sábado, 12 de abril de 2014

Llega la hora de la Pascua y hemos de desear vivamente ese “paso” salvador del Señor por nuestra vida



Llega la hora de la Pascua y hemos de desear vivamente ese “paso” salvador del Señor por nuestra vida

Ez. 37, 21-28; Sal: Jer. 31, 10-13; Jn. 11, 45-56
Los hechos se van precipitando. Tras la  resurrección de Lázaro, aquellos judíos que habían ido a casa de María de Betania y habían sido testigos del acontecimiento habían traído la noticia y ‘muchos creyeron en Jesús’.
A los sumos sacerdotes y a los fariseos las cosas se les escapan de las manos; muchas veces habían pretendido prender a Jesús, como hemos visto en estos días anteriores, pero no habían podido hacer nada. Se convocó el Sanedrín porque algo había que hacer porque para ellos ya parecía un peligro. ‘Si lo dejamos seguir, todos creerán en El y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación’. Temían peligros de revueltas y la reacción de los romanos.
Pero será Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que dictamine y lo hará proféticamente sin ser consciente de la trascendencia de lo que está diciendo, pues será el cumplimiento de las profecías. ‘Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera’. Ya el evangelista lo comenta: ‘Jesús iba a morir por la nación, y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos dispersos’. Y nos dirá continuación el evangelista: ‘Aquel día decidieron darle muerte’.
Era lo anunciado por el profeta que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Voy a reunir a los israelitas… voy a congregarlos de todas partes… los haré un solo pueblo… los libraré de los sitios donde pecaron; los purificaré… serán mi pueblo y yo seré su Dios… haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos… con ellos moraré, yo seré su Dios…’
La muerte de Jesús iba a significar una nueva y eterna alianza; su sangre derramada en la cruz nos congregará en un nuevo pueblo, formado por todos los creyentes de todas las naciones.  Con la muerte de Jesús nos va a venir la salvación y comenzaremos a tener una nueva vida. Aquel pueblo se dispersará, pero nacerá un nuevo pueblo, el pueblo de la nueva Alianza que iba a ser sellada con la Sangre del Cordero, con la Sangre de Cristo derramada en el sacrificio de la cruz. Somos nosotros ese nuevo pueblo de la salvación, ese nuevo pueblo donde todos somos hijos de Dios. No sabía bien Caifás lo que estaba profetizando, porque se estaba convirtiendo en un paso muy importante para una nueva Pascua.
Es lo que nos disponemos nosotros a celebrar y vivir. Somos ese nuevo pueblo nacido de la Pascua, nacido de la sangre de Cristo derramada en la Cruz. Cristo, levantado en lo alto de la cruz como lo vamos a contemplar en estos días de una forma más intensa al celebrar su pasión y su muerte, nos atrae a todos hacia El. A todos nos reúne y nos congrega para formar ese nuevo pueblo de la Pascua, de la Alianza eterna.
Pero hemos de seguir preparándonos. Hay un detalle en este pasaje del Evangelio. Jesús se había retirado lejos de Jerusalén y se acercaba el tiempo de la Pascua. Llegaba su Hora, como iremos escuchando repetidamente en los próximos días. Pero aun no había subido a Jerusalén y había gente que se preguntaba si Jesús vendría a la fiesta de la Pascua. No va a faltar, porque llega su Hora. Pero es significativo que, aun sin saber bien lo que iba a suceder, había gente que estaba deseando que Jesús estuviera en aquella Pascua.
Nos puede decir algo a nosotros. Se acercan las fiestas pascuales y también nosotros hemos de desear estar en esta Pascua y que además sintamos esa presencia pascual de Cristo en nosotros, porque eso va a significar cómo nos vamos a llenar de su salvación. No pueden ser unas celebraciones más, sino que siempre nuestras celebraciones cristianas tienen que ser únicas. Es la intensidad con que lo hemos de vivir; es la apertura de nuestro corazón y nuestra vida a la gracia del Señor; es ese disponernos de verdad a que haya pascua en nosotros porque sintamos intensamente ese paso salvador del Señor por nuestra vida con su gracia y con su salvación. Vivámoslo con toda intensidad.

