martes, 8 de abril de 2014

Miramos a lo alto de la cruz de Jesús para reconocer al Hijo de Dios que muere por nosotros y nos regala la salvación



Miramos a lo alto de la cruz de Jesús para reconocer al Hijo de Dios que muere por nosotros y nos regala la salvación

Núm. 21, 4-9; Sal. 101; Jn. 8, 21-30
‘¿Quién eres tú?’, le preguntaban los judíos a Jesús confundidos y muchas veces llenos de dudas. Veían sus obras, escuchaban sus enseñanzas, había cosas que les llenaban de esperanza el corazón, pero había momentos en que les costaba entenderle y se les hacía difícil poner su fe en El.
Ahora les habla de su marcha y de una búsqueda; les dice que adonde va no pueden seguirle; les habla de su origen divino, pero como no quieren aceptarlo morirán a causa de su pecado. Finalmente les habla de que va a ser levantado en alto y entonces sí podrán entender quién es El. ‘Cuando levantéis al Hijo del hombre en alto, sabréis quien soy…’ Algunos lo van a aceptar y creer, pero otros se resistirán. Pero al mismo tiempo Jesús les habla de su seguridad y confianza porque no se sentirá abandonado por quien lo ha enviado. ‘El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada’. Manifiesta una vez más que El viene a hacer la voluntad del Padre. 
También en nuestro interior algunas veces podemos llenarnos de dudas y nuestra fe se puede debilitar. También nosotros somos invitados a mirar hacia lo alto para contemplarle a El, levantado en lo alto de la cruz, como le vamos a contemplar de manera especial en los próximos días de pasión que se acercan. Pero tenemos que saber acercarnos a la cruz de Jesús con verdadera fe. Vamos a contemplar y celebrar un misterio de salvación. No vamos a contemplar meramente un espectáculo; si fuera así y nos quedáramos en eso denotaría nuestra pobreza espiritual y empobreceríamos lo que vamos a celebrar.
Nos ayuda a comprender el misterio de salvación que vamos a celebrar lo que también hemos escuchado en la primera lectura. Refleja nuestras dudas y rebeldías, pero nos enseña a descubrir el signo con su significado verdadero de la cruz salvadora de Jesús.
Nos hablaba la lectura del duro peregrinar del pueblo de Dios por el desierto en su camino hacia la tierra prometida; pero se les hacía duro el camino y se llenaban de dudas y de rebeldías en su interior. Es lo que sucede en el relato escuchado. Las serpientes venenosas los atacan - ¿un castigo divino? ¿una prueba? - y Moisés levanta en alto en medio del campamento como un estandarte una serpiente de bronce. Quienes contemplen el signo y sean capaces de reconocer su rebeldía y su pecado, se salvarán.
No vamos nosotros a mirar un estandarte de este tipo, porque no será una serpiente de bronce nuestra salvación. Pero Jesús nos dice que el Hijo del Hombre de ser levantado en algo, como  Moisés levantó la serpiente en el desierto. Ahora nosotros miramos a Jesús clavado en la cruz, levantado en alto, porque en Jesús sí está la salvación. A El vamos a acudir desde nuestro pecado, desde nuestras dudas y hasta desde nuestra falta de fe, desde nuestras rebeldías pero para reconocer que solo en Jesús es donde podemos encontrar la salvación. A El vamos a acudir humildes como el único Salvador de nuestra vida. Levantado en lo alto de la cruz por amor se va a entregar por nosotros para ser nuestro Redentor. De esa salvación nosotros queremos llenar nuestra vida.
Es el misterio que vamos a celebrar que no es un misterio cualquiera. No es un espectáculo lo que vamos a contemplar sino el  amor infinito de Dios que se nos manifiesta en Jesús que nos salva, que nos redime, que nos alcanza el perdón, que nos llena de paz, que nos inunda con su salvación. Queremos nosotros acudir con fe a Jesús; queremos hacer florecer todo nuestro amor, porque nos alimentamos de su amor y así crecerá nuestra fe.
Acudimos a Jesús y sabemos que en los Sacramentos tenemos toda  esa gracia redentora de Cristo, porque queremos llenarnos de su gracia, alcanzar su perdón y acudimos humildes al sacramento de la Penitencia que nos reconcilie con Dios en virtud de la Sangre redentora de Cristo. Con verdaderos deseos de paz y de salvación acudimos humildes a confesar nuestros pecados, sabiendo que tenemos asegurada la misericordia del Señor. En El ponemos toda nuestra fe, porque sabemos bien quién es, es nuestra vida y nuestra salvación. Miramos a lo alto de la cruz de Jesús y reconocemos en El al Hijo de Dios que muere por nosotros para regalarnos la salvación.

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