jueves, 24 de septiembre de 2015

Ante Jesús y su evangelio no nos podemos quedar en contemplarlo como si fuéramos solo espectadores

Ante Jesús y su evangelio no nos podemos quedar en contemplarlo como si fuéramos solo espectadores

Ageo 1, 1-8; Sal 149; Lucas 9, 7-9

Al rey Herodes le llegan noticias sobre Jesús. Era normal, porque era el virrey de Galilea y a él llegarían noticias de cuanto sucediera en su reino. El acontecimiento de Jesús era público y notorio, porque como un profeta iba anunciando por todas partes en aldeas y pueblos de Galilea sobre todo un Reino nuevo que llamaba el Reino de Dios. Sus enseñanzas y sus milagros eran conocidos de todos.
Sin embargo había confusión entre las gentes y esa confusión afectaba también a Herodes. ¿Quién era Jesús? ¿Quién era ese profeta nuevo que surgía que muchos ya incluso lo consideraban el Mesías anunciado? Se preguntan las gentes y se lo pregunta también Herodes si era Juan el Bautista que había resucitado. Herodes reconocía que él lo había mandado encarcelar y luego decapitar. Un cierto desasosiego se producía en su interior quizá por un remordimiento de conciencia. Quería él también conocer a Jesús.
Quería conocer a Jesús pero quizás era un conocimiento, podríamos decir, de lejos, sin que le afectara lo que pudiera ser, decir o hacer Jesús. Por eso se quedaba solo en el deseo pero no buscaba manera de querer acercarse también para verle y escucharle. Ya sabemos que más tarde, cuando la pasión que Pilatos se lo envía estando en Jerusalén para que lo juzgue porque procedía de Galilea, solo buscará entretenimiento y el milagrito fácil para entretener a su corte, y Jesús no le dirá nada entonces; al final lo tratará de loco.
Muchos también quizá quieren conocer a Jesús, o se interesan de alguna manera por la religión y las cosas de la Iglesia; y hacen preguntas, pero preguntas quizá que no llegan a cosas de trascendencia, sino fijándose en cosas superficiales o cosas de menor importancia. Eso sigue sucediendo hoy - ¿por qué no decirlo así? - ante el fenómeno social que puede significar la figura del Papa Francisco. Que si hace esto o aquello, que si quiere hacer reformas o si debería actuar de esta o de la otra manera en una serie de cuestiones. Pero quizá tampoco vamos a más; tampoco se suscitan en el interior del hombre preguntas que sea trascendentales para la persona, que nos interroguen por el sentido de la vida, que nos hagan bucear de verdad en el evangelio.
Quizá nos sea fácil quedarnos desde fuera, como espectadores, y que esas cosas nos entretengan pero no afecten a lo más profundo de nuestro Ante Jesús y ante el evangelio no podemos ser meros espectadores; no podemos rehuir preguntas profundas sobre nuestro existir. Ya nos dirá Jesús que estamos con El o estamos contra El, lo que no podemos quedarnos al margen como espectadores.
Ante el evangelio tenemos que interrogarnos profundamente por dentro, hacer que en verdad sea semilla que se plante, se entierre bien en nuestro interior para que se pueda producir el milagro de una nueva vida. No nos quedamos en el evangelio haciéndonos unos comentarios o explicaciones históricas, porque el evangelio es algo mucho más profundo, que va a afectar a lo más profundo de nuestro ser, a afectar a nuestra salvación definitiva.
No nos insensibilicemos ante el evangelio ni busquemos en él tranquilizantes o entretenimientos. Es anuncio de vida, y no de una vida cualquiera, sino de vida eterna que solo en Dios podemos encontrar.


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