viernes, 11 de abril de 2014

A quien vamos a contemplar subir a Jerusalén hasta lo alto del Calvario es a nuestro Salvador, verdadero Hijo de Dios



A quien vamos a contemplar subir a Jerusalén hasta lo alto del Calvario es a nuestro Salvador, verdadero Hijo de Dios

Jer. 20, 10-13; Sal. 17; Jn. 10, 31-42
‘Si hago las obras de mi Padre, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre’. Admirable revelación que nos está haciendo Jesús de sí mismo. Pero los judíos no entienden y lo rechazan. Por las obras que hace Jesús podemos conocerle. Hace las obras de Dios.
Ya en otra ocasión, como alguna vez hemos recordado, escuchábamos decir a Nicodemo cuando fue de noche a ver a Jesús que tiene que ser un enviado de Dios, alguien con quien esté Dios, porque de lo contrario no podría hacer las obras que hace. Ya era una confesión de Nicodemo reconociendo cuanto de Dios había en Jesús. Ahora nos dice el mismo Jesús que El es aquel ‘a quien el Padre consagró y envió al mundo’, y que por eso es el ‘Hijo de Dios’.
Los judíos lo veían como un hombre más; algunos podían decir que era un gran profeta que había aparecido entre ellos y hasta llegarían a aclamarle entusiasmados como el hijo de David, en la entrada en Jerusalén, como vamos pronto a celebrar; pero otros se quedaban en el Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero, aquel cuyos parientes estaban entre ellos; pero no eran capaces de vislumbrar algo más; tenían cerrados los ojos de la fe para escuchar lo que Jesús les decía. En verdad era el consagrado de Dios, el que venía lleno del Espíritu Santo, ungido por el Espíritu Santo como escuchábamos en la sinagoga de Nazaret, y verdaderamente el Hijo de Dios.
Abramos nosotros también los ojos de la fe, cuando nos disponemos en los próximos días a celebrar la pasión y la muerte de Jesús. Seamos capaces, con esos ojos de la fe bien abiertos, a reconocer a Jesús como verdadero Dios al mismo tiempo que como verdadero hombre, reconociendo en El al Mesías salvador que por nosotros dará su vida para obtenernos la gracia del perdón de los pecados.
Ese reconocimiento de la divinidad de Jesús es necesario y muy importante. No vamos simplemente a ver a un hombre bueno que es capaz de sacrificarse por los demás; no vamos a contentarnos con considerar la envidia o la maldad de aquellos que no aceptan a Jesús porque puede desestabilizarles sus vidas o sus intereses, y por eso querrán quitarlo de en medio; no  nos quedamos en los intereses de todo tipo que pudieran tener los contemporáneos de Jesús y que por eso traman contra su vida hasta llevarlo a la condena por parte de las autoridades sociales o políticas del momento.
Nosotros a quien vamos a contemplar subir a Jerusalén y subir hasta lo alto del Calvario es a nuestro Salvador que dio su vida por nosotros para que nosotros tuviéramos vida para siempre; nosotros contemplaremos a Jesús verdadero Hijo de Dios, consagrado y enviado por el Padre, ungido del Espíritu divino, que nos viene a proclamar el año de gracia del Señor anunciando a los pobres y a los que sufren, a los pecadores y a cuantos hemos vivido de espaldas a Dios, que para nosotros es la gracia y el perdón, para nosotros es la Salvación. No es una sangre cualquiera la que se va a derramar porque es el Hijo de Dios que viene a establecer la nueva y eterna alianza de salvación en su sangre derramada para el perdón de los pecados.
Es lo que nos disponemos a celebrar y a vivir; es la gracia que se va a derramar sobreabundantemente sobre nuestras vidas para alcanzarnos la vida y la salvación. Es el misterio pascual que nosotros vamos a vivir porque vamos a sentir que en la pasión y en la muerte de Cristo y en su resurrección contemplamos ese paso salvador de Dios por nuestras vidas, que no viene para destruirnos sino para salvarnos, que nos viene a traer el perdón y la misericordia, que nos viene a hacer sentir la paz nueva de los amados de Dios y que nos convertimos también en sus hijos.
No es algo ajeno a nosotros lo que vamos a contemplar y celebrar. Ahí está nuestra salvación, y vaya que sí tiene que importarnos. Ahí tenemos que poner nuestra vida abriendo nuestro corazón a ese paso de Dios que nos trae la vida y la salvación. Pongamos todo nuestro empeño en ahora prepararnos y luego vivir con toda intensidad ese misterio de salvación que es la Pascua del Señor, que tiene que ser nuestra Pascua.

