sábado, 8 de febrero de 2014

No temamos irnos con Jesus cuando El quiera llevarnos a ese sitio tranquilo y apartado de la oracion



No temamos irnos con Jesús cuando El quiera llevarnos a ese sitio apartado y tranquilo de la oración

1Reyes, 3, 4-13; Sal. 118; Mc. 6, 30-34
‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco… y se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado…’ Fue a la vuelta de aquel envío que había hecho de los doce de dos en dos ‘cuando ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían a los enfermos con aceite y los curaban’.
Ahora quiere llevarlos a un sitio tranquilo y apartado.  Para descansar, para estar con él. ¿Qué hacemos cuando nos vamos a descansar a un sitio tranquilo con los amigos o con la familia? No vamos a trabajar, para simplemente a estar; vamos a tener tiempo para convivir y para charlar, simplemente para disfrutar de la presencia y de la compañía de aquellos a los que queremos.
No hay programas concretos, sino simplemente estar. Y estando juntos se comparten muchas cosas, se habla de todo y se entra en cierta confianza e intimidad, da oportunidad para conocernos mejor y para aprender a querernos más. ¿Es una pérdida de tiempo? De ninguna manera podemos pensar eso, a pesar de que vivimos en un mundo de prisas y carreras;  pero es necesario detenerse, simplemente para estar, para charlar, para convivir.
Es  lo que Jesús quiere hacer con sus discípulos, a la vuelta de aquella tarea y misión que les había confiado. Cuando llegaron ‘y volvieron a reunirse con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y enseñado’. Ahora no iban para ninguna enseñanza especial; en otros momentos dirá el evangelio que los tomó aparte para irles instruyendo por el camino; ahora simplemente dice que los llevó con ellos para descansar. De cuántas cosas hablarían y cuántas cosas compartirían.
¿No será eso lo que el Señor quiere hacer también con nosotros? ¿No será eso también el sentido que ha de tomar nuestra oración? Estar con Jesús, disfrutar de su presencia y de su compañía; creemos muchas veces que nuestra oración es estar siempre pidiéndole cosas; también tendremos que hacerlo, pero no es solo eso la oración.
Tenemos que aprender a ir a estar con Jesús, a darle ese sentido a nuestra oración. Estamos con El y nos gozamos de su presencia; por ahí tendríamos que empezar siempre cuando nos queremos poner en oración,  saber que estamos en su presencia, que nos sentimos en su presencia y disfrutar de su presencia. Y saldrá luego espontánea nuestra oración, porque le contaremos pero también le escucharemos porque El tendrá también muchas cosas que contarnos y que solo las podemos escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos, en nuestro corazón si así sabemos estar con El.
O simplemente estaremos, aunque sea en silencio en su presencia, porque en ese silencio quizá se hable mucho más que con palabras.  Como nos suele pasar en la vida cuando estamos al lado de los que amamos y queremos. No hacen falta palabras para  sentir el amor de quien nos ama o para mostrarle nuestro amor.
Entonces sí que saldremos confortados de nuestra oración, llenos de Dios, inundados de su gracia. Nos sentiremos en verdad renovados, nuevos, con nueva vitalidad, con nuevos ojos para mirar a nuestro alrededor, con un corazón rejuvenecido para amar de un modo nuevo. Es lo que les sucedió en aquella ocasión. Estaban en aquel lugar tranquilo y apartado y pronto vieron a su alrededor que había mucha gente hambrienta de Dios. ‘Vio una multitud y le dio lastima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Pero creo que hemos de reconocer que no solo fue Jesús el que vio a aquella multitud, sino que la vieron los discípulos también y la verían también con una nueva mirada, como la mirada de Jesús. Así nos sucederá cuando estemos de esa manera con Jesús, que comenzaremos a tener esa nueva mirada. No temamos irnos con Jesús cuando El quiera llevarnos a ese sitio apartado y tranquilo de la oración. Dejémonos inundar de su presencia  y de su amor. Merece la pena.

viernes, 7 de febrero de 2014



El Espíritu del Señor nos dé fuerza para arrancarnos de ese torbellino de la tentación que  nos lleva al pecado

