajo tratemos de mostrarnos por así decirlo con nuestras mejores galas; es cierto que la gente hay se arregla mucho para presentarse bien ante los demás y en cierto modo es bueno porque también hemos de manifestarnos agradables en nuestra presencia.
Cuando digo vanidad, aunque nos podemos referir a todo eso por cuanto los excesos nos pueden llevar a ella, me quiero referir a otras vanidades con que nos mostramos en la vida que llenamos de muchas apariencias rayanas incluso en la hipocresía. Es el querer aparentar lo que no somos; o el querer manifestar de una forma orgullosa también aquello bueno que hacemos buscando la alabanza o el reconocimiento. De una y otra cosa vemos mucho en nuestro entorno y podemos caer también en esa tentación.
Aparentar lo que no somos raya con la hipocresía; ya sabemos que la palabra ‘hipócrita’ hace referencia a la máscara que se utilizaba en el teatro clásico para representar a los personajes del drama o de la comedia. Es la máscara que nos ponemos tantas veces en la vida para representar lo que no somos; hipocresías y falsedades de las que está lleno desgraciadamente nuestro mundo, nuestras relaciones. Vanidad para manifestarnos con prepotencia, sintiéndonos por encima de los demás e incluso llegando a manipular todo lo que encontremos a nuestra mano para lograr nuestros fines.
Pero también decíamos manifestación orgullosa de lo que hacemos buscando esos reconocimientos o esos pedestales. Con qué facilidad echamos a perder lo bueno que hacemos cuando nos dejamos llevar por el orgullo y estamos predicando ante todo el mundo lo bueno que hacemos; terminamos haciéndonos odiosos.
Hoy en el evangelio denuncia esa manera de actuar de los fariseos que buscaban lugares predominantes, que hacían sus limosnas de manera ostentosa para que todo el mundo los viera, que incluso en sus oraciones se mostraban con esa altivez para que todo el mundo viera lo religiosos que eran. Y Jesús nos dice que ese no puede ser nuestro estilo ni nuestra manera de hacer. Que es la humildad lo que tiene que predominar en nuestra vida y nunca la vanidad tendría que velar ni obnubilar lo bueno que hacemos en el día a día de nuestra vida. Y cuidado que nos puede suceder también en el ámbito de nuestra iglesia.
Si alguien llega a reconocer lo bueno y justo que nosotros hacemos que sea siempre para la gloria del Señor. No busquemos nuestra gloria sino la gloria del Señor. Y eso en todos los ámbitos y aspectos de la vida. Ni vanidades ni hipocresías en lo que hacemos sino siempre busquemos desarrollando nuestras capacidades y valores desde la humildad la gloria del Señor


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