jueves, 10 de abril de 2014

Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre



Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre

Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-59
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Los judíos no entienden lo que Jesús les quiere decir; no terminan de conocer a Jesús. Aunque Jesús trata de explicarles ellos se hacen sus interpretaciones y no quieren aceptar lo que Jesús realmente nos está ofreciendo. Al final incluso querrán apedrearlo; lo han llamado endemoniado y blasfemo. Es necesario que se despierte la fe en el corazón.
Queremos nosotros escuchar a Jesús y guardar su Palabra porque queremos en verdad llenarnos de su vida. ¿Qué nos querrá decir Jesús? El ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia nos dirá en otro momento. Pero en nuestros oídos aun resuenan las palabras del diálogo de Jesús y Marta cuando la muerte y la resurrección de Lázaro. Jesús le pedía fe a Marta para que creyera y aceptara que Jesús es la resurrección y la vida y a quienes creemos en El quiere darnos vida para siempre. Aun recordamos sus palabras: ‘El cree en mí vivirá para siempre, aunque haya muerto vivirá’.
También allá en la sinagoga de Cafarnaún nos había dicho que el que le coma tendrá vida para siempre. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’, nos decía entonces. ‘El que coma de este pan, vivirá para siempre’, continuaba entonces diciéndonos.
Hoy nos está diciendo que hemos de guardar su Palabra, y quien guarda su palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Por eso decíamos que queremos escuchar a Jesús, queremos poner toda nuestra fe en Jesús, para seguirle y se su discípulo, como ayer escuchábamos también.
Es muy importante todo esto que estamos escuchando y ahora reflexionando, porque se trata de despertar nuestra fe y vivirla con toda intensidad. No como un adorno que ponemos en nuestra vida, sino haciendo que todo lo que hacemos y vivimos lo hagamos desde el sentido de esa fe. No es una envoltura que pongamos externamente sino que es algo profunda que ha de empapar plenamente nuestra vida. Y eso significará que entonces nos dejaremos conducir por esa Palabra de Jesús. Iremos confrontando todo lo que hacemos con lo que nos dice Jesús para hacerlo, no a nuestra manera, sino conforme al sentido de Jesús, conforme Jesús nos enseña en el evangelio.
Estos días finales ya casi de la Cuaresma, donde hemos ido dando unos pasos, donde nos hemos dejado conducir por lo que cada día el Señor nos ha ido indicando en su Palabra, ahora es el momento de intensificar con más fuerza esa reflexión sobre nuestra vida dejándonos iluminar de verdad por la Palabra de Dios. Lo que vamos a celebrar bien merece ese esfuerzo de revisión, de superación, de crecimiento espiritual que queremos hacer.
No olvidemos que Jesús nos dice que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida. Queremos seguir su camino y en eso nos empeñamos desde nuestra condición de creyentes; queremos encontrarnos con esa verdad de Jesús que nos da sentido y valor a todo lo que hacemos, pues El es la verdad absoluta de nuestra vida; y queremos vivir su vida plantando su Palabra en nosotros,  escuchándola y convirtiéndola en norma y sentido de nuestro existir.
Por eso acudimos con hambre de Dios, con verdadera sed de su gracia en estos días a los sacramentos, porque sabemos que ahí está la fuente de la gracia, la fuente de la vida eterna que Jesús nos ofrece y regala. Venimos a la Eucaristía para escuchar la Palabra de Dios y para comer a Cristo porque sabemos que así nos llenamos de su vida; pero acudimos también al Sacramento de la Penitencia donde vamos a recuperar esa gracia y esa vida que hemos perdido a causa de nuestro pecado.
Hemos de prepararnos bien para ese acercamiento a los sacramentos y con verdaderos deseos acudimos a ellos, como fuente de gracia que son para nosotros. Si no recibimos los sacramentos, podemos hacer muchos actos piadosos estos días, participar si queremos en muchas procesiones, pero no estaremos llenándonos de la gracia del Señor, no estaremos viviendo con toda profundidad y sentido la salvación que el Señor nos ofrece y por lo que ha muerto en la cruz por nosotros. Guardemos de verdad su palabra que no sepamos lo que es morir para siempre, para que podamos alcanzar la vida eterna que Jesús quiere darnos.