Eclesiástico, 47, 2-13; Sal. 17; Mc. 6,14-29
Como hemos venido escuchando al seguir el relato del evangelio de Marcos ‘la fama de Jesús se había ido extendiendo’ y la gente, al ver las obras de Jesús pero también al escuchar sus palabras que les enardecían por dentro, y que al mismo tiempo les abrían a la esperanza de algo nuevo que llegaba, se preguntaba sobre Jesús. ‘No hemos visto cosa igual’, decían en ocasiones, y pensaban que un profeta había aparecido en medio de ellos. ¿Era Elías que volvía? ¿Era Juan Bautista que había resucitado?
Era lo que se preguntaba Herodes también, pues la conciencia no la tenía tranquila. ‘Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado’, se decía. El evangelista ha hecho esta introducción sobre lo que la gente se preguntaba o pensaba de Jesús, para introducirnos en el martirio de Juan, que nos narra con todo detalle. Lo hemos escuchado.
Una espiral de maldad y de muerte podríamos decir que es su descripción. Y es lo que nos puede suceder cuando dejamos introducir el mal en nuestro corazón. Quizá comenzamos aflojándonos un poquito en cosas que no nos parecen importantes, pero una cosa nos lleva a la otra y caemos y nos enrollamos en esa espiral de muerte.
Es curioso que el evangelista nos diga que ‘Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y hasta lo defendía’. Pero no escuchaba a Juan sino se dejaba arrastrar por la pasión que le conducía al mal. Juan le decía que no le era lícito hacer lo que estaba haciendo, que era inmoral aquella forma de vivir en la que se había casado con Herodías que era la mujer de su hermano Felipe, pero se hacía oídos sordos a la palabra que le señalaba aquello que tenía que corregir en su vida. Cuantas veces nos pasa que nos hacemos oídos sordos cuando nos señalan algo que no estamos haciendo bien. Por medio estaba el odio de quien no quería reconocer la vida de pecado en que vivía. ‘Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio y no acababa de conseguirlo’.
Ya hemos escuchado como llegó la ocasión y la debilidad de un hombre que se creía poderoso condujo a la muerte de Juan. Reconocer nuestras debilidades es un buen momento para emprender el camino que nos corrija de nuestros errores. Pero el orgullo, como los afanes de grandeza de Herodes que se creía poderoso, el amor propio o los respetos humanos nos ciegan tantas veces y seguimos cayendo por esa pendiente del pecado.
Nos sería muy fácil en nuestro comentario quedarnos en condenar a Herodes por su depravación y vida de pecado. Pero cuando  nosotros escuchamos la Palabra de Dios tenemos que saber escuchar lo que el Señor quiere decirnos, cómo quiere iluminarnos en nuestra vida, porque también tenemos nuestras oscuridades y debilidades. Tenemos que aprender a abrir bien los oídos del alma para escuchar al Espíritu del Señor que nos habla en nuestro interior, y al que muchas veces no terminamos de hacer caso. Por eso nos es necesario el escuchar con atención, con espíritu de fe la Escritura Santa que va iluminando nuestra vida y así poco a poco iremos corrigiendo nuestros errores, fortaleciéndonos frente a nuestras debilidades, sintiendo la gracia de Dios en nuestra alma para superar la tentación y el pecado y en verdad lleguemos a vivir una vida santa.
Sintamos desde la fe cómo Jesús llega a nuestra vida y viene como Salvador que nos quiere hacer resucitar de nuestra vida de muerte y de pecado. Quizá podríamos decir, bueno, no somos tan malos; hay, es cierto, algunos tropiezos y debilidades en nuestra vida, pero quizá no son tan grandes ni importantes. Ya decíamos antes como la pendiente que nos lleva al pecado es bien resbaladiza y cuando comenzamos a bajar por ella, luego nos costará pararnos, detenernos y todo se puede convertir en esa espiral en que cada vez nuestras debilidades se pueden hacer más grandes, la frialdad y la indiferencia se nos pueden meter en el corazón y al final terminamos en las sombras del pecado.
Es la vigilancia que el cristiano siempre ha de tener en su vida. No es solo que repitamos cada día en el padrenuestro ‘no nos dejes caer en la tentación’, sino que nosotros hemos de saber evitar esa ocasión que nos conduzca a la tentación y al pecado. Pedimos, sí, la ayuda y la gracia del Señor pero poniendo de nuestra parte todos los medios para evitar la ocasión de pecado. Que el Espíritu del Señor nos dé fuerza para arrancarnos de ese torbellino de la tentación y vivamos con gozo siempre la gracia del Señor.

jueves, 6 de febrero de 2014



Somos enviados a sanar los corazones desgarrados poniendo el bálsamo y el ungüento de nuestro amor

