jueves, 12 de febrero de 2015

El amor nunca podrá ser insensible ante las necesidades o sufrimientos de los demás

El amor nunca podrá ser insensible ante las necesidades o sufrimientos de los demás

Génesis 2,18-25; Sal 127; Marcos 7,24-30
‘Se alojó en una casa, procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió…’ Y es que el amor nunca será insensible ante las necesidades o sufrimientos de los demás.
Jesús está fuera de territorio judío, ‘se fue a la región de Tiro’, nos dice el evangelista. Pero aunque quiere pasar desapercibido su fama había llegado también a aquellos lugares ya apartados de la tierra judía. ‘Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies’. Allí está el corazón roto de una madre que ve sufrir a su hija. Sabe que Jesús puede curarla, aunque ella es gentil, pagana, pero acude a Jesús con total confianza. A pesar de los aparentes desaires de Jesús ella insiste.
Las expresiones que se usan, y que nos pueden escandalizar, eran las expresiones habituales que utilizaban los judíos para referirse a los extranjeros. El amor puede más que todas las conveniencias sociales por así decirlo, porque los judíos se consideraban los únicos depositarios de la promesa de salvación de Dios. Pero Jesús llega a todos y es el que amor nunca se puede resistir allí donde haya una necesidad o sufrimiento.
‘Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija’. Vence la fe y el amor. Cuánto tenemos que aprender. Por encima de todo está el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Pero allí están también la fe y el amor de aquella mujer. Fe porque tiene la seguridad de que Jesús escuchará su súplica. Insiste una y otra vez; los desaires no le hacen desistir; podría parecer imposible pero ella confía y confía con humildad. ¿Que me llaman perro? Pues los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los niños. Y así ella confía con ese espíritu humilde.
Pero decimos también el amor de aquella mujer. No está pidiendo para sí, está pidiendo la salud de su hija. Es su dolor pero es su amor. No le importa tanto su sufrimiento o las humillaciones que pueda padecer, cuando el sufrimiento de su hija. Y nosotros tantas veces acudimos al Señor solo pensando en nuestros propios problemas y necesidades y no somos capaces de echar una mirada en torno para ver el sufrimiento de tantos que están a nuestro lado. Tenemos el peligro de hacernos egoístas en nuestra oración. Tendríamos que aprender a pensar más en los demás, en las necesidades y sufrimientos de los demás.
Que no nos encerremos nunca en nosotros mismos o nuestro propio dolor; seamos capaces de ver el sufrimiento de los otros; seamos capaces un poco de olvidarnos de nosotros mismos o nuestros propios problemas para mirar el sufrimiento de los otros, para interceder por los otros. Vencerá el amor y también nosotros nos veremos recompensados pues el Señor atenderá también a nuestra necesidad.


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