miércoles, 9 de abril de 2014

La persona de Cristo es mi camino para comprender a Dios



La persona de Cristo es mi camino para comprender a Dios

Dan. 3, 14-20.91-92.95; Sal. Dan. 3, 52-56; Jn. 8, 31-42
‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos mios, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’. Así hemos escuchado que Jesús les decía a aquellos que habían creido en El. Palabras, podemos decir, de ánimo y de confianza; palabras que dan aliento para seguir adelante a pesar de que muchas veces no sea fácil. Vosotros que creéis en mí, les viene a decir, manteneos fieles a mis palabras, porque ese es el camino para ser mi discípulo, llegaréis a conocerme y la verdad que encontraréis en mí os hará grandes, os hará libres de verdad.
Queremos nosotros creer en Jesús y queremos ser sus discípulos; queremos seguirle, queremos escucharle, pero no se trata solamente de escucharle de forma ocasional o escuchar solamente aquellas cosas que puedan alagar nuestros oídos. Seguir a Jesús es algo mucho más hondo, porque seguir a Jesús es escuchar lo que El nos dice, pero eso ponerlo por obra, realizarlo en nuestra vida. El que quiere hacerlo así, aunque le cueste, es el que está de verdad siguiendo el camino de Jesús y ese camino le llevará a plenitud de vida.
Nos habla Jesús de la verdad que vamos a encontrar y recordamos que El nos dirá que es el Camino, y la Verdad, y la Vida. Conocer la verdad es encontrarnos con Jesús, porque en El vamos a encontrar el sentido de todo. Y eso es lo que nos va a dar auténtica plenitud a nuestra vida; como nos dice Jesús, ‘la verdad os hará libres’.
“La persona de Cristo es mi camino para comprender a Dios”. ¿Sabéis quien hizo esta afirmación? Casualmente me encontré con estas palabras cuando estaba comenzando a preparar esta reflexión. El cantante Bono Vox, líder del grupo irlandés U2, lo afirmó en una entrevista transmitida por la televisión nacional irlandesa RTÉ, en la que habló de su relación con la religión. El cantante explicó que lee las Escrituras “por la verdad poética y por los hechos históricos” que contiene y que reza, principalmente a Cristo. “Rezo para llegar a comprender la voluntad de Dios”, añadió. Para Bono ¿quién es Cristo?, es la pregunta fundamental de un cristiano. Por esto, cree que Jesús era realmente Dios, que resucitó de entre los muertos y que lo que ha prometido se realizará.
He querido traer aquí este testimonio, por una parte porque no es muy habitual encontrarse con personajes famosos que den un testimonio tan claro y valiente de su fe, y además viene a ayudarnos a comprender el mensaje que hoy hemos escuchado en el Evangelio y venimos meditando.
Veníamos reflexionando en que encontrandonos con Jesús, escuchándole y siguiendole nos encontramos con la verdad, la verdad que nos da plenitud a nuestra vida, la verdad que nos hace libres. Es que cuando nos encontramos con Cristo ya nuestra vida es distinta; en Jesús encontramos una nueva forma de vivir; desde Jesús encontramos también la fuerza para hacer en todo momento el bien y alejarnos del pecado. Es que como nos dice Jesús hoy ‘quien comete pecado es esclavo’. Quien sigue de verdad a Jesús y lo convierte en la verdad unica y fundamental de su vida tratará se vivir siempre una vida lejos del pecado, de la esclavitud del pecado. Por eso son alentadoras las palabras de Jesús que hoy hemos escuchado.
Los judíos no le entienden, o no le quieren entender; dicen que son hijos de Abrahán y eso les basta para ser de verdad libres. Pero Jesús les quiere hacer entender que no es solo cuestión de razas o de pertenencias a un pueblo determinado, sino que ahí tiene que estar lo que es nuestra vida, las obras que hacemos, la fidelidad con que vivimos a la Palabra del Señor. De ahí lo importante que es nuestra fe en Jesús.
Vamos a contemplar a Jesús en estos días de la pasión y de la pascua en la suprema entrega de amor por nosotros. Nos señala un camino, el único camino que nos conduce a la plenitud de la vida, a la auténtica libertad que nos hace vivir una vida santa. Contemplemos sin cansarnos la entrega de la pasión y de la muerte de Jesús, para que vayamos aprendiendo a Jesús, conociendo a Jesús, dejándonos empapar por su mensaje de amor, llenándonos de su gracia que nos conducirá siempre por caminos de santidad.

