miércoles, 11 de febrero de 2015

Que las apariencias y vanidades no entorpezcan la buena luz que ha de salir del corazón

Que las apariencias y vanidades no entorpezcan la buena luz que ha de salir del corazón

Génesis 2,4b-9.15-17; Sal 103; Marcos 7,14-23
Contaba alguien que en una ocasión había visto un farol que lo habían querido embellecer tanto que no valía para la función para la que realmente había de servir; porque un farol es un utensilio que nos ha de ayudar llevando una luz en su interior y que sin que se pueda apagar por las inclemencias del tiempo sin embargo ha de servir para iluminarnos el camino en toda circunstancia aunque fuera muy adversa. En este caso el farol lo habían adornado con hermosos cristales tallados y de colores, le habían añadido tantos adornos lujosos de plata u otros metales preciosos que realmente lo que hacían eran no dejar pasar la luz a través de aquellos cristales. Era bonito de ver pero no nos servía para ver, no nos iluminaba el camino porque los adornos entorpecían el paso de la luz.
Es un buen ejemplo o comparación para algunas cosas que hacemos en la vida en que nos llenamos de tantas normas y reglamentos que en lugar de ayudarnos a caminar en la rectitud con total libertad lo que hacen es constreñir nuestra vida, de manera que al final son tantos los reglamentos que no sabemos ni a qué atenernos en lo que hemos de hacer.
Es lo que le sucedía a los judíos en los tiempos de Jesús sobre todo con la influencia de la secta de los fariseos. Todo estaba medido y reglamentado al milímetro, podríamos decir, de manera que lo que quizá en su origen habían podido ser unas buenas costumbres higiénicas se habían convertido en leyes estrictas que lo hacían ver todo impuro.
Se quejan los fariseos de que los discípulos no se lavaban las manos antes de comer; podía ser perfectamente una buena costumbre higiénica para prevenir contagios y enfermedades, pero lo habían convertido en expresión de que comiendo con manos sucias, con manos que habían podido tocar algo que considerasen impuro, así entrase esa impureza en el corazón.
Jesús les viene a decir que no, que la impureza no nos entra por la boca, no nos viene de fuera, sino que el mal de donde sale es de un corazón que no está limpio ni es puro. ‘Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre…’ y como les explica a continuación: ‘Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’. Y cuando Jesús quería resaltar algo importante nos decía ‘el que tenga oídos para oír que oiga’.
Tengamos, pues, un buen corazón; esa es la belleza interior que nos debe preocupar y será ese buen corazón lo que hará grande a la persona. No por el cumplimiento ritual de muchos preceptos somos mejores. Tenemos que cumplir, es cierto, la voluntad del Señor; su Palabra ha de ser en verdad luz de nuestra vida; y la Palabra del Señor nos hará verdaderamente libres.
Es la verdadera belleza que hemos de buscar en nuestra vida, y no intentar adornarla de apariencias con las que ocultemos lo que realmente llevemos dentro de nosotros. Algunas veces esas apariencias y vanidades tratan quizá de ocultar la maldad que pueda haber dentro de nosotros. Y eso es lo que tenemos que curar para que resplandezca de verdad la autentica luz del amor y de la rectitud que hay en nuestro corazón.


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