1Reyes, 2, 1-4.10-12; Sal. 1Cro. 29, 10-12; Mc. 6, 7-13
‘Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban’. Jesús había escogido a los Doce y los envió con su misma misión. ‘Los fue enviando de dos en dos’, nos dice el evangelista.
¿Cuál era la misión de Jesús? ¿Qué es lo que le hemos visto hacer? Anunciar el Reino de Dios que llegaba. Fue su primer anuncio y luego fue dándonos las señales de cómo se hacía presente ese Reino de Dios. Primero era la conversión del corazón. Había que darle la vuelta al corazón, a la vida, que eso significaba la conversión. Si creemos en ese Reino nuevo que Jesús anuncia significa que tenemos que cambiar. Es algo nuevo, es una nueva forma de vivir. Fue su palabra y ahora era la palabra de los enviados, la palabra de los apóstoles.
Pero si el Reino de Dios se iba manifestando el mal tenía que desaparecer. Si decimos que Dios es nuestro Rey, nuestro único Señor, no podemos adorar a dos dioses, luego el mal tenemos que quitarlo de nuestra vida. Y eso se va manifestando en señales que hemos de dar. No podemos dejarnos dominar por el maligno; no podemos sucumbir ante la tentación; ese mal tenemos que arrancarlo de nuestra vida. Son las señales que se van manifestando en los milagros que va haciendo. Nos habla, y lo hemos visto en páginas anteriores del evangelio, de cómo expulsaba a los demonios, a los espíritus malignos. Es el poder que ahora les da a sus enviados, a los apóstoles.
Pero las señales del Reino de Dios hemos de manifestarlas en lo bueno que hagamos, en el amor con que amemos. Más tarde le escucharemos que nos dirá que el amor es nuestro distintivo y que ése es su único mandamiento. Ahora le vemos hacer las señales del amor cuando cura a los enfermos, los libera del mal de sus enfermedades. Y es lo que les manda hacer también a sus enviados. Por eso ahora nos dice el evangelista que ‘ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban’.
Y todo eso se va a realizar no desde ningún poder humano, sino desde la gracia del Señor. Por eso lo envía desprendidos de todo. No son los apoyos humanos los que van a realizar el anuncio del Reino de Dios. Es la fuerza de la gracia. Por eso les dirá ‘que llevaran para el camino un bastón y nada más, ni pan en la alforja ni dinero suelto en el bolsillo; que llevasen sandalias para el camino, pero no una túnica de repuesto’. Han de ir con la riqueza de la generosidad del corazón, con su desprendimiento; y han de ser acogidos allá donde encuentren igualmente corazones generosos. ‘Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio’, les dice. Es un mundo nuevo, con un estilo nuevo, el que se va creando en torno a Jesús.
¿Daremos nosotros esas señales del Reino de Dios que se hace presente, que tiene que hacerse presente y realidad en nuestra vida? Hemos de darlas por una parte como respuesta de que escuchamos la Palabra del Señor y convertimos nuestro corazón a El. Entonces si  respondemos queriendo vivir en verdad el Reino de Dios el mal ha de desaparecer de nuestro corazón.  Ha de brillar en nosotros una vida santa, una vida lejos del pecado, que hemos arrancado totalmente de nuestra vida. Y ha de brillar entonces en nosotros el amor. Y nuestro amor a los demás tendrá que llevarnos siempre a curar todo sufrimiento del corazón del hermano. Cuánto podemos hacer con nuestro amor.
Pero además hemos de dar señales de ese Reino de Dios porque nosotros somos también enviados. También nosotros tenemos que hacer anuncio del nombre de Jesús en quien está la salvación; también nosotros con nuestra palabra y con nuestra vida tenemos que anunciar el Reino de Dios. También somos enviados a curar, a sanar los corazones desgarrados de cuantos sufren a nuestro lado poniendo el bálsamo y el ungüento de nuestro amor. Y si amamos de verdad nunca haremos sufrir a nadie, siempre tenemos que ser el buen samaritano que cure las heridas de los que vamos encontrando en el camino. Cuánto podemos y tenemos que hacer con nuestro amor.

miércoles, 5 de febrero de 2014



Que el Espíritu nos ilumine el corazón para poner toda nuestra fe en Jesús, como nuestro Salvador