martes, 8 de abril de 2014

Miramos a lo alto de la cruz de Jesús para reconocer al Hijo de Dios que muere por nosotros y nos regala la salvación



Miramos a lo alto de la cruz de Jesús para reconocer al Hijo de Dios que muere por nosotros y nos regala la salvación

Núm. 21, 4-9; Sal. 101; Jn. 8, 21-30
‘¿Quién eres tú?’, le preguntaban los judíos a Jesús confundidos y muchas veces llenos de dudas. Veían sus obras, escuchaban sus enseñanzas, había cosas que les llenaban de esperanza el corazón, pero había momentos en que les costaba entenderle y se les hacía difícil poner su fe en El.
Ahora les habla de su marcha y de una búsqueda; les dice que adonde va no pueden seguirle; les habla de su origen divino, pero como no quieren aceptarlo morirán a causa de su pecado. Finalmente les habla de que va a ser levantado en alto y entonces sí podrán entender quién es El. ‘Cuando levantéis al Hijo del hombre en alto, sabréis quien soy…’ Algunos lo van a aceptar y creer, pero otros se resistirán. Pero al mismo tiempo Jesús les habla de su seguridad y confianza porque no se sentirá abandonado por quien lo ha enviado. ‘El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada’. Manifiesta una vez más que El viene a hacer la voluntad del Padre. 
También en nuestro interior algunas veces podemos llenarnos de dudas y nuestra fe se puede debilitar. También nosotros somos invitados a mirar hacia lo alto para contemplarle a El, levantado en lo alto de la cruz, como le vamos a contemplar de manera especial en los próximos días de pasión que se acercan. Pero tenemos que saber acercarnos a la cruz de Jesús con verdadera fe. Vamos a contemplar y celebrar un misterio de salvación. No vamos a contemplar meramente un espectáculo; si fuera así y nos quedáramos en eso denotaría nuestra pobreza espiritual y empobreceríamos lo que vamos a celebrar.
Nos ayuda a comprender el misterio de salvación que vamos a celebrar lo que también hemos escuchado en la primera lectura. Refleja nuestras dudas y rebeldías, pero nos enseña a descubrir el signo con su significado verdadero de la cruz salvadora de Jesús.
Nos hablaba la lectura del duro peregrinar del pueblo de Dios por el desierto en su camino hacia la tierra prometida; pero se les hacía duro el camino y se llenaban de dudas y de rebeldías en su interior. Es lo que sucede en el relato escuchado. Las serpientes venenosas los atacan - ¿un castigo divino? ¿una prueba? - y Moisés levanta en alto en medio del campamento como un estandarte una serpiente de bronce. Quienes contemplen el signo y sean capaces de reconocer su rebeldía y su pecado, se salvarán.
No vamos nosotros a mirar un estandarte de este tipo, porque no será una serpiente de bronce nuestra salvación. Pero Jesús nos dice que el Hijo del Hombre de ser levantado en algo, como  Moisés levantó la serpiente en el desierto. Ahora nosotros miramos a Jesús clavado en la cruz, levantado en alto, porque en Jesús sí está la salvación. A El vamos a acudir desde nuestro pecado, desde nuestras dudas y hasta desde nuestra falta de fe, desde nuestras rebeldías pero para reconocer que solo en Jesús es donde podemos encontrar la salvación. A El vamos a acudir humildes como el único Salvador de nuestra vida. Levantado en lo alto de la cruz por amor se va a entregar por nosotros para ser nuestro Redentor. De esa salvación nosotros queremos llenar nuestra vida.
Es el misterio que vamos a celebrar que no es un misterio cualquiera. No es un espectáculo lo que vamos a contemplar sino el  amor infinito de Dios que se nos manifiesta en Jesús que nos salva, que nos redime, que nos alcanza el perdón, que nos llena de paz, que nos inunda con su salvación. Queremos nosotros acudir con fe a Jesús; queremos hacer florecer todo nuestro amor, porque nos alimentamos de su amor y así crecerá nuestra fe.
Acudimos a Jesús y sabemos que en los Sacramentos tenemos toda  esa gracia redentora de Cristo, porque queremos llenarnos de su gracia, alcanzar su perdón y acudimos humildes al sacramento de la Penitencia que nos reconcilie con Dios en virtud de la Sangre redentora de Cristo. Con verdaderos deseos de paz y de salvación acudimos humildes a confesar nuestros pecados, sabiendo que tenemos asegurada la misericordia del Señor. En El ponemos toda nuestra fe, porque sabemos bien quién es, es nuestra vida y nuestra salvación. Miramos a lo alto de la cruz de Jesús y reconocemos en El al Hijo de Dios que muere por nosotros para regalarnos la salvación.

