miércoles, 5 de febrero de 2014



Que el Espíritu nos ilumine el corazón para poner toda nuestra fe en Jesús, como nuestro Salvador

2Sam. 24, 2.9-17; Sal. 31; Mc. 6, 1-6
Admiración, sí, por una parte, pero también desconfianza, que se traducirá finalmente en una falta de fe. Así podríamos resumir en pocas palabras la actitud de las gentes de Nazaret ante la presencia y la palabra de Jesús. Terminará diciéndonos el evangelista que ‘se extrañó de su falta de fe’.
Vuelve Jesús a su tierra, Nazaret, ‘en compañía de sus discípulos’. Y como venía haciendo allá por donde iba, ‘cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga’. El evangelista Lucas es más explícito en lo que fue la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Fuera una cosa u otra, era el anuncio del Reino de Dios lo que Jesús hacía. Y como había sucedido en otros lugares ‘la multitud que lo escuchaba estaba asombrada’.
Pero el asombro y la admiración aquí tienen una connotación especial. Allí se había criado Jesús. Era el hijo del carpintero; por allí andaban sus parientes - sus hermanos, como era la expresión que se empleaba para referirse a la familia -; todos lo conocían. Por eso su asombro era preguntarse de donde sacaba Jesús toda aquella sabiduría con que les enseñaba. Quienes lo habían visto allí de niño y juntos habían crecido y madurado, ahora se preguntan también por los milagros que hace. No terminan de entender. Lo resume el evangelista: ‘Desconfiaban de El’.
A nosotros nos puede parecer extraño esa actitud y esa reacción, porque nosotros ya siempre vemos a Jesús como el Hijo de Dios que es nuestro Salvador; y aunque sabemos que es hombre verdadero, no quitamos de nuestra mente lo que es nuestra fe para reconocer en Jesús también al Hijo de Dios. Pero aquellas gentes solamente veían lo que tenían delante de sus ojos; a Jesús lo habían conocido de siempre, como el hijo del carpintero que también en su juventud y hasta hace poco realizaba también ese trabajo y profesión. Les cuesta entender; les cuesta ir más allá para abrir los ojos a la fe y descubrir realmente quién es Jesús. Por eso surge esa desconfianza que se traduce en falta de fe.
Abrir los ojos de la fe a veces a nosotros también nos cuesta. Hacer trascender nuestra vida para ir más allá de lo que ven los ojos de la cara no siempre es fácil. Llegar a una fe madura que sienta admiración por el misterio pero que llene también de confianza el corazón para descubrir y sentir la presencia de Dios con nosotros hay ocasiones en que se nos puede hacer difícil. Muchas veces queremos darnos explicaciones o encontrar explicaciones para todo. Y pueden surgir preguntas en nuestro interior para las que no encontramos fácil respuesta.
Y, o nos hacemos crédulos para ciegamente dejarnos llevar por explicaciones maravillosas, o nos cerramos en banda ante ese misterio maravilloso de Dios  y se cierran entonces los ojos de la fe. Y hemos de saber encontrar el camino para esa fe madura, que profundizando en el evangelio nos haga comprender desde la fe ese misterio del Dios que llena y que inunda nuestra vida y que nos hace comprometernos en un camino nuevo de fe y de amor. Un camino que pasa por Jesús y su evangelio; un camino que no nos hace caminar como ciegos sino que nos ayuda a darle una mayor profundidad a nuestra vida;  un camino que no se queda en cosas mágicas y misteriosas desde una religiosidad que está poco fundamentada en la Buena Nueva de Jesús.
Hay mucha gente que se dice espiritual y que utiliza incluso signos religiosos cristianos - como puedan ser el agua bendita, la cruz o las imágenes religiosas -, pero cuya espiritualidad está muy lejos del sentido de Jesús y la verdadera salvación que Jesús viene a ofrecernos. No son esos signos religiosos cristianos para utilizarlos de esa manera mágica como algunos quieren hacer, sino que siempre tendrán que hacer referencia al misterio de Cristo y al misterio de la gracia que llega a nuestra vida por los sacramentos.
Necesitamos leer mucho el evangelio para poder impregnarnos de la verdadera espiritualidad de Jesús, porque no son fuerzas extrañas las que dominan nuestra vida, sino que de quien tenemos que dejarnos guiar es del Espíritu Santo que nos prometió Jesús, que nos hará conocer la verdad plena de Dios y todo el misterio de Cristo, y que nos hará caminar por los verdaderos caminos de la santidad y de la gracia de Dios. Tenemos que darle verdadera profundidad cristiana, y decir cristiana es decir desde el sentido de Cristo, a toda nuestra vida.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine el corazón para que lleguemos en verdad a reconocer a Jesús como nuestro Señor, a poner toda nuestra fe en El, y a seguir siempre los caminos del evangelio.

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