2Sam. 24, 2.9-17; Sal. 31; Mc. 6, 1-6
Admiración, sí, por una parte, pero también desconfianza, que se traducirá finalmente en una falta de fe. Así podríamos resumir en pocas palabras la actitud de las gentes de Nazaret ante la presencia y la palabra de Jesús. Terminará diciéndonos el evangelista que ‘se extrañó de su falta de fe’.
Vuelve Jesús a su tierra, Nazaret, ‘en compañía de sus discípulos’. Y como venía haciendo allá por donde iba, ‘cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga’. El evangelista Lucas es más explícito en lo que fue la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Fuera una cosa u otra, era el anuncio del Reino de Dios lo que Jesús hacía. Y como había sucedido en otros lugares ‘la multitud que lo escuchaba estaba asombrada’.
Pero el asombro y la admiración aquí tienen una connotación especial. Allí se había criado Jesús. Era el hijo del carpintero; por allí andaban sus parientes - sus hermanos, como era la expresión que se empleaba para referirse a la familia -; todos lo conocían. Por eso su asombro era preguntarse de donde sacaba Jesús toda aquella sabiduría con que les enseñaba. Quienes lo habían visto allí de niño y juntos habían crecido y madurado, ahora se preguntan también por los milagros que hace. No terminan de entender. Lo resume el evangelista: ‘Desconfiaban de El’.
A nosotros nos puede parecer extraño esa actitud y esa reacción, porque nosotros ya siempre vemos a Jesús como el Hijo de Dios que es nuestro Salvador; y aunque sabemos que es hombre verdadero, no quitamos de nuestra mente lo que es nuestra fe para reconocer en Jesús también al Hijo de Dios. Pero aquellas gentes solamente veían lo que tenían delante de sus ojos; a Jesús lo habían conocido de siempre, como el hijo del carpintero que también en su juventud y hasta hace poco realizaba también ese trabajo y profesión. Les cuesta entender; les cuesta ir más allá para abrir los ojos a la fe y descubrir realmente quién es Jesús. Por eso surge esa desconfianza que se traduce en falta de fe.
Abrir los ojos de la fe a veces a nosotros también nos cuesta. Hacer trascender nuestra vida para ir más allá de lo que ven los ojos de la cara no siempre es fácil. Llegar a una fe madura que sienta admiración por el misterio pero que llene también de confianza el corazón para descubrir y sentir la presencia de Dios con nosotros hay ocasiones en que se nos puede hacer difícil. Muchas veces queremos darnos explicaciones o encontrar explicaciones para todo. Y pueden surgir preguntas en nuestro interior para las que no encontramos fácil respuesta.
Y, o nos hacemos crédulos para ciegamente dejarnos llevar por explicaciones maravillosas, o nos cerramos en banda ante ese misterio maravilloso de Dios  y se cierran entonces los ojos de la fe. Y hemos de saber encontrar el camino para esa fe madura, que profundizando en el evangelio nos haga comprender desde la fe ese misterio del Dios que llena y que inunda nuestra vida y que nos hace comprometernos en un camino nuevo de fe y de amor. Un camino que pasa por Jesús y su evangelio; un camino que no nos hace caminar como ciegos sino que nos ayuda a darle una mayor profundidad a nuestra vida;  un camino que no se queda en cosas mágicas y misteriosas desde una religiosidad que está poco fundamentada en la Buena Nueva de Jesús.
Hay mucha gente que se dice espiritual y que utiliza incluso signos religiosos cristianos - como puedan ser el agua bendita, la cruz o las imágenes religiosas -, pero cuya espiritualidad está muy lejos del sentido de Jesús y la verdadera salvación que Jesús viene a ofrecernos. No son esos signos religiosos cristianos para utilizarlos de esa manera mágica como algunos quieren hacer, sino que siempre tendrán que hacer referencia al misterio de Cristo y al misterio de la gracia que llega a nuestra vida por los sacramentos.
Necesitamos leer mucho el evangelio para poder impregnarnos de la verdadera espiritualidad de Jesús, porque no son fuerzas extrañas las que dominan nuestra vida, sino que de quien tenemos que dejarnos guiar es del Espíritu Santo que nos prometió Jesús, que nos hará conocer la verdad plena de Dios y todo el misterio de Cristo, y que nos hará caminar por los verdaderos caminos de la santidad y de la gracia de Dios. Tenemos que darle verdadera profundidad cristiana, y decir cristiana es decir desde el sentido de Cristo, a toda nuestra vida.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine el corazón para que lleguemos en verdad a reconocer a Jesús como nuestro Señor, a poner toda nuestra fe en El, y a seguir siempre los caminos del evangelio.

martes, 4 de febrero de 2014



Cercanía de Jesús, encuentro vivo con Jesús y en El por la fe encontraremos siempre vida