lunes, 7 de abril de 2014

Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más



Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más

Dan. 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; Sal. 22; Jn. 8, 1-11
‘Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más’. No podía ser de otra manera aunque ésa no es nuestra manera de actuar tantas veces en la vida. Pero sí es el actuar de Jesús.
Ahí estamos contemplando al Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo, al que va a inmolarse en la entrega de la cruz para darnos con su sangre el perdón de los pecados. Ahí estamos contemplando al buen Pastor que siempre está deseoso de encontrar la oveja perdida y va los collados y por los barrancos en su búsqueda. Ahí contemplamos al médico que no ha venido para los sanos, sino para curar a los enfermos, para buscar a los pecadores y ofrecerles el abrazo del perdón. Ahí está la imagen del padre bueno y bondadoso que espera ansioso la vuelta del hijo, no para recriminar ni para echar en cara, sino para acoger y devolverle la dignidad perdida.
Cuando aquellos escribas y fariseos le presentan a aquella mujer pecadora que ha sido sorprendida en flagrante adulterio, da la impresión que no han oído o no han querido oír todo lo que Jesús antes había hablado y había expresado también con sus gestos que lo que viene a ofrecernos es el amor y el perdón.
Un fariseo había sido un día testigo cuando había invitado a Jesús a comer a su casa cómo se dejaba lavar los pies con sus lágrimas por parte de aquella pecadora que incluso derramaba un caro perfume para ungir los pies de Jesús. Sorprendido aquel fariseo por la intromisión de aquella mujer pecadora en su casa atreviéndose a llegar hasta los pies de Jesús murmuraba en su interior pensando que si Jesús supiera quien era aquella mujer la hubiera despedido. Pero Jesús no la despidió sino que la acogió con sus lágrimas enseñándonos que en aquella mujer aunque pecadora había mucho amor y merecía el perdón y la paz para su corazón.
Ahora vienen acusando a esta adúltera y diciendo que la ley de Moisés mandaba apedrearlas hasta la muerte, y querían ver cuál era la reacción y la decisión de Jesús, a ver si se atrevía a ponerse enfrente de la ley de Moisés. Pero en Jesús está por encima de todo el amor y el perdón. Jesús nos enseña a que nunca podemos juzgar ni condenar, sino que siempre el amor tiene que llenar nuestro corazón de comprensión y primero hemos de mirarnos nosotros en nuestro interior a ver si somos tan justos que podemos tirar la primera piedra. Fue la respuesta de Jesús. ‘El que esté sin pecado que tire la primera piedra’. Ya sabemos cómo todos fueron desfilando.
Cuánto tenemos que aprender de Jesús. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y para condenar  si también nosotros somos pecadores y merecedores del juicio y de la condena? Cuando amamos de verdad, y eso es lo que nos enseña Jesús como nuestro distintivo, siempre tenemos que estar abiertos a la comprensión y al perdón.
Nuestra mano siempre tiene que estar dispuesta a levantar no a hundir; nuestro corazón tiene que estar siempre abierto para un acoger generoso nunca para despreciar ni para discriminar; nuestra palabra tiene que ser siempre la palabra amable y cariñosa de la comprensión y del ánimo y nunca la del juicio ni la de la condena; nuestros gestos y actitudes tienen que ser siempre signos que manifiesten nuestros deseos de paz y de convertirnos en constructores de cosas buenas y nunca podemos tener gestos o actitudes que destruyan y que hundan en abismo de la condena a los que estén a nuestro lado.
Son los gestos, las palabras, las actitudes, las miradas, las manos de Jesús siempre llenas de bondad y de generosidad para el perdón; porque Jesús quiere seguir prolongando su amor a través de nosotros hoy y la Iglesia tiene que ser siempre la Iglesia de la misericordia, y los cristianos tenemos que ser siempre los que somos clementes, misericordiosos y comprensivos como lo es el corazón de Dios al que tenemos que parecernos.
Es la lección del amor que hoy Jesús quiere darnos. ¿Aprenderemos la lección y tendremos esas actitudes nuevas en nuestro corazón?

