viernes, 9 de enero de 2015

No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor…

No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor…


‘No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor… quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor’. Así terminaba el texto de la carta de san Juan que hoy hemos escuchado en la liturgia. Si hay amor no hay temor; porque nos sentimos amados, tenemos confianza, sentiremos paz en el corazón. Si aun permanece en nosotros el temor es que nuestro amor no ha alcanzado la plenitud total; por eso tenemos que preocuparnos de crecer más y más en el amor sintiendo la presencia de Jesús junto a nosotros que es sentir y gozarnos de su amor. Es la seguridad que tenemos que alcanzar.
En el evangelio vemos a los discípulos cruzar el lago no sin grandes dificultades. Les costaba avanzar, viento en contra, falta quizá de fuerza o de ánimo, les parecía sentirse solos, seguía habiendo dudas en su interior porque no acababan de entender lo sucedido en la tarde anterior y el que ahora Jesús les enviase a cruzar el lago ellos solos. No tenían por qué tener miedo porque muchas veces lo habían cruzado; era el lugar de trabajo para algunos de ellos que eran pescadores precisamente en aquel lago. Pero ahora que es de noche todo les parece más oscuro.
Cuántas veces nos sucede así en la vida; nos agobiamos ante las dificultades; nos parece que no avanzamos lo suficiente; parece que todo lo tenemos en contra; sentimos una cierta soledad en nuestro interior, un vacío quizá, un silencio a nuestras preguntas sin respuesta; nos envuelve de alguna manera la noche.
Pero Jesús está ahí. Aunque algunas veces nos confundimos, se nos cierran los ojos para no ver lo que está tan claro. Dice el evangelista que ‘viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario, a eso de la madrugada, va hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo’. Ellos se asustaron porque creyeron ver un fantasma.
Pero era Jesús. ‘No temáis, soy yo’. Tantas veces nos lo dice Jesús. Podríamos recordar tantos momentos del evangelio, que con su presencia llena de paz los corazones de los discípulos y de cuantos se acercan a El.
El está ahí, no nos deja solos aunque nos parezca que vamos solos. Necesitamos abrir bien los ojos de la fe. Tener confianza. Sentirnos amados. Porque, como decíamos con san Juan, donde hay amor no tiene por qué haber temor. Pero nuestro amor es débil y por eso siguen las dudas en nuestro interior. Por eso  nos atrevemos una vez más a pedir, ‘ven, Señor, manifiéstate como te manifestabas a los discípulos, que sea capaz de verte sin ninguna duda’.
Que crezca más y más nuestro amor; que crezca más y más nuestra fe. Que se acaban para siempre los temores. Que nunca más nos veamos abrumados por esas soledades. Que se llenen para siempre esos vacíos de nuestro interior. Que llenemos de paz el corazón.

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