2Sam. 18, 9-10.14.24-25.30 - 19, 3; Sal. 85; Mc. 5, 21-43
Cercanía, encuentro personal, sufrimiento, dolor, enfermedad, muerte, vida, fe, confianza absoluta. Son casi como una lluvia de palabras a subrayar o de pensamientos que surgen al escuchar este texto del evangelio y que tanto podrán ayudarnos en nuestra vida. Fijémonos con detalle en el texto que se nos ha proclamado.
‘Jesús llegó de nuevo a la otra orilla y se le reunió mucha gente a su alrededor’. Hasta Jesús se acerca un hombre traspasado por el dolor pero con una confianza total en Jesús; era el jefe de la sinagoga, Jairo, que tenía una hija gravemente enferma. ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva’, le suplica lleno de fe. ‘Y Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba’.
En medio de esa gente una mujer también con sus padecimientos pero con una confianza grande en la salud que podía encontrar en Jesús. ‘Pensaba que con solo tocarle el manto por detrás curaría’. Y así fue. Pero Jesús quiso tener un encuentro personal y directo. ‘¿Quién me ha tocado el manto?’ Por allá están los discípulos que no entienden la pregunta del maestro. ‘Ves como te apretuja la gente y preguntas ¿Quién me ha tocado?’ No eran solo los apretujones de la gente. Había sido algo distinto. ‘Jesús había notado que había salido fuerza de El… y la mujer se acerca asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado’. Ella ya se sentía curada, pero pensaba quizá que todo quedaría en el anonimato. Lo confesó todo, pero recibió la alabanza de Jesús. ‘Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’.
Pero la escena continúa y para cuando llegan a casa del jefe de la sinagoga  la niña ya ha muerto. ‘¿Para qué molestar más al maestro?’ le anuncian a Jairo. Pero allí está  la palabra de Jesús para sostener la fe y la esperanza de aquel hombre. ‘No temas, le dice Jesús, basta que tengas fe’. Seguimos contemplando la cercanía de Jesús atento a las inquietudes y dudas que nos puedan surgir para ayudarnos a mantener siempre viva nuestra fe. Alabó la fe de aquella mujer que con tal confianza se había acercado a El esperando la salud y lo único que le pide ahora a Jairo es que mantenga viva esa fe, aunque pudieran aparecer los nubarrones de la muerte.
‘La niña no está muerta, está dormida’, le dice a los que ya lloran la muerte de la niña. No entienden sus palabras pero Jesús viene para despertarnos a la vida, para despertarnos a la fe que nos hará tener una nueva vida. Se acerca a la niña, acompañado solo de los padres y los tres discípulos a los que ha invitado a acompañarle, y la toma de la  mano. ‘Talitha qumi, le dice, contigo hablo, niña, levántate’. Y la niña se levantó ‘Y se quedaron viendo visiones’, dice el evangelista.
Cercanía de Jesús, encuentro vivo con Jesús y en El encontraremos siempre vida. Muchos serán los sufrimientos o mucha será el mal o la muerte que hemos dejado introducir en nuestra vida, pero si con fe nos acercamos a Jesús nos va a llenar siempre de vida. Nos podemos sentir temerosos o abrumados muchas veces a causa de ese mal y de ese pecado de nuestra vida, pero tiene que estar al mismo tiempo la confianza total en Jesús porque siempre sentiremos el calor de su amor. ‘Tu fe te ha curado’, le dijo a la mujer de las hemorragias; ‘basta que tengas fe’, le dice ahora a Jairo. Tratemos de escuchar sus palabras y sentiremos su amor que despierta nuestra confianza. Nos lo dice también a nosotros. Y nos llenaremos de vida; y llegará la salvación a nuestra vida.
Nos acercamos nosotros a Jesús, vamos como Jairo o como aquella mujer buscando la salud, deseando la salvación, pero es Jesús el que va a detenerse junto a nosotros para hacernos llegar su palabra, para afianzarnos fuertemente en nuestra fe, para tocar nuestra vida con su gracia y transformarnos totalmente llenándonos de vida nueva. Qué viva y qué intensa tiene que ser nuestra oración; con qué fe hemos de acudir a El; con qué seguridad nos sentimos que vamos a ser escuchados.
Demos gracias a Dios por nuestra fe, esa fe que nos salva y nos llena de vida.

lunes, 3 de febrero de 2014

Aprender a amar de verdad para no dejarnos poseer nunca por las cosas



Aprender a amar de verdad para no dejarnos poseer nunca por las cosas y ser capaces de darnos por los demás