domingo, 6 de abril de 2014

Una invitación a la fe, a la vida y la resurrección y a cantar siempre la gloria del Señor



Una invitación a la fe, a la vida y la resurrección y a cantar siempre la gloria del Señor

Ez. 37, 12-14; Sal. 129; Rm. 8,  8-11; Jn. 11, 1-45
Todo en este quinto domingo de Cuaresma es una invitación a la fe, una invitación a la vida y la resurrección, un buscar siempre y en todo la gloria de Dios. Jesús es el agua viva, es la luz del mundo y es la resurrección y la vida. Son los mensajes que en estos tres domingos centrales de la Cuaresma hemos venido escuchando y se concluye con la proclamación que hoy nos hace Jesús en sus palabras y en la resurrección de Lázaro.
Con todo detalle nos lo describe el evangelista. Desde la enfermedad de Lázaro que le anuncian sus hermanas a Jesús, pero luego tras su muerte la llegada de Jesús a Betania con los hermosos diálogos entre Jesús y Marta primero y luego también con María, las hermanas de Lázaro, para concluir sacando a Lázaro del sepulcro.
Ya Jesús, cuando le llega la noticia de la enfermedad de Lázaro, dirá que todo ‘servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella’. Y cuando al final Marta replique que ya lleva cuatro días  enterrado, le dirá: ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria  de Dios?’
Por medio está siempre presente una invitación a la fe. A los discípulos les dice, cuando por fin decide ir a Judea y en la dudas que surgen en ellos por el temor a lo que le pueda pasar pero también por las palabras y expresiones que emplea hablando de la muerte como de un sueño, ‘Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis’.
Será luego la hermosa confesión de fe de Marta a la llegada de Jesús tras la afirmación de Jesús de que El es la resurrección y la vida, ‘el que cree en mi, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’. Y le pregunta a Marta, que ya había expresado su fe en la resurrección del último día, ‘¿crees esto?’; a lo que Marta contestará: ‘Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.
Ahí tenemos esa invitación a la fe y a la vida. ‘Para que creáis’, nos dice también el Señor allá en lo hondo de nuestro corazón; para que se manifieste la gloria de Dios, porque en la resurrección de Lázaro se nos está anunciando ya el cercano misterio pascual que vamos a celebrar; es anuncio de vida y de resurrección. La propia resurrección de Lázaro en cierto modo provocó y aceleró los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, porque cuando los dirigentes judíos ven cómo la gente se va tras Jesús después de tan extraordinario acontecimiento, ya buscarán la manera de acabar pronto, como veremos más adelante en el evangelio. Pero hemos de reconocer también que es anuncio de vida y de resurrección para cuantos creemos en Jesús.
‘Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros’, escuchábamos al profeta en la primera lectura. ‘Os infundiré mi espíritu y viviréis’, continuaba diciéndonos. Y al apóstol san Pablo le escuchamos decirnos: ‘Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros’.
Nos habla, no lo podemos negar, del artículo de nuestra fe en la resurrección de los muertos al final de los tiempos; pero nos está hablando también de que en la medida en que nos unimos a Jesús - y ahí está nuestra participación en el misterio pascual de Cristo en virtud de los sacramentos - y si vivimos unidos a Jesús por  la fuerza del Espíritu esa resurrección se va realizando cada día en nosotros porque nos va arrancando de cuanto de muerte hay en nuestra vida.
