jueves, 10 de abril de 2014

Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre



Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre

Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-59
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Los judíos no entienden lo que Jesús les quiere decir; no terminan de conocer a Jesús. Aunque Jesús trata de explicarles ellos se hacen sus interpretaciones y no quieren aceptar lo que Jesús realmente nos está ofreciendo. Al final incluso querrán apedrearlo; lo han llamado endemoniado y blasfemo. Es necesario que se despierte la fe en el corazón.
Queremos nosotros escuchar a Jesús y guardar su Palabra porque queremos en verdad llenarnos de su vida. ¿Qué nos querrá decir Jesús? El ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia nos dirá en otro momento. Pero en nuestros oídos aun resuenan las palabras del diálogo de Jesús y Marta cuando la muerte y la resurrección de Lázaro. Jesús le pedía fe a Marta para que creyera y aceptara que Jesús es la resurrección y la vida y a quienes creemos en El quiere darnos vida para siempre. Aun recordamos sus palabras: ‘El cree en mí vivirá para siempre, aunque haya muerto vivirá’.
También allá en la sinagoga de Cafarnaún nos había dicho que el que le coma tendrá vida para siempre. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’, nos decía entonces. ‘El que coma de este pan, vivirá para siempre’, continuaba entonces diciéndonos.
Hoy nos está diciendo que hemos de guardar su Palabra, y quien guarda su palabra no sabrá lo que es morir para siempre. Por eso decíamos que queremos escuchar a Jesús, queremos poner toda nuestra fe en Jesús, para seguirle y se su discípulo, como ayer escuchábamos también.
Es muy importante todo esto que estamos escuchando y ahora reflexionando, porque se trata de despertar nuestra fe y vivirla con toda intensidad. No como un adorno que ponemos en nuestra vida, sino haciendo que todo lo que hacemos y vivimos lo hagamos desde el sentido de esa fe. No es una envoltura que pongamos externamente sino que es algo profunda que ha de empapar plenamente nuestra vida. Y eso significará que entonces nos dejaremos conducir por esa Palabra de Jesús. Iremos confrontando todo lo que hacemos con lo que nos dice Jesús para hacerlo, no a nuestra manera, sino conforme al sentido de Jesús, conforme Jesús nos enseña en el evangelio.
Estos días finales ya casi de la Cuaresma, donde hemos ido dando unos pasos, donde nos hemos dejado conducir por lo que cada día el Señor nos ha ido indicando en su Palabra, ahora es el momento de intensificar con más fuerza esa reflexión sobre nuestra vida dejándonos iluminar de verdad por la Palabra de Dios. Lo que vamos a celebrar bien merece ese esfuerzo de revisión, de superación, de crecimiento espiritual que queremos hacer.
No olvidemos que Jesús nos dice que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida. Queremos seguir su camino y en eso nos empeñamos desde nuestra condición de creyentes; queremos encontrarnos con esa verdad de Jesús que nos da sentido y valor a todo lo que hacemos, pues El es la verdad absoluta de nuestra vida; y queremos vivir su vida plantando su Palabra en nosotros,  escuchándola y convirtiéndola en norma y sentido de nuestro existir.
Por eso acudimos con hambre de Dios, con verdadera sed de su gracia en estos días a los sacramentos, porque sabemos que ahí está la fuente de la gracia, la fuente de la vida eterna que Jesús nos ofrece y regala. Venimos a la Eucaristía para escuchar la Palabra de Dios y para comer a Cristo porque sabemos que así nos llenamos de su vida; pero acudimos también al Sacramento de la Penitencia donde vamos a recuperar esa gracia y esa vida que hemos perdido a causa de nuestro pecado.
Hemos de prepararnos bien para ese acercamiento a los sacramentos y con verdaderos deseos acudimos a ellos, como fuente de gracia que son para nosotros. Si no recibimos los sacramentos, podemos hacer muchos actos piadosos estos días, participar si queremos en muchas procesiones, pero no estaremos llenándonos de la gracia del Señor, no estaremos viviendo con toda profundidad y sentido la salvación que el Señor nos ofrece y por lo que ha muerto en la cruz por nosotros. Guardemos de verdad su palabra que no sepamos lo que es morir para siempre, para que podamos alcanzar la vida eterna que Jesús quiere darnos.

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