1Ped. 1, 3-9; Sal. 110; Mc. 10, 17-27
‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?’ ¿qué tengo que hacer para alcanzar la salvación. Fue la pregunta de aquel joven que se acercó a Jesús con todo su entusiasmo, pero es la pregunta que también nosotros nos hacemos tantas veces. ¿Estaré haciendo todo de mi parte para alcanzar la salvación?
Tenemos que ser buenos, nos decimos, respondiendo a la pregunta, y pensamos como evitar cosas malas o cómo cumplimos los mandamientos haciendo un repaso por ellos, aunque quizá algunas veces lo hagamos un poco a la ligera, muy por encima, con no toda la profundidad que tendríamos que hacerlo.
Jesús es cierto lo primero que le responde a aquel joven que le hace la pregunta, recordándole de alguna manera que ‘no hay nadie bueno más que Dios’, pero que en el fondo lo que tenemos que hacer es querer parecernos a Dios y para ello lo primero que tenemos que hacer es cumplir su voluntad. ‘Ya sabes los mandamientos…’ le dice y se los detalla. Pero todo eso lo ha cumplido aquel joven desde siempre. Por eso Jesús le dirá entonces que tenemos que mirar más alto.
Ya en el sermón del monte, nos había dicho que teníamos que ser perfectos como nuestro Padre del cielo, o como decía el libro del Antiguo Testamento ‘seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’. Si queremos ser buenos, queriendo parecernos a Dios, ahí tenemos el camino de perfección y de santidad que hemos de vivir.
Jesús hablará ahora de actitudes profundas que hemos de tener en lo más hondo de nosotros mismos. Ahora le habla de desprendimiento, de un despojo total para vivir solo en Dios y desde Dios. ‘Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres - así tendrás un tesoro en el cielo - y luego sígueme’. Ya nos dirá en otro momento que donde está nuestro tesoro, estará nuestro corazón.
Quienes creemos de verdad en Dios ponemos toda nuestra vida en las manos de Dios. Es en Dios en quien ponemos toda nuestra confianza, arrancando de nosotros todos los apegos terrenos y materiales. Ayer domingo escuchábamos en el evangelio de Mateo cómo hemos de poner toda nuestra confianza en el Señor alejando todos los agobios de nuestro corazón. Nuestra confianza nunca la podemos poner en el dinero ni en las cosas materiales que poseamos.
Pero no es fácil. A la invitación de Jesús ‘aquel joven frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’, nos dice el evangelista. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!’ Era muy rico y cuando las cosas nos poseen, porque a la larga cuando tenemos mucho al final no somos nosotros los que poseemos las cosas sino que las cosas nos poseen a nosotros, terminaremos encerrándonos en nosotros mismos y quizá mirando para otro lado para no enterarnos de la necesidad de los demás o del sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Como  escuchábamos ayer domingo ‘no se puede servir a dos señores… no se puede servir a Dios y al dinero’.
No es cuestión de ser simplemente buenos; el amor que va a llenar nuestro corazón cuando nos ponemos en las manos de Dios, porque sentimos su amor sobre nosotros, nos tendrá que llevar a unas actitudes nuevas, a una nueva manera de actuar y de vivir. Ese amor no permitirá que nuestro corazón se encierre sobre sí mismo, porque entonces no sería verdadero amor. 
Por eso el que ama y ama de verdad aprenderá a compartir,  siendo capaz de despojarse de todo para darlo y darse a los demás. Porque ya no serán solo cosas las que dé, sino que se dará a sí mismo que es la manifestación más sublime del amor. Pidámosle al Señor que nos dé su Espíritu para que aprendamos a amar de verdad, a no dejarnos poseer por las cosas, a vivir en el desprendimiento y en el compartir, a aprender a darnos de verdad por los demás. Que así merezcamos alcanzar la vida eterna que el Señor nos regala con su salvación.