Es lo que tenemos que reconocer; es en lo que tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. Cuando ahora estamos hablando de muerte, no solo nos estamos refiriendo a ese momento final de nuestra vida terrena, sino cuanto de muerte hay en la realidad de nuestra vida y cuanto de muerte vamos dejando que se introduzca en nuestra vida.
Podemos pensar en nuestras dolencias, limitaciones y enfermedades que de alguna manera merman esa vida física de nuestro cuerpo, pero que nos afectan a todo nuestro yo, pero podemos pensar en nuestras tristezas, nuestras depresiones, nuestros desencantos, nuestras soledades, nuestras carencias de amor que nos hacen vivir sin vivir, sin alegría y sin esperanza. Situaciones que nos afectan a nuestro espíritu y a nuestra calidad de vida, que nos limitan y nos impiden vivir con intensidad nuestro ser.
Muerte es para tantos la pobreza y las carencias materiales en que viven, las esclavitudes a que se ven sometidos cuando sus vidas son manipuladas por los poderosos, la marginación y los desprecios que tienen que soportar, la falta de oportunidades en la vida para crecer como personas y para desarrollar todas sus capacidades. Muerte es el vacío de valores que contemplamos en muchos en nuestra sociedad y que nos puede contagiar, la falta de sensibilidad, las pocas aspiraciones a metas altas y espirituales que nos den grandeza, el materialismo con que se vive en la vida, el consumismo que nos esclaviza, el conformismo que nos hace caer en la rutina y la indiferencia.
Y muertes terribles que no tendríamos que dejar meter en nuestra vida pero que desgraciadamente son una realidad muy terrible en muchos corazones es la falta de amor, la falta de capacidad de amar o más bien muchas veces la capacidad de engendrar odio y mantener resentimientos; muertes son nuestros orgullos y rivalidades, nuestras envidias y desconfianzas, la poca capacidad para comprender y perdonar, la dureza del corazón que tendríamos que transformar. Y muerte terrible es la falta de fe y de esperanza que hace vivir a tantos sin Dios y sin trascendencia en la vida.
Es dura nuestra realidad de muerte pero hay algo en lo que tenemos que confiar: Cristo viene a nuestro encuentro para hacernos salir de ese sepulcro de muerte en el que hemos metido nuestra vida con el pecado. ‘Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros’, como escuchábamos al profeta. ‘Os infundiré mi espíritu y viviréis’. El es nuestra resurrección y nuestra vida y si ponemos nuestra fe en El nos hará vivir para siempre sacándonos de ese sepulcro de muerte.
Que se manifieste la gloria del Señor porque en verdad nos dejemos transformar por el  Espíritu de Dios que habita en nuestros corazones. Que en verdad seamos capaces de hacer una valiente confesión de fe, como le hemos escuchado hoy a Marta, creyendo en verdad en Jesús como nuestro Mesías y nuestro Salvador, nuestra resurrección y nuestra vida. ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ le decía Jesús a Marta. Queremos mantener viva nuestra fe en Jesús y que se manifieste la gloria del Señor porque vayamos saliendo de nuestros sepulcros, de tanta muerte como dejamos meter en nuestra vida.
Que resplandezca la vida nueva de Jesús en nosotros y sintamos su fortaleza y su gracia en todas esas situaciones en que nos vamos encontrando en la vida y que nos pueden producir dolor y muerte. Que no se merme nunca nuestra esperanza. Que aspiremos a los bienes del cielo y llenemos en verdad de trascendencia nuestra vida. Que no nos dejemos arrastrar nunca por ese materialismo que nos corta las alas para volar bien alto en la nueva libertad de los hijos de Dios. Que vivamos siempre con la gracia divina que nos llena de la vida de Dios y podamos así recorrer los caminos de plenitud del amor. Que con nuestra vida santa cantemos siempre la gloria del Señor.