Anuncia los tuyos lo que el Señor ha hecho contigo

2Sam. 15, 13-14.30; 16, 5-13; Sal. 3; Mc. 5, 1-20
‘Vete a tu casa con los  tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo’. Aquel hombre al verse liberado del mal se quería ir con Jesús. No lo deja. Para él tiene otra misión. ‘Vete con los tuyos…’
Atravesando el lago habían llegado a la región de los Gerasenos. Aquella era propiamente una tierra de paganos; era la región limítrofe con Palestina, cerca de la llamada región de la Decápolis que eran realmente unas ciudades paganas. Hay un hombre poseído por un espíritu inmundo, muy violento tal como nos lo describe el evangelista; producía realmente terror a aquellas gentes por sus reacciones.
Los espíritus poseídos por el mal reconocen a Jesús y se enfrentan con El. Escuchamos el diálogo que sostiene con Jesús en que le da su nombre, Legión, porque eran muchos. Jesús expulsa aquellos espíritus malignos del alma de aquel hombre, que se metieron en los cerdos que acantilado abajo se arrojaron al lago. Los porquerizos llevan la noticia a las gentes del lugar y al venir y ver aquel hombre que ha sido curado, sin embargo le piden a Jesús que se vaya a otro lugar. Muchas consideraciones podríamos hacernos en este aspecto. Tampoco creen en Jesús y no aceptan que Jesús les anuncie la Buena Noticia.
Es cuando, al embarcarse Jesús de nuevo para regresar, el hombre curado le pide irse con Jesús, a lo que ya hemos escuchado la respuesta de Jesús. ‘Vete a tu casa con los  tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo’. Si aquella gente no había querido aceptar la Buena Nueva que Jesús quería anunciarles, Jesús le confía aquella tarea al hombre que había curado. ‘Anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo’. De alguna manera podríamos decir era una forma de agradecimiento y de respuesta a lo que el Señor había hecho con él.
Ojalá nosotros supiéramos captar este mensaje de Jesús. Cuántos dones y gracias recibimos del Señor continuamente. Pero, ¿seremos capaces de contar a los demás las maravillas que hace el Señor con nosotros? Quizá hasta nos puede suceder que estamos muy pronto para pedirle al Señor que nos ayude en medio de nuestros problemas, nuestras necesidades y, aún cuando sentimos palpable en nuestra vida esa ayuda y esa gracia del Señor, sin embargo algunas veces ni le damos gracias. Cuántas veces nos habrá pasado.
Es necesario saber reconocer esa gracia del Señor, reconocer esas maravillas que el Señor obra en nosotros cuando pone paz en nuestro corazón, cuando nos da fuerzas para seguir luchando frente a las dificultades que vamos encontrando en nuestra vida, cuando vemos palpable que aquello que le hemos pedido al Señor se ha ido realizando en nosotros. Recordemos la queja de Jesús cuando lo de los diez leprosos. Solo uno había vuelto hasta Jesús para reconocer que el Señor lo había curado y se postró ante él. Jesús se preguntará ‘¿No eran diez los leprosos? ¿los otros nueve donde están?’
Primero ese reconocimiento y acción de gracias; pero está también el compartir con los demás esas maravillas que Dios obra en nosotros. Eso es también evangelizar, anunciar la buena noticia de las maravillas de Dios, no como algo teórico que sabemos porque alguien nos haya dicho que sea así, sino porque quienes hemos experimentado en nosotros esas gracias del Señor las contamos de primera mano a los demás.
Estamos haciendo el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación que se ha obrado en nosotros. No hablamos en teoría sino que hablamos desde la experiencia de lo que hemos vivido; estamos siendo en verdad unos testigos que damos testimonio de las obras del Señor. Es una forma de dar gloria al Señor. Como María también hemos de reconocer ‘el Señor ha hecho en mí maravillas’.

domingo, 2 de febrero de 2014



La Presentación de Jesús con olores de ofrenda y purificación, de Epifanía y de Pascua

Mal. 3, 1-4; Sal. 23; Hebreos, 2, 14-18; Lc. 2, 22-40
‘Cuando llegó el tiempo de la Purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén,  para presentarlo al Señor, de acuerdo con la Ley del Señor’. La fiesta de este día tiene sabor de ofrenda y de purificación, tiene los olores aún de la Epifanía pero también preanuncian la Pascua. Son muchos los matices que tiene esta celebración, a los que unimos por una parte la celebración de la Vida Consagrada y para nosotros los canarios una resonancia muy mariana, pues con esa procesión de las Candelas con que comienza la celebración nos recuerda a nuestra Patrona la Virgen de Candelaria, aunque en muchos lugares más se celebra a la Virgen bajo esta advocación.
‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, es el grito del Hijo al entrar en el mundo que hoy vemos, podíamos decir, de forma plástica en esta ofrenda que de todo primogénito varón se había de hacer al Señor. Ahí está Jesús en brazos de María que es llevado al templo para el rito de esta Ofrenda ritual, pero que es mucho más. Es la ofrenda de quien viene para ser nuestro Salvador y Redentor; es el inicio de la ofrenda que un día será cruenta en la cruz pero en cuya sangre nosotros seríamos purificados de nuestros pecados para hacernos nacer a una vida nueva de gracia y de santidad.
Por eso decimos que va a significar mucho más. Se va a convertir aquel momento en una nueva epifanía, en una manifestación de quien aquel niño ahora presentado al Señor, porque si allá en el Jordán resonó la voz del Padre desde el cielo señalándolo como el Hijo amado y preferido, ahora inspirados por el Espíritu llegan unos ancianos, Simeón y Ana, que vienen profetizando y anunciando a todos que en aquel niño habían de contemplar ‘a quien es presentado ante todos los pueblos como el Salvador, luz  para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel’. Ana ‘daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Se cumplían las promesas. No solo el anciano Simeón podía descansar en paz porque sus ojos habían visto al Salvador, sino que todos podrían reconocerle así mismo como el Salvador que venía a realizar la anunciada liberación y salvación. Nosotros así también queremos reconocerle y de la misma manera que aquellos ancianos también queremos cantar nuestra alabanza y nuestra acción de gracias al Señor. Con nuestras lámparas - candelas - encendidas en nuestras manos hoy  nos hemos acercado al Señor en el comienzo de nuestra celebración. Así queremos proclamar quien es en verdad la luz de nuestra vida y cómo deseamos estar siempre iluminados por su luz para que podamos llegar un día a alcanzar con el alma limpia la luz eterna, como hemos pedido en la oración inicial.
Pero decíamos también que había olor de preanuncio de Pascua, porque las palabras con las que al anciano Simeón habla a María lo señalan como bandera discutida para muchos, pero una espada de dolor traspasaría un día el corazón de María transido de amor. Es, en cierto modo, un anuncio de pasión y de dolor, que es anuncio de pascua, porque es anuncio del paso de Dios en medio del dolor de la pasión y de la muerte para realizar nuestra redención.
Es muy importante la celebración de este día. Y no podemos menos que recordar en este día a todos los que han consagrado sus vidas al Señor en la vida religiosa o en los diferentes carismas de la vida consagrada para quienes tiene un especial significado esta celebración. Para ellos es un motivo de renovación de su consagración al Señor, recordando esa ofrenda de amor que han hecho de sus vidas cuando cada uno según su propio carisma se  han consagrado a Dios en el servicio de la Iglesia y en bien de los hermanos.
Un motivo también para todos de dar gracias a Dios y en la cercanía y conocimiento que podamos tener de religiosos o religiosas en sus diferentes congregaciones y contemplando su dedicación y su sacrificio elevar por ellos, en una actitud de acción de gracias, nuestra oración al Señor al tiempo que pedir por el aumento y despertar de las vocaciones a la vida consagrada que son una riqueza grande para la Iglesia.
María aparece continuamente en medio de nuestra celebración de hoy estando muy presente en la escena del Evangelio. Era la purificación de María, según lo prescribía la ley de Moisés. Pero en brazos de María y José entra Jesús en el templo para que se realizase la ofrenda que de todo primogénito varón había de hacerse al Señor. Y María escucha las palabras proféticas del anciano Simeón anunciando lo que va a ser pasión y va a ser Pascua donde María habría de ocupar también un lugar muy especial junto a la cruz de Jesús. ‘Y a ti una espada te traspasará el alma’, le dice el anciano, con lo que está de alguna manera señalando el lugar tan importante que María va a desempeñar al lado de la pasión de su Hijo, pero el lugar que María va a ocupar junto a todos los que desde entonces van a ser sus hijos, el lugar de María en la Iglesia.
María va a ser camino que nos señale a Jesús, nos conduzca hasta Jesús, nos presente a Jesús. Ahora en la infancia de Jesús siempre lo veremos en brazos de su madre. Pero en el momento cumbre de la redención, aunque a ella una espada de dolor le traspase el alma, la veremos también al lado de Jesús, participando en esa ofrenda suprema de su Hijo, cuando ella con su dolor está haciendo también ofrenda de amor.
Cuanto nos enseña esa presencia de María junto a Jesús y también siempre  a nuestro lado. Ella en nuestra tierra canaria también fue y sigue siendo camino que nos lleva hasta Jesús. Su bendita imagen aparecida en las costas de Chimisay en los albores de la conquista de estas islas prepararon el camino para que nuestros antepasados conocieran en aquel niño que la Imagen de la Chaxiraxi llevaba en sus brazos al Dios que es nuestro Señor y Salvador.
Así fue importante en aquellos momentos la presencia de la imagen bendita de María, a quien llamamos de Candelaria,  por la candela, la luz que lleva en sus manos. Así sigue siendo importante esa imagen de María de Candelaria a quien tanta devoción profesamos todos, porque de una forma incluso plástica nos está enseñando cual es la verdadera luz que hemos de buscar para nuestras vidas donde vamos a encontrar la salvación.
María de Candelaria, con la lámpara de luz en una mano, pero con Jesús también en sus brazos ha sido siempre para nosotros un camino certero que nos lleva a alcanzar la salvación. María también nos enseña, cuando hasta ella vamos con nuestros problemas y nuestros dolores, con nuestros sufrimientos del alma o con el sufrimiento físico también de nuestras enfermedades o limitaciones, a hacer en nuestro dolor una ofrenda de amor, como ella supo hacerlo al pie de la cruz de Jesús.
Traspasada el alma también por nuestros dolores y sufrimientos, por nuestras carencias y muchas veces desesperanzas, con María a nuestro lado, de ella aprendemos a hacer esa ofrenda de amor de nuestra vida, en ella encontramos como de nuevo renacen nuestras esperanzas y nos sentimos con fuerza para seguir luchando por hacer ese mundo nuestro en el que vivimos mejor.
Pidámosle a María que se mantenga siempre encendida en nuestras manos y en nuestro corazón esa luz de la fe y de la esperanza que recibimos en nuestro bautismo; que nos alcance del Señor, ella que es Madre intercesora como lo saben hacer siempre las madres, la gracia de mantener siempre muy viva la llama de nuestro amor. Que no nos falte nunca la luz de la vida, la luz de Jesús; que vivamos siempre iluminados por su salvación.